Noticias El Periódico Tarija

En el pasado, hace muchos años atrás, salíamos de viaje y recién cuando nos acomodábamos en una casa u hotel nos reportábamos, dábamos señales de vida, había que hacerlo desde una cabina telefónica. Cuando como hijos salíamos a la calle, nuestros padres no sabían nada de nosotros hasta que regresábamos, unos eran más nerviosos que otros pero así vivíamos y no entendíamos la vida de otra manera. De repente, empresarios prominentes y políticos de la alta cúpula comenzaron a usar unos teléfonos inalámbricos que parecían un ladrillo, el servicio era carísimo y excluyente, la gente de a pie no podía pensar en tener uno porque se pagaba tanto por llamar como por recibir una llamada.

Por estos lares, hace unos 25 o 30 años atrás apareció el celular y tuvo tanto impacto que sin duda todo cambió, su uso se popularizó al punto que hoy casi no se puede encontrar a alguien que no tenga uno, el servicio es barato y hay aparatos de todo precio. Lo más importante es que el celular no sólo se usa para hablar, sino también para navegar en internet, participar en redes sociales, enviar correos electrónicos, «chatear» o «wasapear», como agenda para que nos recuerde los compromisos que tenemos, como reloj, lo usamos como cámara fotográfica y hasta de video, en fin, tiene múltiples aplicaciones y se ha convertido en un producto indispensable en nuestras vidas, tanto que nos volvimos muy dependientes, lo manipulamos a toda hora y en todo momento, se hizo una costumbre incómoda, molestosa, poniendo en tela de juicio hasta nuestra buena educación. Lo malo es que siempre está en nuestras manos, hasta cuando conducimos un automóvil y hasta una motocicleta, distrae nuestra atención y es causante de muchos accidentes y tragedias. Es tiempo de darle el lugar que debe tener y vencer esa dependencia que nos somete y limita, es preciso entender cuando lo debemos usar y cuando no, para no poner en riesgo a otras personas.