Noticias El Periódico Tarija

Eduardo Claure
Han conducido y conducen esta Patria una serie de personajes, todos hombres, salvo dos excepciones, honrosas, pero que en genérico se puede decir a todos, ”hombre”, por un tecnicismo del lenguaje, de la ciencia, de la antropología, la sociología, la política, la religión, etc., su acepción unifica lo sustancial de su concepto sin hacer desagregaciones de interpretación de su significado. Ahora bien, estamos en una sociedad, y nos es presentado un señor llamado, digamos, Anselmo Silvestre, a quien antes desconocíamos. Indagamos quién es y recibimos entonces una serie de informaciones: 1) es un hombre, 2) tiene 45 años, 3) casado, 4) padre de familia, 5) pocoateño, 6) profesor, 7) vicepresidente del partido por la mitad, 8) carpintero, 9) socio de un club deportivo, etc. Asumimos la impresión de que el señor Silvestre ya no es un desconocido. Pero, qué es lo que de él sabemos? Sólo conocemos una serie de propiedades o atributos que tiene, y una cantidad de posiciones que ocupa en la sociedad. Todas ellas, sin embargo, no alcanzan a diferenciarle de otros hombres, ya que otros también las poseen si bien en distinta combinación. Sus amigos, su esposa, sus hijos, su familia, el sector y partido al que pertenece, saben ciertamente que el señor Silvestre es algo más que una pieza recambiable con unas cuantas propiedades sociales. Pero a nosotros no nos comunican propiamente ninguna información acerca de él mismo, sino tan sólo acerca de aquellas relaciones sociales, económicas o políticas en las que podemos encontrarnos con el señor Silvestre. Podemos pues pensar qué, cuando nos lo encontremos, actuará como cabe esperar de un hombre de 45 años, casado, padre de familia, pocoateño, profesor, etc. Pero estas expectativas tampoco le afectan a él mismo, sino a las posiciones y funciones que él ha asumido en la sociedad. De primea intensión, no son ni siquiera las suyas propias, aún cuando de hecho viva en ellas. Tiene que hacer lo que de él se espera. Las propiedades que aquí han sido enumeradas, son posiciones determinadas dentro de unos campos de relaciones sociales, políticas, económicas, religiosas, todas preestablecidas. Están ligadas a una expectativas y exigencias sociales, políticas, laborales, económicas, religiosas, etc. Al hacérselas propias, suyas, viene él a ser “alguien” en la sociedad. Como muestran esa enumeración, que naturalmente se podría seguir prolongando, ocupa muchas posiciones a la vez. Lo cual significa que, en cada una de las posiciones, ha de cumplir unas expectativas distintas y ha de actuar de un modo distinto a como lo hace en las restantes.
Quien es propiamente el señor Silvestre? Quizás en la opinión pública de una ciudad, de un municipio, de un departamento, se ha conseguido ya un nombre, de manera que tal vez se lo conoce como esté determinando el señor Silvestre. Entonces, naturalmente, no querrá él perder su nombre. Sin embargo, ¿es él, idéntico a la notoriedad que su vida personal ha encontrado en los demás? Puede también ocurrir lo contrario. De seguro, hará él todo lo posible para no perder la apariencia, conservar su exterior y mantener pura su efigie a los de los demás; pero, precisamente por eso, resultará dudoso que él sea realmente lo que él tiene, así sea su nombre lo que expresa su irrepetible individualidad, o si ese nombre sea una mascara tras la que puede, igual de bien, andar escondiéndose. Si al mismo señor Silvestre le preguntamos quien es él, podrá evidentemente respondernos que él es todo aquello que le presenta en sus propiedades y posiciones. Podrá también decir: “Aquí soy bien conocido”. Podrá identificarse con la imagen con que aparece socialmente, políticamente. Pero podrá también diferenciarse de ella. Puede que sólo esté representando estas propiedades, cualidades y posiciones, como por así decir, jugándose a sí mismo a dos cartas, o por lo menos, guardando una bajo la manga. Eso es lo que solemos ver cuando alguien nos dice: “Por mi cargo, por mi investidura de funcionario he de comunicarle a usted…; pero si usted me pregunta personalmente, le diré qué….” Acaso recientemente, no tuvimos un personaje que se nos presentó como humilde dirigente campesino, declarado indígena, querido por las bases y luchador incansable por los derechos de los pueblos indígenas, los derechos de la madre tierra, justicia para los más pobres, combatiente incansable contra el imperio, etc. Pero, que más temprano que tarde, mostró su verdadero rostro e intenciones aviesas para la conducción del Estado.
