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Marcando la diferencia

Por Ramón Grimalt

Se puede haber leído la biblioteca de Alejandría, de principio a fin y estoy seguro de que usted, muy señor mío, lo ha hecho. Es posible que usted sea el invitado de excepción en conferencias universitarias en todo el orbe y de paso recibir títulos honoris causa, para crédito personal y gloria del proceso político que abandera aquí, allá y acullá con el vigor y la persistencia de un ferviente defensor de una causa que considera única y definitiva. Probablemente, en este país nuestro, tan querido como incomprendido, siempre dado al cainismo más cerril, usted brille con luz propia y sea al mismo tiempo capaz de irradiar un haz tan potente de intelectualidad que opaque cualquier intento siquiera de aproximarse a su persona siempre distante y enérgica. Inaccesible. Todo eso, sin duda, es posible.
Pero mire usted por dónde, que hay otra inteligencia que no se mide en millones de neuronas trabajando a destajo en la fábrica de su cerebro privilegiado. A mí, la verdad, su inteligencia y ocurrencia me resultan dignas de un reconocimiento si cabe reverencial; siempre voy a admirar a un lector compulsivo que además sea capaz de generar pensamiento y nuestra Bolivia lo necesita como la tierra precisa de las primeras gotas de lluvia. Eso me permite decirle, siempre desde el respeto a la persona y a la autoridad, que usted necesita con suma urgencia desarrollar la inteligencia emocional, esa que parece tan alejada de los valores excelsos que preconiza y que de algún modo marca la diferencia en las relaciones humanas. Creo que es ahí, donde usted falla y con estrépito. Era innecesario menoscabar a los políticos del otro lado del arroyo del que todos bebemos reduciéndolos a un puñado de ignorantes de dudoso pelaje que no aguantarían ni un asalto en un hipotético debate sobre las cuestiones que nos atañen a los bolivianos. No necesita usted, amigo mío, de la altanería para sentirse en una posición de superioridad manifiesta cuando todos sabemos que su persona se sitúa por encima del bien y del mal y no hay hombre ni bestia que pueda siquiera toserle. Una persona con una inteligencia rayana en lo sublime sabe perfectamente ser ubicua, prudente y cautelosa, virtudes, además, del gobernante.
Un dislate como el de la otra noche, en televisión nacional, en horario de máxima audiencia, enturbia su relación con una parte de la sociedad que ahora mismo necesita tiempo para una necesaria reflexión desde la templanza. Los acontecimientos en Chuquisaca, a partir del conflicto de Incahuasi, ponen de manifiesto que existe un estado de crispación en el ambiente que necesita ser atendido con las armas de la razón y la ciencia política y es ahí, buen amigo, donde usted tiene la obligación de intervenir y sí, evidentemente, demostrar su inteligencia.
De modo que le recomiendo, si usted me lo permite, claro está, que dedique toda su incuestionable capacidad intelectual a gobernarnos en vez de enzarzarse en luchas peregrinas con éste, ese o aquél que, a la postre, no nos conducen a otro sitio que el abismo. Olvídese, por un momento, de la política descarnada, del dedo admonitorio y el miedo por definición, para ser el hombre culto e imprescindible en este momento histórico. De usted depende, todo hay que decirlo, marcar la diferencia.