Raúl Pino- Ichazo Terrrazas
(Abogado, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, doctor honoris causa, escritor)
Un pueblo estoico es el orureño porque viviendo en una geografía variada pero agradable, asume la virtud del habito que es la adaptación a los datos del ambiente, de tal modo que este ya no ejerza ninguna influencia perturbadora; en una acepción algo diferente habituarse es el hacer consciente del orureño que fomenta determinados modos de comportamiento, de suerte que son los preferidos por los demás y, esos modos descansan en la genuina hospitalidad y autentico calor humano que brindan los orureños a todos; por ello, sin duda, es el departamento de Bolivia más apreciado por los bolivianos por esas virtudes que, además, benefician a los forasteros y turistas, redituándoles gratísimas estadías.
Desde el humilde voceador, el limpiador de zapatos, vendedor de loterías, como el vendedor ambulante y el establecido, se prodigan con inveterada amabilidad en absolver las consultas que les formulan; los vendedores de todo tipo de mercadería son asequibles al dialogo y a las necesidades y caprichos de comprador, observándolo como un benefactor al cual hay que servirlo y complacerlo. Disponen de un sentido correcto del servicio al cliente sin realizar cursos de mercadotecnia, pues desde el saludo irrumpe el contacto amable adobado de calor humano. Idéntica actitud cuando uno pregunta sobre la composición de un sabroso plato típico orureño, en la calle, en una fonda, restaurant u hotel.
Todo lo precitado son las disposiciones del espíritu del orureño que ayudan a establecer rápidas y fáciles asociaciones comunicativas. Se debe encarecer la importancia y fuerza de las costumbres en Oruro, donde se entremezclan los movimientos elementales en el hablar, en los oficios y artes, aquí se incluye la expresividad de los ojos, de la mímica al hablar y de su actitud frenética y cadencia perfecta en la danza. En todo ello Oruro es un crisol.
Los niños en Oruro ya comienzan temprano a acostumbrarse a practicar la cordialidad y urbanidad, que la preservan en las diferentes etapas establecidas de su educación. De esta forma la tradicional hospitalidad y cordialidad orureñas como causa, no son resultado o efecto de un mero aprendizaje que puede perder su eficacia pronto, sino que es emprendida y ejercitada activamente sobre la base de motivaciones capaces de moverle al ciudadano orureño a un sentimiento interno de tomar parte en la vida.
Especial relieve dentro del ámbito de la afectividad asume el espíritu del orureño porque denota la íntima y perfecta unidad en la vida afectiva, de lo espiritual y sensitivo. Esa contextura afectiva penetra en la vivencia de los ámbitos individual y social que es la población misma.
Este columnista se ha referido a un pueblo autentico que nunca puso los pies en polvorosa cuando se trata de defender y establecer sus derechos, preservando su espíritu magnánimo.