En épocas tranquilas, el señor Silvestre, logrará probablemente reducir a un denominador común sus múltiples posiciones o funciones sociales. Desarrollará entonces un estilo de vida con el cual equilibre sus diversas tareas y encuentre el tiempo oportuno para cada una de ellas. Pero hay situaciones extremas en que las diversas cargas se convierten en sobrecargas, y entonces sucede un desdoblamiento de su personalidad. Por ejemplo un alcalde es padre de familia, autoridad, dueño de un negocio, conferencista, y una más… Cuando este hombre dice “yo”, puede escoger una de estas cuatro posibilidades, que realmente es. Porque para cada una de estas cuatro personalidades de la única personalidad disociada, tiene que pensar y actuar de manera distinta a las otras. Esta figura para muchos cristianos que vivían detrás de la “cortina de hierro” de la ex URRS, era pan de cada día para sobrevivir. A tales desdoblamientos de la personalidad se llega a menudo en las dictaduras políticas e ideológicas, aunque no sólo en ellas. Los hombres se ven obligados a hacer y dar testimonio de cosas que ellos no querrían. A la sociedad moderna se la llama sociedad pluralista porque en ella siempre pugnan una multiplicidad de opiniones e intereses, grupos y asociaciones. Pero en ella el hombre, también, se experimenta a sí mismo como un ser pluralístico que, como en una encrucijada, ha de vivir con frecuencia muy diversas normas, exigencias y expectativas, a las que no cabe ya reducir al denominador de una única y sosegada personalidad, ni de una trama coherente. La necesidad imperiosa de tener que estar siempre adaptándose, puede conducir a una ruptura de continuidad en la vida. En el negocio ha de hacer de gerente duro, en casa de tierno padre, en el círculo de amigos de interlocutor interesante y sugerente, de investigador prolijo y cuidadoso, etc. ¿Dónde es el hombre, y dónde le es lícito serlo? ¿O acaso, en el tráfico funcional de esta sociedad pluralista, no aparece él de ninguna manera como lo que él mismo es, ni cómo hombre?¿Es él puramente y tan sólo una persona en la medida en que comporta unas propiedades, funciones y derechos, que otros, también tienen? Aquí, aquel personaje político del proceso de cambio, desnudó su verdadero carácter político e ideológico y ansias de poder ilimitado, que mostró y puso en ejecución bajo el terror de la judicialización política, el amedrentamiento institucional casi policiaco, el copamiento absoluto de los poderes del Estado y la permisividad corrupta y dominante a sus adherentes fieles y consecuente con la “ideología” de la descolonización en la asamblea legislativa plurinacional, los espacios públicos y el cultivo irrefrenable de la hoja de coca y sus derivados delincuenciales y criminales, sometiendo a un tratamiento a la democracia y el Estado de Derecho como si fueran estorbo a sus oscuros intereses.
