Existe la convicción bastante extendida de que la crisis del Covid-19 será severa pero corta. Los medios se esmeran en enfatizar que el día después está cerca y buscan resaltar cualquier rayo de luz que anuncie el final del túnel. Los gobiernos nos piden paciencia y temple para aguantar unas pocas semanas más de confinamiento. En consecuencia, mantienen un parón temporal de la economía poniéndola –y ahí elijan su metáfora favorita– en hibernación, en el congelador o en crio-preservación durante unas pocas semanas.
Esta convicción parte de la esperanza depositada en la estrategia epidemiológica conocida como supresión, es decir, el distanciamiento intensivo y forzoso para aplanar la consabida curva de incidencia y evitar la saturación hospitalaria.
Es comprensible: desde el inicio de la crisis, la comunidad científica recomendó que la supresión era infinitamente preferible a su alternativa, la mitigación, que prioriza la creación de una inmunidad de grupo permitiendo la propagación ralentizada y controlada del virus. El famoso informe del 16 de marzo del Imperial College, que persuadió al Gobierno británico para dar un giro de 180 grados y adoptar la supresión, definía la elección en estos términos:
Son posibles dos estrategias fundamentales:
1.- Mitigación, que se enfoca en desacelerar, pero no necesariamente detener, la propagación de la epidemia, reduciendo la demanda máxima de atención médica y protegiendo a las personas con mayor riesgo de enfermedad grave de la infección, y
2.- Supresión, que tiene como objetivo revertir el crecimiento epidémico, reduciendo el número de casos a niveles bajos y manteniendo esa situación indefinidamente. Cada política tiene grandes desafíos.
Encontramos que las políticas de mitigación óptimas (que combinan el aislamiento domiciliario de casos sospechosos, la cuarentena domiciliaria de quienes viven en el mismo hogar que los casos sospechosos y el distanciamiento social de los ancianos y otras personas con mayor riesgo de enfermedad grave) podrían reducir el pico de atención médica en 2/3 y muertes a la mitad. Sin embargo, la epidemia mitigada resultante probablemente resultaría en cientos de miles de muertes y sistemas de salud (especialmente las unidades de cuidados intensivos) que se vean abrumados muchas veces. Para que los países sean capaces [de reducir el pico], esto deja la supresión como la opción de política preferida.
La estrategia de supresión ha sido, sin duda, esencial para atajar el contagio acelerado. Ahí están las últimas cifras de reducción de mortalidad. Sin embargo, ha creado una falsa impresión de eficacia por sí misma. Se ha razonado equivocadamente que, una vez que las tasas de contagio y mortalidad se estabilizasen, se podrían suspender las medidas de distanciamiento, retornar a la vida normal y reabrir la economía.
Pero, en realidad, los estudios científicos nos advierten de que, desafortunadamente, no es así. La supresión tiene como objetivo fundamental reducir el pico, pero no es la estrategia definitiva y sostenible para acabar con la pandemia. De hecho, existe el riesgo alto de que, si se relajan demasiado pronto las medidas de supresión y nada las sustituye, puede haber un rebrote de contagios. Con todo, el objetico último sigue siendo descubrir una vacuna, desarrollar una cura o alcanzar la inmunidad de grupo, cuyo umbral los expertos médicos sitúan en el 60% de la población.
Por ello, sin esa meta en mente, las curvas epidemiológicas que aparecen frecuentemente en prensa presentarían una perspectiva incompleta al ofrecer un horizonte de solamente unos meses y hurtar al lector de lo que ocurre tras el abandono de la supresión tras la aparente normalización de las tasas de contagio. Los matemáticos Maria Chikina and Wesley Pegden lo señalaban en este análisis de lectura muy recomendable y publicado el 30 de marzo:
La duración de los esfuerzos de contención no importa […] mientras que una gran mayoría de la población quede sin estar infectada, pues levantar las medidas de contención conducirá a una epidemia casi tan grande como sucedería sin tener mitigaciones.
Y este otro estudio, con simulaciones de la pandemia en la India, apuntaba en la misma dirección: un solo periodo de supresión intensa no bastaría para reducir el contagio de manera permanente y estable. Habría que concatenar varios periodos de distanciamiento preceptivo con distintos grados de confinamiento para, efectivamente, reducir la incidencia de manera permanente. Y, finalmente, un posterior informe del Imperial College, del 26 de marzo, sentenciaba lo siguiente en sus conclusiones:
[…] los países que carecen de la infraestructura capaz de implementar estrategias de mantenimiento de la supresión basada en la tecnología como las que se están aplicando actualmente en Asia, y en ausencia de una vacuna u otra terapia efectiva (así como la posibilidad de rebrote), tendrán que pensar detenidamente [sobre las estrategias de supresión intensiva] para evitar un alto riesgo de colapso sanitario futuro una vez se levanten las medidas de supresión.
Por todo ello, es fundamental que Gobierno y opinión pública no caigan en la complacencia de pensar que la crisis se acaba a finales de abril, cuando se relajen las medidas de confinamiento. El error es tentador. En su último editorial, el semanario The Economist avisaba de que “cuando se reduzcan las restricciones, no será una simple cuestión de declarar la victoria y volver a casa”.
Los expertos insisten en que habrá que combinar y alternar estrategias de supresión y mitigación durante muchos meses; quizás hasta pasado el invierno. Lo óptimo sería supresiones selectivas y parciales junto con técnicas de mitigación de micro-seguimiento geolocalizado y tests masivos como en el caso de Corea del Sur e Israel – la llamada ‘triple T’: track, test and treat que interrumpe los ciclos de retroalimentación del contagio exponencial. Pero no todos los países están ni tecnológicamente equipados ni políticamente dispuestos a aplicar estos sistemas que muchos considerarían intrusivos y que atentan contra los derechos de privacidad. Si bien lo segundo es un obstáculo difícil de superar, lo primero simplemente exige comenzar a reorientar la economía para dotarse de ese equipamiento para el largo combate contra el virus.
