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Hace ahora 19 años, cuando Roger Federer tenía 19 años, casi 20, tuvo lugar un cambio de guardia en el mundo del tenis, en la historia del tenis. El suizo derrotaba a Pete Sampras en Wimbledon, donde nunca más volvería a ganar el siete veces campeón, anticipándose una nueva monarquía en el circuito masculino. Hace 19 años también tuvo lugar una interesantísima entrevista realizada en el US Open, a manos del periodista David Law, con el 20 veces campeón de un Grand Slam como protagonista. Rescatada hace pocas fechas, allí se cuenta la realidad de un incipiente genio, con reflexiones que no se conocen y que vale mucho la pena recordar.

En aquella charla, días antes del comienzo de un US Open que se llevaría Lleyton Hewitt, el gran rival del suizo hasta 2004, se cuenta como Roger vivía todavía con sus padres. Años antes, entre los entrenadores que fueron moldeando tenis y carácter, estuvo trabajando con él Sven Groeneveld, prestigioso entrenador que guió a Maria Sharapova. Sven le contó a Law el inmenso talento del helvético. Groeneveld cuenta cómo ajustó su técnica para jugar combado y no tan plano.

«Tenía la capacidad de hacer grandes tiros. Pero daba golpes planos, golpeando la pelota fuerte y cerca de la red, pero fallaba. Decidí poner otra red encima para darle más altura en sus golpes. Lo obligó a golpear con spin y consiguió algo de profundidad, pero se molestó. «No quiero jugar así», me dijo. Pero una vez que le expliqué que era un tiro que necesitaba en los partidos, lo aceptó. Además asimiló todo rápido. Golpeaba muy fuerte pero con mucho spin, la pelota caía como una roca».

Cuenta Federer que en aquellos tiempos, cuando derrotó a Sampras, fue comparado con Borg, algo sorprendente para el propio Roger. «Me sorprendió mucho cuando la gente comenzó a compararme con Borg porque siempre tuve la sensación de que yo era todo lo contrario a él. Cuando era joven, realmente me comportaba como un idiota en la cancha. Mis padres se estaban volviendo locos en las gradas. Era ridículo. Mi padre decía ‘relájate, no te asustes’, pero estaba convencido que yo me conocía mejor. Creo que finalmente me di cuenta. Mis entrenadores, Peter Carter antes y Peter Lundgren ahora, me dicen que tirar mi raqueta, enfadarme y gritar no ayuda a mi juego, pero simplemente no estaba de acuerdo con ellos. Tenía la sensación de que tenía que hacerlo, liberar mi enfado de alguna manera. Ahora me doy cuenta de que es mejor cuando demuestro menos emociones, me concentro más en mi juego y pierdo menos energía».

En aquellos momentos contaba Peter Carter, exentrenador de Roger, cómo había evolucionado el suizo. «Definitivamente no era el tipo de hombre que golpearía 20 derechas cruzadas y era difícil encontrar algo nuevo cada vez, pero he visto una mejora en él. Es agradable ver cómo se ha desarrollado. Está madurando como jugador y como persona. Nunca escuché a la gente hablar mal de él, tiene un buen corazón».

Más interesante aún es poder recordar lo que pensaba y reflexionaba Roger acerca del juego sobre hierba. «El problema es que si te quedas atrás en césped, realmente no importa cómo de malo sería el resto de tu rival que no lo vas a poder levantar. Así que sacas y subes a volear para que la devolución venga a buena altura». Pero más sorprendente es que su talento para volea estuviera aún por desarrollarse. «Cuando comenzó a practicar voleas, lo odiaba, no era bueno», dijo Lundgren. «Era como si hubiera tiburones dentro de los cuadros de saque. Pero practicamos, y ahora los tiburones se han ido».

Es especial, sin duda, poder leer lo que exclamaba Roger sobre Sampras semanas después de haberlo derrotado, recordando lo vivido cuando vio a Pete al otro lado. «A veces miraba a través de la red y lo veía, era alguien especial y diferente. Normalmente miras al otro lado y solo ves a un rival, pero esta vez cuando miré, vi a Pete Sampras, mi ídolo. No me sentía normal. En mi primer juego de servicio mis manos estaban heladas, pero comencé con un ace, así que me alivió de inmediato. Estaba pensando, ‘¡Oh, vamos, es un buen comienzo!’ Después de los dos primeros juegos que jugamos, fue un partido normal y me metí en la rutina. Tenía mucho miedo, con el paso del partido, de que mi oportunidad se me estuviera escapando. Pude ver en su rostro que estaba haciendo crecer su juego».