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SANTIAGO FIORITI

No es Cristina, estúpido. O mejor dicho: no es sólo Cristina.

No le deben faltar ganas a Mauricio Macri de parafrasear a James Carville, el célebre estratega de Bill Clinton, cuando algún empresario le plantea su estado de pánico por el eventual regreso de la ex presidenta. “Va a ganar ella, ¿qué hacemos?”, transmiten muchos ejecutivos en las reuniones privadas. Pero no son tiempos para generar más enemigos. El Presidente ha pasado de cuestionar el rol del Círculo Rojo a pedirle que abandone lo que él considera una postura neutral frente a los acontecimientos. Empresarios, economistas, hombres de la cultura y editorialistas deben comprometerse, según el credo macrista, antes de que sea demasiado tarde. El razonamiento vendría a ser: en vez de expresar miedo o sumar incertidumbre, ayuden.

Jaime Durán Barba habla de una polarización extrema con Cristina.

A instancias de Jaime Durán Barba -para quien la polarización extrema es inexorable, aun cuando sus números revelan que un 60 por ciento de la población no definió su voto-, Macri suele decir que no existen elementos científicos para sostener que Cristina esté camino a una victoria segura, pero que en cualquier caso él por sí solo no podrá detener la ola. La Argentina, creen quienes hablan con él en forma cotidiana, necesita miles de líderes que dejen de especular para sacar ventaja en el corto plazo.

El Gobierno también ha empezado a interpelar a la ciudadanía, a mostrar cierto descontento, sobre todo frente a los sectores que se suponen más informados. No es Macri la excepción a un estado de ánimo que han experimentado en algún momento todos los jefes de Estado que lo precedieron desde 1983. “La gente no quiere deuda, no quiere inflación, pero quiere dólares, subsidios y obras. Y lo quiere ya”, reprochan hoy algunos funcionarios.

A la obsesión por controlar el dólar y enfriar la inflación ahora se han sumado otras. Contener al radicalismo frente a quienes amenazan con llevar a la Convención partidaria de este mes la idea de apoyar a Roberto Lavagna y, al mismo tiempo, abrir un espacio de diálogo con el peronismo no kirchnerista. Son espasmos frente a un escenario inesperado. El macrismo siempre trabajó bajo la premisa de que, en el peor de los casos, las turbulencias más fuertes se iban a producir a partir del 22 de junio. Ese día vence el plazo para la presentación de listas y se sabrá si Cristina es candidata. “Ahí también fallamos: todo empezó antes. Por eso corrimos al FMI para que nos dejara vender dólares y frenar la suba” asumen cerca de Guido Sandleris, el presidente del Banco Central.

¿Y si esta estrategia fracasa? Las reservas deberían ser suficientes para llegar holgados al 10 de diciembre. “Pero el barco se va a mover durante el trayecto, a menos que Mauricio gane las PASO”, pronostican en la Casa Rosada. Macri ha cambiado sus prioridades: ya no piensa en que un leve repunte económico lo ayude a ganar la elección, sino en gestionar con éxito el terror. “Ese es hoy el trabajo que ve Mauricio. Si nos va bien, seguimos; si nos va mal, vuelve Cristina. No hay lugar para una tercera vía”, parece ser el mensaje.

El presidente chileno, Sebastián Piñera, junto a Mauricio Macri.