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Esta semana, el laboratorio estadounidense y el gobierno ruso hicieron anuncios sobre su eficacia. Las diferencias con la efectividad y el impacto.

La carrera por la vacuna contra el coronavirus mostró esta semana a laboratorios -y sus países por detrás- «pisándose los talones» en cuanto a los anuncios.

La de la farmacéutica estadounidense Pfizer -que es una de las tres que se prueban en el país- confirmó que su fórmula tiene un 90% de eficacia. Apenas 48 horas después, el gobierno ruso dijo que la de Sputnik V -que Argentina recibirá en diciembre- alcanzaba el 92%. ¿Cuál es la mejor vacuna?

Como explicaron a Clarín tres de los más destacados infectólogos argentinos, la de Moscú y la yankee carecen de resultados finales y se basan en datos preliminares de ensayos clínicos. Ambas dijeron qué le pasó a un grupo de personas específicas, en un tiempo específico, tras una única dosis específica, cuando la presunta inmunidad de las dos vacunas comenzaría luego de la segunda inyección.

Entonces, al día de hoy, no hay una mejor vacuna que otra. Porque  aún no existe la vacuna contra el coronavirus. Lo que sí existen son métodos para probar su eficacia y su efectividad. Que no son sinónimos.

Desde que las vacunas son vacunas, la ciencia se enfocó en que un pinchazo podía salvar al mundo y se pasó de los antiguos preparados bajo microscopio a la decodificación genética del virus para aislar una proteína -en el caso del Covid-19, la spike o espiga, que le da su forma de «corona»- para «trastocarla» a gusto e inocularla para generar anticuerpos.

Pese a todos esos avances biotecnológicos, se mantiene la regla de oro en busca de la dosis perfecta: probar que sea efectiva (diferente a eficaz) y probar que tenga impacto real en la comunidad respecto al virus.

¿Cómo se prueba la eficacia de una vacuna? Edgardo Bottaro, infectólogo del Servicio de Infectología del Hospital Santojanni y miembro del staff de Helios Salud, lo explica a Clarín desde adentro del laboratorio, donde trata con personas enfermas y voluntarias para frenar la enfermedad probando la vacuna experimental de Janssen. 

El ABC de estas inyecciones, como se dijo más arriba, no cambió ni con la vacuna de las hepatitis ni contra el SARS-CoV-2. «En los ensayos clínicos randomizados doble ciego -los preferidos por los científicos-, ni los investigadores ni los sujetos reclutados conocen qué se les administró.

Esa modalidad tiene el objetivo de evitar sesgos en la inclusión de las personas a uno u otro grupo, lo cual interferiría con el correcto resultado del estudio», explica el médico.

FUENTE:EL CLARÍN