¿Pero cómo estaría esta complacencia condicionando la estrategia económica?
Bajo la hipótesis de la supuesta eficacia de la supresión como único instrumento, la media de las predicciones económicas vaticinaría una recesión profunda pero limitada a dos cuatrimestres. El resultado es un perfil del Producto Interior Bruto (PIB) en forma de V, con un rebote económico que compense casi la totalidad del desplome inicial. La más reciente proyección de ese consenso para España la publicó la consultoría Focus Economics justo la semana pasada.
Sin embargo, ese tipo de predicciones de crecimiento estarían subestimando la duración e impacto del parón económico, lo cual estaría induciendo al error de diagnóstico a todos aquellos que se han lanzado a una carrera de propuestas económicas de horizonte cortoplacista, pero de sonoro ruido mediático.
Para evitar esa falsa comodidad de la predicción única, habría que acudir al análisis de escenarios múltiples, que ofrece mayor flexibilidad para calibrar respuestas más precisas y adaptativas. Este tipo de análisis se emplea constantemente en las instituciones financieras, si bien de manera confidencial o para sus clientes, descartando el uso de predicciones únicas, que son las que acaban en los medios a modo de descarte, pero dando una espuria impresión de certidumbre sobre el futuro. Además, los análisis de escenarios suelen menos benignos que las predicciones publicadas. Por ello, pocos de esos estudios salen a la luz y, hasta la fecha, sólo dos relevantes han sido publicados:
- El estudio de ING del 1 de abril, que prevé y desarrolla escenarios en W y en U, mucho más pesimistas que la predicción dominante.
- El informe del Bank of International Settlements del 6 de abril, que también prevé un escenario en W.
En estos ambos casos, el impacto económico va más allá de una recesión de dos cuatrimestres y se extiende hasta final de año. Las hipótesis de estos escenarios es que hay retrasos en la vacuna, rebrotes tras el relajamiento de la supresión, confinamientos ocasionales e incapacidad de aplicar estrategias triple T para alcanzar la inmunidad de grupo sin sobrecargar el sistema sanitario. Son todos supuestos preocupantemente plausibles.
Aún más importante es que estos escenarios incorporan un factor que se le escapa a los gobiernos nacionales: que los tiempos de recuperación entre países serán desiguales y que las recaídas de unos serán un lastre económico para otros por las disrupciones comerciales. Debido a esta asincronía, la demanda global externa no se recuperaría totalmente hasta entrados ya en 2021. Y por eso algunos afirmarían que el supuesto triunfo de China contra el Covid-19 sería una victoria pírrica desde el punto de vista económico.
Como muestran los escenarios, la lucha contra la pandemia va para largo, pero las estrategias actuales parten de la presunción de una crisis corta y una recesión sin daños permanentes. Bajo ese error, la mayoría de los gobiernos está apostando por una batería de respuestas económicas únicamente centradas en el rescate financiero de la economía para preservar rentas y relaciones contractuales durante un periodo corto de uno/dos meses.
En la misma línea, muchos economistas estarían constantemente apelando al espíritu del ‘whatever it takes’ de Mario Draghi, que salvó a la eurozona en 2012. Sin embargo, esos llamamientos soslayan sistemáticamente la segunda parte de la frase (“and believe me, it will be enough”), que requiere que la munición tiene que ser creíblemente suficiente. Y ahora mismo no es el caso, pues se ignora peligrosamente la posibilidad, muy real, de que la pandemia se convierta un factor endémico durante 9/12 meses, lastrando la economía en su configuración convencional y haciendo del rescate circular de hogares y empresas una factura insostenible a medio plazo.
No sólo eso: si la respuesta económica se limita al estimulo de la demanda, se acabará asfixiando la capacidad productiva de oferta, creando posteriormente problemas de desabastecimiento e inflación justo en el momento en que la fatiga fiscal empiece a hacer mella y los mercados financieros comiencen a inquietarse. Y recordemos que el cociente entre deuda y PIB se disparará no sólo porque el denominador aumente, sino porque el denominador se contraerá dramáticamente.
La estrategia prudente y realista pasa por aceptar que estamos frente a una guerra larga, abrasiva e inédita. Por ello, se deberían incluir esfuerzos orientados desarrollar capacidades tecnológicas y materiales para sostener medidas de mitigación triple-T que, además, ayuden a reactivar la economía, que también necesitaría una reorganización rápida y ágil basada en la digitalización de gran parte de sus actividades. Sería una ocasión histórica para una gran inversión en capital fijo tecnológico y en un empuje titánico de las tecnologías logísticas de compraventa a distancia y de teletrabajo. Asimismo, habría que considerar seriamente la creación de ‘pasaportes de inmunidad’ y de áreas de económicas segregadas por confinamiento voluntario o por inmunidad de grupo verificada.
Superar la peor parte de la fase de supresión es algo que debemos celebrar, pero no en exceso. Queda mucho por delante y hay que prepararse para las siguientes fases de esta contienda que, esta vez, nos exigirán diagnósticos, esfuerzos y soluciones distintos y cambiantes. El primer capítulo de esta lucha está cerca de acabar, pero era sólo el comienzo. Pues, como señaló Winston Churchill tras una famosa batalla que marcó un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial, “éste no es el final, no es ni siquiera el principio del final. Puede ser, más bien, el final del principio”.