Al parecer el cuoteo del aparato estatal está “institucionalizado”, los partidos políticos que acceden al poder, llegan a considerar como suyas esas instituciones y piensan que pueden hacer con ellas lo que les plazca. En los tiempos de la denominada “democracia pactada” la repartija era entre quienes formaban parte de la coalición de gobierno, en algún momento se llegó a llamar “mega coalición”, nadie se quedaba afuera. Lo regular era que antes de asegurar “sus votos” el partido pidiera lo que quería por ellos, la Aduana, YPFB, Impuestos, etc. Direcciones, Gerencias, toda la institución, eso era parte de la negociación y claro que quien mas diputados, senadores y votos tenía…pedía y conseguía mas. Ya rayada la cancha cada cual se las arreglaba y disponía a discreción. Cada partido acomodaba ahí a sus militantes que al fin y al cabo por eso trabajaban en la campaña. Las disputas surgían y se vivía en permanente acomodo. El “peguismo” pasó a ser parte de la peculiar forma de administración de las instituciones, más en un país de empresa privada incipiente y con pocas industrias capaces de generar fuentes de trabajo para miles de familias. El problema en si no radica en dar fuentes de trabajo a quienes son del partido o ayudaron en la campaña, en la mayoría de los casos los méritos profesionales poco importan ante “la muñeca”, sino que pasa por definir qué clase de funcionarios y cuántos se precisan para llevar adelante una institución. ¿Cómo se define qué cargos estarán disponibles y quiénes son los ciudadanos adecuados para ocuparlos?… y hablamos de cargos medios para abajo, porque los jerárquicos quedan para los “mas pesados”. Es así que cuando ingresamos a una oficina pública faltan escritorios para tantos empleados, la gente está “cabeza con cabeza”, “espalda con espalda” sin saber ni tener que hacer.
Eso obliga a hacer un alto y preguntarnos cómo se define el delicado tema de los funcionarios públicos, su calificación y número. No podemos tener instituciones donde el cargo tenga cara, donde el puesto esté construido para alguien con nombre y apellido, cuando “la pega” solo es eso sin justificar su existencia. Nos cansamos de escuchar de las mentadas reingenierías, de rediseñar algunas reparticiones en las que se sabe hay supernumerarios al punto que nadie puede explicar porqué ya que en algunas de ellas la presión político-sindical es tan fuerte que es mejor no hacerse de “mala sangre” y seguir en el cargo sin molestar a nadie para estar más tranquilos. Instituciones que funcionan así están destinadas al fracaso porque es imposible medir sus resultados de gestión ya que los parámetros son otros, es imposible en ellas pretender planificar porque no habrá proyección que soporte números desviados e inexplicables. Sus cifras siempre serán inmanejables porque se tiene que subvencionar lo uno con lo que se pueda. Dar empleo por dar, sin funciones específicas que obedezcan a un trabajo serio de acuerdo a la visión, misión y objetivos de la institución.
Es tiempo de un Estado moderno, efectivo y liviano, en todos sus niveles, con instituciones ágiles, dinámicas, desburocratizadas, que funcionen con el personal adecuado, suficiente y necesario para garantizar sus resultados.