Noticias El Periódico Tarija

Al ser funcionarios públicos se entiende que estamos al servicio de la colectividad, aunque en nuestro país parece que quien ocupa este lugar considera que la población debe rendirle pleitesía, una tergiversación de la función pública llevada al extremo. También entendemos que si esa persona tiene que administrar recursos de la gente, no sólo significa que puede ser dinero contante y sonante, sobretodo se trata de bienes que tienen un dueño… el pueblo, no el funcionario. La experiencia y los antecedentes en nuestro país nos reflejan una realidad muy lejana a lo ideal, al punto que quien funge en un cargo cualquiera cree tener derecho pleno a disponer como le plazca de cuanto le caiga en las manos y como si de su propiedad privada se tratara. Existen anécdotas risibles y ridículas hasta desproporcionadas por sus características, de todas maneras el que roba un peso o un millón es igualmente ladrón, no se mide por la cantidad o el impacto sino más bien por el hecho en si que rompe parámetros éticos y legales. Existen aquellos que disponen de sus subalternos como si de sus empleados se tratara, no faltan los que utilizan al chofer de un vehículo oficial, y al vehículo también por supuesto, como el chofer de la familia, que hasta hace las compras en el mercado y recoge al «hijito de papá» cuando así se lo mandan mientras Ud. y yo pagamos su sueldo. En horas cuando se deja a los niños en el colegio o cuando se los retira, casi se volvió normal el ver vagonetas con el sello oficial de alguna institución, Alcaldía, Gobernación, Dirección de Educación, etc., resulta que a estos funcionarios indolentes tampoco les importa que quien «usan» para que cumpla sus órdenes tiene casa, familia, hijos, que almuerza o quiere almorzar o cenar con ellos, que tiene horarios de trabajo, eso el «jefe» no lo ve, no lo siente ni le importa.

Esta es una verdad que todos conocemos y ya no nos altera, además de que se tratan de acciones ilegales que están penadas pero nadie aplica la ley, esa inacción ciudadana, ese no importismo, esa especie de cansancio por tanto abuso de la cosa pública, parece haber calado tan profundo que nadie mueve un dedo ante la evidencia de actitudes abusivas.