Para designar las propiedades y posiciones sociales del hombre, el modelo del homo sociologicus emplea el concepto de papeles o funciones sociales. Por funciones se entiende algo que al portador de dichas funciones se está estatuido con antelación, un complejo de formas de conducta que se hallan igualmente al exterior de él. La función o papel social de un profesor implica, por ejemplo, una serie de requisitos determinados de formación, habilidad pedagógica, aptitudes para el trato con los niños, los padres de familia, los otros profesores, y las autoridades escolares. Respecto a dichos requisitos, cabe distinguir entre lo que se espera muy determinadamente qué tiene que hacer, lo qué se espera que hasta cierto punto debería hacer, y lo qué se espera un tanto indeterminadamente qué podría hacer. Hay cosas que un profesor o bien tiene necesariamente que hacer, o bien debería hacer, o bien podría hacer. Se dan también las sanciones contra aquel que no cumpla con su función o salga de su rol. Toda función social contiene leyes, usos y costumbres. Algunos se hallan fijados de tal modo que al hombre emplazado en ellos le permiten tan solo un reducido campo de juego para su configuración individual; otros en cambio, requieren francamente una autoconfiguración creadora. Cada uno ha de aprender sus funciones sociales, para adaptárselas y para adaptarse él a ellas. De ahí que la función social implique el proceso de una socialización, por el que una sociedad dada se integra a unos hombres, e igualmente el proceso de una internalización, por el que los hombres se apropian sus posiciones sociales. Se darán entonces conflictos, tanto entre la letra de las funciones sociales prescritas y las particularidades individuales de un hombre, cuanto entre las diversas funciones que uno debe cumplir, la una tras la otra o varias a la vez. Toda comunidad eclesial tiene, por ejemplo, una imagen bastante fija de la función o rol del párroco. Algunos esperan absolutamente que el párroco esté siempre de servicio, y se admiran de su esfera privada, de su educación de la feligresía, de sus convicciones teológicas, o de su postura política. ¿Qué posibilidades positivas se le conceden en orden a que sea y se haga él mismo, tal como se lo conoce socialmente? Sin duda, qué, el profesor y el párroco, cumplen ante la sociedad, lo mejor que se espera de él. En el caso boliviano, hasta las elecciones de diciembre de 2005, al dirigente cocalero se le dio oportunidad para que sea El, el Hombre, que desarrolle los valores y cualidades de la imagen que traía como ropaje político, como lenguaje, como mensaje, como contenido. La desmitificación de tal personaje, de tal Hombre, se vino abajo estrepitosamente y los efectos de sus ansias de poder omnímodo dependiente de fuerzas externas ajenas al desarrollo nacional, a la construcción de una sociedad de Hombres que sean Hombres en sí y para la sociedad, nunca se dieron, aún teniendo la oportunidad y capacidades de construir un nuevo Estado Plurinacional, el intento fallido de ese sueño político quedó en el tintero y hoja escrita de la población boliviana, de sus críticos y estudiosos, de la clase política, de las regiones y, principalmente de los pueblos indígenas, que dijo era lo fundamental de las reivindicaciones históricas que traía en sus manos crispadas de supuesta ansia de libertad y desarrollo.
La figura del hombre sin atributos en un mundo de propiedades sin hombre es ciertamente, en el plano estético, una figura atrayente, en el plano ético y político, sin embargo, una utopía funesta de lo negativo. Es un sueño de omnipotencia en el ámbito de las posibilidades irreales, que nace de las experiencias de impotencia en el ámbito de la realidad social y política. De este modo surge un concepto de ser humano que se halla determinado tan sólo por voluntad y poder, por voluntad de poder. La fundamentación ideológica de la guerra, la cuestión de quien la haya iniciado, la utópica consignación de los objetivos bélicos y la pregunta sobre lo que vendrá después, todo esto se dejó a cargo del “enviado de Dios”, del “Doctor Honoris Causa”. El pueblo y sus dirigentes políticos, no motivan la guerra como vivencia interna, ellos querían democracia. Frente a esto, a los luchadores de vanguardia del proceso de cambio eso no les interesaba. En el fondo, la militancia masista era y es como los antiguos lansquenetes o mercenarios, que pueden pelear a favor de cualquiera porque en ninguna parte tienen su hogar. El mercenario, no ha puesto su causa en nada. Su ideología decisionista y bélica, es la ideología de la hueste perdida, de las SS, de los comandos suicidas japoneses kamikazes, de los marines yanquis, de los legionarios franceses, de las unidades de élite de tropas de asalto, y, a veces también y con seguridad de los chapareños cocaleros y similares o conexos urbanos. Lo demostraron claramente en los luctuosos hechos beligerantes y violentos entre octubre y noviembre de 2019, en los escenarios de El Alto, Sacaba, Yapacani, altiplano orureño, en las ciudades de La Paz y Cochabamba y otros lugares, demostrando esa dependencia a la orden suprema sin raciocinio, sin crítica, sin individualidad formada ni colectiva. Ignaros.
