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Gonzalo Lema

El terrorismo no ha de dejar vivir en paz a los europeos occidentales ni a los norteamericanos. Ha llegado para sembrar bombas y atentados en el momento menos esperado, en el lugar más insólito, y cosechar muertos con las manos llenas. Por si fuera poco, la zozobra que desata ha de correr bajo la piel como corren los herpes en nuestro cuerpo nervioso. Poco a poco será otra realidad: la del miedo.

¿Qué es lo que ha pasado en el mundo para que pulule el terror? Sin ánimo de especular, bien se podría afirmar que no ha pasado nada nuevo y, más bien, ha pasado mucho más de lo mismo: derrocamiento de gobiernos en los países en desarrollo y saqueo permanente de sus recursos naturales al amparo de laberínticas fórmulas justificativas y control internacional de los precios. Regularmente, venta inaudita de armas modernas a supuestos y sospechosos aliados de coyuntura. Una década más tarde, nueva guerra, de intervención, contra los otrora “amigos”. Es decir: el capitalismo salvaje en su versión más cínica.

Los países industrializados de Occidente sueñan explotando riqueza en el Medio Oriente. En realidad, en el mundo entero. En algunos lugares, y colonia de por medio, ejercitan una vergonzosa extraterritorialidad con la sinverguenzura más grande. Aún hoy, momento histórico que entiende a cabalidad lo que “colonia” significa, como “saqueo”, como “intervención”, se advierte propiedad inglesa frente a Argentina o frente a España. Quiero decir: lejísimos de su isla. Norteamérica, mientras tanto, hace mucho más de medio siglo que tiene bases militares hasta en los confines. No sólo eso: cual si fuera un sheriff, patrulla los mares con sus formidables y temibles flotas navales. A nuestra América le toca la 5ª, que a veces desempolvan y sacan a pasear como a un rottweiler.

Esta agresión constante se ha articulado con el tema religioso. Como si la guerra fuera de dioses, la gente piensa que los musulmanes quieren imponer su credo a fuerza de bombas. Cierto que el fanatismo en marcha se presta a esta confusión, pero debemos recordar que los credos religiosos tienen miles de años y que ya se sabe que ninguno triunfa sobre el otro. Es decir: sería una guerra inútil. En cambio se advierte que el terrorismo ataca a los países que considera agresores. No únicamente a quienes mandan los drones y soldados, también a quienes financian la agresión.

El terrorismo es una guerra que los militares combaten con bombas. A las bombas en Manchester se les responderá con bombas en Siria. Allí morirán viejos, adultos y niños. Al otro lado, también. Cada vez serán más bombas. No es la solución, por supuesto. ¿Qué debe dejar de suceder para que la escalada de violencia se detenga?

He escuchado a líderes europeos y norteamericanos referirse al tema pero dejan la impresión de tener enfoques distintos. Intereses distintos. Así como ingleses y franceses “crearon” Siria, bien podría suceder que rusos y norteamericanos terminen, a mano alzada, dibujando otro mapa para este país. No sería por primera vez que realicen esta faena. Igual que la primera, no va a funcionar para la paz.

Tanto el saqueo de recursos naturales, como la intervención política y la venta de armas, nos conducen al conflicto sangriento. Esta tríada cruel es hija del capitalismo que se muestra más salvaje que nunca. El tema es que los pueblos del mundo no lo van a permitir. Cada día que transcurre, el individuo y la nación quieren vivir la vida a su manera. Y cada región. La visión poscolonial de los países industrializados ha de encontrar resistencia creciente. Si la idea es doblegarla descabezando sus mandos, el resultado serán las guerras civiles. Si, más bien, es la intervención militar, la guerrilla hará frente el tiempo necesario. Y, si se opta por asfixiarlos con los trucos de la economía, unos caerán en garras del otro. Y viceversa. Son caminos trillados con resultados conocidos.

¿Cuál es la solución? La más ingenua de todas: poner en su lugar el desenfrenado interés de los grandes capitales del mundo. Estos capitales no son de una nación. Son inmensamente transnacionales y monstruosamente desalmados. ¿Acaso Trump no representa más a General Electric que al negro pobrísimo de Alabama? La miseria existente en la base social de los países industrializados así lo confirma.

 

Cochabamba, mayo de 2017.