Noticias El Periódico Tarija

Era difícil de imaginar pero el coronavirus nos empujó a estar en familia y cara a cara, ya van más de setenta días, cuando la comunicación en el núcleo familiar se había desgastado al extremo por la falta de tiempo, el trabajo, el internet, el whatsapp, el celular, etc.

Es muy cierto que la tecnología avanza imparable con una fuerza incontrolable, imaginar hace sólo diez años atrás que en un teléfono celular podríamos tener acceso a millones de datos de información, a poder utilizarlo como una computadora, como un GPS, como una radio satelital, como un pequeño televisor y como varias otras formas de ayuda y entretenimiento era imposible. Hoy este aparato se ha vuelto casi parte indispensable de nosotros mismos, dejar el celular en casa o en el escritorio del trabajo nos hace sentir incompletos, como que algo importante nos falta, esa conciencia de incomunicación desespera y plantea la dependencia ya instalada.

Hay quienes que ya por costumbre están revisando el celular pero no para ver si los llamaron sino para verificar si no tienen mensajes escritos o de voz, para conocer las ultimas noticias o los más recientes chismes a través de las redes sociales que literalmente nos han engullido. ¿Debemos preocuparnos por esa dependencia?, seguro que si, pues en las familias de hoy su influencia es devastadora, disgregadora, se ha roto la comunicacion fluida, se ha quebrado el contacto intimo que fortalece esos vínculos, cada quien esta en su mundillo personal y privado, con la mirada clavada en una pantalla, con el cuello torcido y los dedos ágiles enviando mensajes en una conversación que no tiene nada que ver con la que debería haber en la mesa de un hogar.

Quienes todavía fuimos parte de familias en las que se hablaba, en las que la sobremesa era el mejor momento del día, en las que casi no había nada que nos distraiga, también estamos cayendo en este agujero negro cuando deberíamos ser quienes enseñemos el uso medido y responsable de la tecnología. Las nuevas generaciones están creciendo sin esa noción de lo que es conversar y compartir en familia, por tanto jamás la extrañarán y menos valorarán esos espacios, no los conocen, eso es lo que les transmitirán a su vez a sus propios hijos, lo que nos hace prever un futuro donde nadie hable entre si, donde nadie se mire a los ojos y descubra en una mirada el sentimiento del alma, un futuro de relaciones frías y automatizadas, mecanizadas. Hoy en día ya podemos ver que entre los jóvenes se comunican mejor de celular a celular que de boca a oído. Tal vez es un proceso irreversible que también nos consume a nosotros aunque es muy posible que el nuevo tiempo que vivimos, nos permita establecer prioridades y valorar lo mucho que tenemos y considerábamos que venia adjunto a nuestras vidas, como si lo mereceríamos porque si.