La voluntad de poder y el poder de la voluntad pueden tener también consecuencias políticas en la sociedad actual. Esa fue la fascinación de 1933. Porque el fascismo no tenía en el fondo ninguna ideología nueva o propia, sino que era un revoltijo de ideas apropiadas. En el fondo lo que fascinó a los hombres, no fue ni el nacionalismo ni el socialismo que en el nacionalsocialismo se pretendía, sino algo totalmente distinto: el poder de la imposición, la resuelta voluntad del Führer y el seguimiento ciego, obcecado, la movilización total del pueblo y el uniformar la sociedad plena de intereses conflictivos sometidos a esa voluntad única. No las ideas ni los ideales, sino la resolutividad, fue lo que a muchos les impuso. Ella les infundió el sentido de su propia grandeza y el sentido de orientación dentro de la historia del mundo. En realidad, sólo psicoanalíticamente puede explicarse que intelectuales afectados por una astenia mental añoren a veces ponerse bajo el látigo del hombre fuerte y de decisiones autoritarias a sus problemas insolubles, y caigan a continuación en el himno abúlico de pasar de la decisión a la decisividad. Según la ideología de los lansquenetes, la felicidad más honda del hombre deberá consistir en marchar al sacrificio. En la entrega total habrá de radicar la salvación frente a la incertidumbre, en la que uno no sabe para qué existe. Eso es también lo que Hitler prometió a todo el pueblo alemán en su libro Mi Lucha: “Idealismo: por esta palabra entendemos tan solo la posibilidad del sacrificio del individuo en favor de la totalidad…Únicamente él conduce a los hombres hacia el reconocimiento voluntario del privilegio del poder y de la fuerza, y los hace convertirse en un polvito de aquel orden que forma y constituye el universo entero”.
La mejor preparación para la vida nueva y audaz del sacrificio es la aniquilación de las valoraciones y normas del espíritu humanístico, la destrucción de la labor educadora que la era burguesa ha efectuado en los hombres en el último siglo y medio. “La mejor respuesta al crimen de alta traición del espíritu contra la vida es el crimen de alta traición del espíritu contra el espíritu”, decía E. Jünger en 1932. Un crimen semejante de alta traición del espíritu contra el espíritu, lo encuentra uno hoy en día con frecuencia en las universidades; bien sea que los unos pretendan volver a vincular la autoridad del espíritu a los hombres fuertes de la política y a sus decisiones autoritarias, para salvar la “libertad” de la ciencia, o bien sea, si no, que otros adoren el anarquismo y celebren en la impotencia el culto a lo violento. El desprecio a la universidad como “torre de marfil” habitada por “idiotas de especialidad” para las ideas de los extremistas del proceso de cambio, por ejemplo, pudo, en verdad, profundizar la responsabilidad política por las ciencias, lo académico, lo doctrinario, lo intelectual, incluso lo artístico, pero, convirtió las casas superiores en plantas de comisarios policiacos que persiguieron al intelecto, a la maravillosa producción de la mente humana. La impotencia de las ciencias y del espíritu es sentida por muchos de un modo semejante. Pero, en vez de sacar poder de esa impotencia, caen muchos en ese eslogan de izquierdas y derechas y, marchan suicidas a la “ultima batalla”, la “madre de las batallas”, entre gases lacrimógenos, golpes, balas de los aparatos represores o de movimientos sociales, y las bombas molotov de quienes se tienen por “rebeldes partisanos” (UMSS). Si hay un “crimen de alta traición del espíritu”, este estriba, precisamente, en el sometimiento de la doctrina y de la investigación