Noticias El Periódico Tarija

Gonzalo Lema

          Deberíamos releer a Ernesto Sábato: “Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Nos pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre”. Podemos calificarlo de optimista aunque se advierte que su esperanzado mensaje, lanzado con decisión al océano de pobreza existencial que navegamos por estos tiempos, es muy consciente de la chatura y falta de calidad del ser humano actual.

          “La resistencia” es un libro que denuncia la incomunicación pese a la proliferación de medios, formales e informales, de comunicación. Contra todo pronóstico, la lluvia a granel de la información sin tregua, de múltiple origen, más bien nos aísla, nos desagrega, y logra volvernos autómatas. No sólo eso: el libro denuncia el culto a sí mismo, la reverencia a los dioses de la mediocre televisión, el trabajo mecánico, enajenante y muchas veces deshumanizado al cual debemos someternos. Aún más: interpela a quienes abogan a favor del imperio de la máquina sobre el ser, denosta contra el sometimiento (cualquiera de ellos) y la masificación tan convenientes para la dictadura militar, ideológica, comercial. Hace hincapié en el creciente sentimiento de orfandad que albergamos, la cruel y feroz competencia que hemos desatado y nos ha convertido en víctimas, y el vértigo caótico en el que toda posibilidad de diálogo desaparece. Bueno: contra esa estupidez, afirma y lo acompaño, hay que resistir.

          La pregunta inmediata es: ¿Cómo resistir? Dice: “Estamos a tiempo de revertir este abandono y esta masacre. Esta convicción ha de poseernos hasta el compromiso… El ser humano sabe hacer de los obstáculos nuevos caminos porque a la vida le basta el espacio de una grieta para renacer”.

          Es cierto. La humanidad ha sabido ponerse de pie incluso después de desastres apocalípticos. Una y otra vez, con una convicción que convendría desentrañar. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué no se abandona a su destrucción? ¿Qué sueño desea alcanzar? Las respuestas son tantas, y muchas de ellas imbuidas de caudalosa fe, que resulta hasta criterioso pensar que un día lo lograremos.

          No sólo lo enunciado por Sábato nos agrede. La intolerancia como la discriminación, también. El clasismo. La ilegalidad y la corrupción. Toda la palabrería política nos hiere. La autocracia disfrazada de democracia. El sesgo progresista. La democracia falsa e insuficiente. Cualquier irrespeto. La supremacía de cualquier raza. El fanatismo político, religioso y hasta deportivo. El regionalismo, el localismo, esos absurdos. El sectarismo. El bloqueo de la mente y del corazón frente a la vida que se renueva sin cesar. Con seguridad que todo eso, y los temas no nombrados, nos dañan. Quiero decir: nos ponen la vida cuesta arriba. ¿A quién debemos echarle la culpa si no a nosotros mismos? ¿Acaso lo que esperamos caerá del cielo? No, por supuesto. Lo que vendrá será fruto directo de lo que sembremos ahora. La culpa, subrayo, ha de ser siempre nuestra. También el mérito si lo hacemos bien.

          Debemos incorporar a nuestra mentalidad este concepto: Resistir. Sin embargo, si resistimos sin vocación de victoria en algún momento tendría que amenguar nuestra fortaleza. Resistir para vencer tanto absurdo que aún arrastramos. Un fardo de piedras grandes que sigue demorando el camino a una mejor realidad. Traumas. Frustraciones. Grotescos ideales inviables. Derrotas no asimiladas. Victorias deshumanizadas. Soberbia. Egolatría o endiosamiento. Insensatez absoluta. Toda esa rémora debemos abandonar y pensar en la apuesta de Sábato: “… la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera”. Todos sabemos cuánto quiso decir.

          El tema de fondo es que la naturaleza del ser humano está en duda. ¿Es posible afirmar que nace bueno? ¿Que nace malo? ¿Que nace egoísta? ¿Que nace generoso? Por supuesto que no es posible afirmar ni lo uno ni lo otro. Nace, claro, pero luego se construye. Ladrillo a ladrillo, trauma sobre trauma. