Noticias El Periódico Tarija

Eduardo Claure

La Tierra, según sabemos, es el único lugar en el Universo que conoce la vida. Pero las actividades humanas van reduciendo paulatinamente la capacidad que tiene nuestro planeta de mantener la vida, en una época en la cual el aumento de la población y del consumo plantea unas exigencias crecientes a dicha capacidad. El impacto destructor combinado de aquella mayoría de seres humanos pobres que luchan por subsistir, y aquella minoría rica que consume la mayor parte de los recursos del globo, está socavando los medios que permitirían a todos los pueblos sobrevivir y florecer. Las relaciones del Hombre con la biósfera continúan deteriorándose, mientras no se ha logrado establecer un nuevo orden económico internacional, mientras no se adopte una nueva ética del medio ambiente y la ecología, mientras no se estabilicen las poblaciones humanas, y hasta que un tipo de desarrollo se convierta en la regla y deje de ser la excepción. Entre las condiciones previas para que se produzca un desarrollo sostenido, tenemos la conservación de los recursos vivos. El desarrollo se define aquí de la manera siguiente: la modificación de la biósfera y la aplicación de los recursos humanos, financieros, vivos e inanimados en aras de la satisfacción de las necesidades humanas y para mejorar la calidad de vida del Hombre. Para que el desarrollo sea sostenible, deberá tener en cuenta, además de los factores económicos, los de índole social y ecológico; deberá tener en cuenta la base de recursos vivos e inanimados, así como las ventajas e inconvenientes a corto y a largo plazo de otros tipos de acción. La conservación se define así: la gestión de la utilización de la biósfera por el ser humano, de tal suerte que produzca el mayor y sostenido beneficio para las generaciones actuales, pero que mantenga su potencialidad para satisfacer las necesidades y las aspiraciones de las generaciones futuras. Por lo tanto, la conservación es positiva y abarca la preservación, el mantenimiento, la utilización sostenida, la restauración y la mejora del entorno natural. La conservación de los recursos vivos está relacionada específicamente con las plantas, los animales y micro organismos, así como con los elementos inanimados del medio ambiente de los que dependen aquellos. Los recursos vivos poseen dos propiedades importantes, cuya combinación los distingue de los recursos inanimados: son renovables si se los conserva; y son destructibles si no se los conserva.

La conservación, como el desarrollo, son para los hombres; mientras que el desarrollo intenta alcanzar las finalidades del hombre ante todo mediante la utilización de la biósfera, la conservación trata de lograrlas por medio del mantenimiento de dicha utilización. La conservación abarca el mantenimiento y la continuidad, y constituye por ende una respuesta racional a la propia naturaleza de los recursos vivos (renovabilidad y destructibilidad), así como un imperativo ético, que se manifiesta en la convicción de que “no hemos heredado la Tierra de nuestros padres, sino que la hemos tomada prestada a nuestros hijos”. La conservación constituye un proceso de aplicación trans-sectorial, y no es un sector de actividades propiamente dicho. Tratándose de sectores (como la agricultura, la pesca, la silvicultura y la fauna silvestre), de los que depende directamente la gestión de los recursos vivos, la conservación es aquel aspecto del aprovechamiento que asegura la utilización sostenida y que protege los procesos ecológicos y la diversidad genética esenciales para el mantenimiento de dichos recursos. En relación con otros sectores (salud, energía, industria) la conservación es aquel aspecto de la gestión que permite obtener el mayor provecho permanente de los recursos vivos, al ubicar y realizar las actividades de tal suerte que se mantenga la base de recursos. La conservación de los recursos naturales vivos tiene tres finalidades específicas: i) Mantener los procesos ecológicos y los sistemas vitales esenciales -como la regeneración y la protección de los suelos, el reciclado de las substancias nutritivas y la purificación de las aguas- de los cuales depende la supervivencia y el desarrollo humano; ii) Preservar la diversidad genética de los organismos vivos de la cual dependen los programas de cultivo y de cría que requieren la protección y la mejora de las plantas cultivadas y de los animales domésticos respectivamente, así como buena parte del progreso científico, de la innovación tecnológica y de la seguridad de las numerosas industrias que emplean los recursos vivos; iii) Permitir el aprovechamiento sostenido de las especies y de los ecosistemas, que constituyen la base de millones de comunidades rurales en el mundo y miles en Bolivia incluyendo comunidades indígenas y, de importantes industrias. La conservación de los recursos vivos es tan sólo una de las muchas condiciones requeridas para la supervivencia y el bienestar de la humanidad, y una estrategia nacional y mundial para la conservación, es, a su vez, tan sólo una de numerosas estrategias necesarias: estrategia para la Paz; para un nuevo orden económico nacional e internacional; de los Derechos Humanos; para superar la pobreza; suministro nacional e internacional de alimentos; demográfica. Varios de estos problemas constituyen lógicamente el objeto de la Estrategia Internacional para el Desarrollo de las Naciones Unidas, dentro el marco de los Objetivos del nuevo Milenio. Todas estas estrategias deberían fortalecerse mutuamente, ya que sin ello ninguna de ellas tiene perspectivas de éxito. La integración de la conservación y del desarrollo reviste particular importancia, ya qué, si no se aplica en todas partes, -Bolivia y el mundo-, una estructura de desarrollo que conserve los recursos vivos, será imposible satisfacer las necesidades de hoy sin impedir lo que es preciso lograr mañana.

La conservación y el desarrollo han sido combinados tan rara vez, que frecuentemente parecen incompatibles, y a veces suele decirse que lo son. Son incompatibles en realidad, a no ser que se haya previsto un desarrollo sostenido. Los propios conservacionistas han contribuido -inadvertidamente- a fomentar esa impresión equivocada. Con demasiada frecuencia han permitido que se considere que oponían resistencia a todo desarrollo. Esto, claro está, no ha detenido el desarrollo, pero ha convencido a muchos responsables de programas de desarrollo, sobre todo en países en vías de desarrollo, de que la conservación no carece meramente de idoneidad, sino que es perniciosa y anti social. Por ello, el desarrollo ha continuado sin la participación de conservacionistas, ambientalistas y menos ecologistas, pero con la semilla de su ulterior fracaso plantada por los estragos ecológicos que la conservación habría permitido prevenir, y no se la hizo!!.
La interdependencia que existe entre la conservación y un desarrollo sostenido puede ser puesta de relieve por el destino de los pobres del campo. Las comunidades rurales y pueblos indígenas, dependen directa e inmediatamente de los recursos vivos. Para los 500 millones de malnutridos, o los 1.500 millones cuyos únicos combustibles eran la leña, estiércol y desechos vegetales, o los 800 millones cuyos ingresos no llegan a los 100 dólares por año, para todos esos seres humanos la conservación es el último bastión que los separa de las más paupérrima miseria, en el mejor de los casos, y de la muerte, en el peor. Lamentablemente, a los que viven en el margen de la subsistencia, su propia pobreza –y su vulnerabilidad a la inflación- les obliga a destruir los pocos recursos que poseen. En círculos concéntricos crecientes, sucedía en el pasado qué, alrededor de sus comunidades y pueblos, iban desnudando los árboles y los arbustos para obtener algún combustible, hasta que las plantas se extinguían y estos pueblos y comunidades tenían que quemar estiércol y rastrojos. Las 400 millones de toneladas de estiércol y de desechos vegetales que quemaban anualmente, eran indispensables –aun hoy- para regenerar los suelos agrícolas ya muy vulnerables a la erosión y la desertificación, tanto más cuando que las plantas que aseguraban su cohesión de la capa arable de tierra fértil, han desaparecido. Sería no obstante erróneo concluir que la conservación constituye una solución suficiente a tales problemas. Es vano esperar que la gente cuya supervivencia es ya precaria, y cuya esperanza de conocer aun cuando fuere solamente una prosperidad pasajera es ínfima, atienda a los llamamientos de subordinar sus necesidades agudas e inmediatas a la posibilidad de una lejana recompensa. Por consiguiente, la conservación deberá ir vinculada con unas medidas destinadas a satisfacer los requisitos económicos a corto lazo. Solo el desarrollo es capaz de romper aquel círculo vicioso de la miseria que causa el deterioro ecológico, el cual a su vez, produce más pobreza. Pero para que el desarrollo no sea contraproducente, deberá ser un desarrollo sostenido, y la conservación permite lograrlo. La falta de conservación frena y amenaza los esfuerzos de muchos países en vías de desarrollo. En el Sudeste Asiático, la explotación excesiva de los bosques ha provocado fluctuaciones en el caudal de los ríos, lo cual ha disminuido el rendimiento de sus arrozales. En todos los países en vías de desarrollo, la longevidad de las centrales hidroeléctricas y de los sistemas de suministro de aguas disminuye a medida que se entarquinan los reservorios, porque la deforestación, el abuso de los pastos y otras prácticas insensatas de aprovechamiento de los suelos aceleran los procesos de sedimentación.

La actividad de todo organismo modifica su medio; así también lo hace el ser humano. Pero a pesar de que la modificación del medio es natural y constituye un factor necesario del desarrollo, ello no significa que toda modificación conduce al desarrollo (ni tampoco que la preservación impide el desarrollo). Si bien es inevitable el que la mayor parte del planeta sea modificada por el hombre, y que buena parte quede incluso transformada, sin embargo, no es inevitable, ni mucho menos, el que tales cambios lleven a cumplir con los objetivos sociales y económicos del desarrollo. A no ser que el desarrollo sea canalizado sin descuidar las consideraciones ecológicas y ambientales, así como los factores de índole social, cultural y ética, buena parte del mismo continuará produciendo efectos indeseados, resultados insuficientes, o un fracaso general. Como vemos, existe una estrecha relación entre el incumplimiento de las finalidades de la conservación y el de los objeticos sociales y económicos del desarrollo, o bien su cumplimiento sin el mantenimiento de los logros ya adquiridos. La meta de la estrategia mundial y nacional para la conservación debiera ser, por tanto, la mejor integración de la conservación y del desarrollo, a fin de garantizar que la modificación impuesta al planeta redunde en beneficio de la supervivencia y bienestar de todos los pueblos.

Concluyamos, Los recursos vivos esenciales para la supervivencia de la humanidad y para un desarrollo sostenible están siendo destruidos o se agotan de manera exponencial. Al mismo tiempo, aumenta rápidamente la demanda humana de esta demanda de estos recursos. Si el deterioro de las tierras continúa al ritmo actual, dos terceras partes de las tierras cultivables del mundo quedarán destruidos en los próximos 20 años. En el mismo lapso, solamente quedará menos de un tercio de bosques tropicales productivos no explotados. En los años 90’, se preveía llegar a 4.000 millones de habitantes en el planeta para el año 2000, hoy estamos en 7.000 millones de habitantes. El apremio causado por el crecimiento poblacional y la no resolución de los elevados niveles de pobreza que requieren unos recursos crecientes ante la acelerada disminución de estos, situación que se exacerba debido a los volúmenes desproporcionadamente elevados de consumo de los países desarrollados, además del agotamiento de las fuentes de agua dulce para consumo humano y la producción, La acción que se necesita para aliviar estos graves problemas requiere de mucho tiempo: para la investigación, la educación, la capacitación, la conciencia social e institucional, la mejor organización pública y privada que trabajen sobre principios de institucionalidad, el destino de recursos públicos y el aporte privado, la resolución de la defensa de los derechos de los pueblos indígenas, el cumplimiento del rol de los gobiernos nacionales y locales en la gestión de los recursos naturales renovables, definitivamente, no son procesos instantáneos.

Aquí la ausencia de gobiernos democráticos y el respeto a la ley, son imprescindibles para subsanar estos males apocalípticos, solo como ejemplo en el caso boliviano. Existen procesados los culpables del ecocidio del incendio de 5 millones de has. en los bosques de la Chiquitanía sucedido el año 2019? Y, los que provocaron los daños al derrame de petróleo en la zona altiplánica de Sica Sica y la afectación al río Desaguadero y el lago Poopó, sucedido en el altiplano el 2008? La contaminación de aguas superficiales producto de la minería y el uso de substancias contaminante en general y especialmente del oro? La administración pública nacional y subnacional disponen de profesionales para encarar una acción pública sobre la problemática medio ambiental y ecológica? La ALP debiera trabajar leyes actualizadas de: Medio Ambiente y Ecología; Ley Nacional de Aguas; Programa Educativo en todos los niveles y sistemas sobre medio ambiente y ecología; un Sistema de Regulación de los Recursos Naturales Renovables; la modificación del Presupuesto General del Estado donde se reasigne montos para Medio Ambiente y Ecología, Salud o Educación, por ejemplo.
En este contexto, no existe una propuesta política para una modificación sustancial de la Constitución Política del Estado en la que se inserte y aplique NOCIONES FILOSÓFICAS en la materia u otros temas esenciales como el Respeto a la Ley, respeto de los Derechos Humanos y otros, que debieran ser el punto de partida para tratar y aplicar algunas alternativas motivados hacia la construcción de una verdadera Estrategia para la Conservación de los Recursos Naturales Vivos para el Desarrollo Sostenible en Bolivia. Hasta ahora todos los esfuerzos de la sociedad civil y pueblos indígenas y otros agentes de la cooperación, han sido desoídos por el poder político de turno que han generado leyes como la de la Madre Tierra y la Reconducción del Proceso Agrario, que entre otras cosas liquidaron a la Superintendencia Agraria y la Superintendencia Forestal, organismos públicos que intentaron construir sistemas de regulación de los recursos naturales renovables, que fueron sustituidos por la ABT y el MDRT, que tal como se conoce fueron funcionales a la corrupción, el mercado negro de tierras, la deforestación y la tragedia incendiaria de lo sucedido en la Chuiquitanía el 2019; o, lo ocurrido con la desaparición del Lago Poopó el 2015 (11 millones de Euros “derivados a otras iniciativas de la gobernación de Oruro”, sin culpables); el “escarmiento” a indígenas del TIPNIS, etc.,etc., son asuntos pendientes sobre los cuales el pueblo boliviano espera obtener respuesta, por decir algo.

Finalmente, la pandemia del Covid-19 ha desnudado nuestra pobreza estructural y la deshumanización de una ideología cavernaria, criminal y nada democrática, cuando el país necesita un nuevo modelo económico, un nuevo Pacto Social y Fiscal, así como un proceso de planificación integral de visión nacional dentro el contexto globalizado, además qué, otras pandemias ya anunciadas como alfiles de las grandes corporaciones transnacionales, pueden provocar en el corto plazo, mayores crisis socioeconómicas medio ambientales y ecológicas para los países ya no sólo subdesarrollados, sino bajo mano totalitaria, donde la política extractiva depredadora, sea su siniestro fetiche.