El dejar hacer y el dejar pasar marcaron una constante en el desarrollo institucional de nuestro país y eso marcó una dinámica de desorganización en la que nadie hacia caso a nadie y el poder de los gobernantes dejaba de llamarse poder. Es cierto que con el actual régimen mucho comenzó a cambiar, incluso a fuerza de imposición, porque se corría el riesgo de tener desbocado un estado anárquico incontrolable aún para quienes manejaban las grandes masas, el mostrar que al Gobierno se lo tenía que respetar por la buenas o por las malas, que eso se lograba a través del fortalecimiento de las instancias llamadas por ley para velar por la paz interna, la Policía, muy venidas a menos por lo ya mencionado y por sus propios méritos, innumerables denuncias de corrupción y ligazón al crimen organizado entre otros.
El principio de autoridad se perdió hace bastante y que más evidente que lo sucedido en nuestro país los primeros años del presente siglo, masas descontroladas destrozando todo a su paso reclamando inclusión y manifestando su hastío con el sistema y las formas establecidas. Que mayor ejemplo de descalabro institucional cuando policías y militares se enfrentaron en plena plaza Murillo de la sede de gobierno. El desconocimiento del poder instituido ya sea incentivado a propósito o por simple y espontáneo sentimiento popular marca un antes y un después en la historia de nuestro país, en esta ocasión porque es el inicio de llegada al poder de Evo Morales, el MÁS y sobretodo de sectores y organizaciones sociales olvidados y postergados que aprovecharon esta ola para tener mayor protagonismo en la vida política de Bolivia.
En esa medida, se fue aplicando dosis más que importantes de recursos en el equipamiento, capacitación, preparación y remuneración en la institución verde olivo aunque en realidad la mejora económica parece quedarse sólo en niveles medios o superiores sin llegar a las numerosas bases que la reclaman permanentemente. De alguna manera se trató de recuperar el orgullo y la dignidad de ser policía aunque esto llevo al abuso de poder de algunos uniformados que se envalentonaron y arremetieron contra la sociedad civil. Y es que el problema no sólo pasa en que tan bien vestido y equipado este un policía, sino también en su nivel de formación profesional, en el trato que brinde a la sociedad y en cuanto cumpla con su rol de protección y lucha contra el crimen. El respeto no se lo impone, se lo gana y es en este sentido que se debe trabajar para recuperar esta institución, no para tener bravucones de verde que se crean todopoderosos sino servidores públicos que sean respetados, apreciados y hasta cuidados por la gente que también precisa sentir que los policías son sus aliados, que están del mismo bando y no vivir desconfiando de ellos por los antecedentes citados.