La medicina sin duda es un apostolado, por lo menos así debería ser, basada en esa vocación de ayudar al prójimo, en esa entrega incondicional a favor del enfermo, de quien lo necesite. La responsabilidad que está en manos de los galenos es inmensa cuando se trata de salvar una vida, de luchar contra la enfermedad, contra el dolor, se necesita de una gran sensibilidad para hacer carne del sufrimiento ajeno y al mismo tiempo de un grado de frialdad para no permitir que esas vivencias nos involucren al punto de arrastrarnos con ellas. La medicina es una profesión en la que quien la asume debe lidiar a diario con factores que la mayoría no podemos enfrentar.
Con el transcurso del tiempo hemos podido evidenciar que a pesar de todo aún existen médicos que respetan y siguen al pie de la letra el juramento hipocrático que alguna vez hicieron pero también tenemos aquellos que encontraron en la medicina un verdadero negocio, al punto de haberla mercantilizado tanto que lo que menos importa es de donde consigue dinero el paciente para hacerse atender, lo que vale es que pague lo que se le pide y ya. Hoy en día quien no tiene dinero se muere, los servicios médicos se han ido volviendo inaccesibles, más en establecimientos privados en los que se cobra sin control o regulación alguna. Iniciativas que pretenden brindar una atención médica gratuita han sido valoradas por la gente, en especial por la que menos recursos tiene, que es forzada a soportar condiciones extremas para acceder a una consulta médica.
Existen denuncias sobre médicos que, a pesar de estar trabajando para el Estado en un hospital público, inducirían a sus pacientes a dejar esos servios y recurrir a la consulta privada e incluso a intervenciones quirúrgicas en clínicas particulares, sabiendo que en el servicio público igual podrían conseguir el mismo o mejor trato pero con muchísimo menos dinero. Una suerte de aprovechamiento del cargo público para conseguir más clientes y llevarlos donde tienen que pagar porque nada, o casi nada, es gratis. Una especie de juego con la necesidad del otro que tiene como objetivo principal obtener o ganar la mayor cantidad de dinero posible en cada caso.
Si bien un médico tiene todo el derecho de ganarse la vida por su propio esfuerzo, si lo denunciado es evidente, no hay argumentos que expliquen por qué proceder de esa manera abusando de los benéficos de la función pública pagada por el Estado. Si lo denunciado es cierto, estamos ante una de las más grandes aberraciones e ilegalidades que podrían cometerse, no sólo por aprovechar un cargo público remunerado que da acceso ilimitado a potenciales clientes sino por aprovecharse del sufrimiento ajeno para lucrar dejando de lado principios y valores de vida.