al poder carente de espíritu. El Socialismo del Siglo XXI, disfrazado de un discurso de “proceso de cambio”, puso en marcha un proceso aniquilador, no solamente contra la derecha vende patria, neoliberales, separatistas y otras consignas, sino que al desvalorizar lo académico al referirse su líder de que “agradecía no haber pisado la universidad, porque así tenía la libertad de pensar por si mismo y no estaba encasillado, sometido, colonizado”. En el nivel político estatal, esta decisión de la imposición de la fuerza llevó a la destrucción de la democracia parlamentaria, a la cual la ridiculizó como simple democracia formal y nada más; sin embargo, en su gestión de 14 años, esta anulación de la capacidad dialogante de ese cuerpo legislativo, impidió de forma malsana, políticamente hablando, el desarrollo de un sistema educativo superior y formal básico y secundario, negó la posibilidad de cultivar en lo académico el despliegue de ideas y pensamientos que recreen ideologías, gesten prohombres intelectuales en áreas como las ciencias tecnológicas, humanas, literarias, jurídicas, artísticas, y otras, por la desvalorización al culto de las ciencias y el desarrollo del intelecto para predicar “el sexo de las piedras”, según su Canciller David Choquehuanca. Sobre esta cavernaria predica, el mundo académico no dijo palabra alguna, por el temor a la represión fascista al mejor estilo de Mao, Hitler, Mussolini o Stalin. Hasta que “el enviado de Dios”, salió huyendo de su propia sombra y conciencia.
Hubo Hombres que han construido esta Patria y han legado para perpetua historia su capacidad, su inteligencia, sus acciones para la formalidad institucional de Bolivia. Sucre, Bolívar, Andrés de Santa Cruz y Calahumana y muchísimos próceres han dado su verdadero rostro, sus verdaderas intenciones y nunca mostraron a medio camino un As bajo la manga, no dejaron su discurso ni ropaje por otros, porque tenían un solo discurso y un único ropaje. Sus valores y cualidades de los que venían mostrando, siempre fueron los mismos, íntegros, incólumes en sus principios y valores. Ropaje y palabra fiel a su naturaleza libertadora, estaban hechos de una misma madera, jamás mostraron sus hilachas, porque no las tenían. Hoy, que la Patria se mantiene en vilo por recuperarse en la institucionalidad democrática, los derechos humanos y el respeto a la ley, será que se podrá disponer de Hombres, de verdadera esencia humana, social, política e ideológica que actúen en función de su discurso, atributos y valores, o continuaremos en este vaivén circense de nunca acabar? Hoy, parece lejano se cumpla ese bien intencionado deseo, las huestes que no tomaron por asalto el cielo, vienen insistiendo convulsionar este lapso democrático asolado por una pandemia perversa “imperialista” –para los desalojados del Palacio Quemado- que intentan por encima de todo fuero humano racional, provocar una hecatombe que les abra la puerta ancha del poder. Es que, los bolivianos en buena parte, aún no han experimentado descubrir al Hombre que conduzca las riendas democráticas para el desarrollo. Un Hombre integro, digno o por lo menos honesto y transparente en lo que él es, social y políticamente a prueba de subterfugios innobles, sin entornos palaciegos corruptos, ni conmilitones desesperados de delinquir. La ética y la moral política, yace en espera de una mano conducente al mañana que la rescate en esta aciaga coyuntura que no tiene sino una naturaleza perversa, en la voz y acción nada residual de los predicadores del proceso de cambio y del ya casi extinto Socialismo del Siglo XXI. Hombres bolivianos políticos e íntegros, dónde están..?!