Bolivia es un país muy difícil de manejar, hay prácticas institucionalizadas y consideradas más que normales, casi intocables, nuestra economía está formateda de tal manera que pensar en un 100% de formalidad es una utopía aunque sea duro reconocerlo, somos un país que fue avanzando en el tiempo al margen de regulaciones vigentes en otros, que se proyectaron con mayor eficacia hacia el desarrollo.
La informalidad de nuestras calles, la manera en que el comercio se encara y justifica, cómo acostumbramos a manejar la economía familiar en función de un negocio, es una característica acentuada en Bolivia, un país de industria incipiente y que casi no produce nada, es cierto que en los últimos años hemos comenzado a dar pasos diferentes, en particular en Santa Cruz y en el sur con la producción vitivinícola. También es cierto que se ha venido trabajando bastante para fortalecer el control en las fronteras, se destaca la labor de buenos funcionarios que ponen su mayor empeño pero que quedan pequeños antes un monstruo tan grande con tentáculos por doquier, así es como las facilidades de siempre para introducir ilegalmente productos del exterior nos han marcado y han encontrado una forma de abrirse camino, atentando contra lo poco que generamos.
Se ejerce control y presión a quienes decidieron respetar la ley, si se equivocan y hasta si no lo hacen, son golpeados por una serie de medidas que pone en riesgo su continuidad como empresa, mientras miles están en las calles y en las ferias, con grandes capitales invertidos en mercadería, productos que ingresaron de contrabando, a ellos no les pasa nada, venden libremente, en cantidades más que importantes, son los marginales de la economía que tienen un mejor trato que los formales, que deben justificar todo con papeles y documentos, los otros nada. Esa contradicción de premiar al que viola la ley y de ahogar a quien se somete a ella, pone todo de cabeza y se confunde el bien y el mal, lo correcto de lo incorrecto, es una realidad que se presenta a cielo abierto, delante de todos, cada día, en cada mercado, en cada feria, la improvisación vale y sirve… por lo menos aquí.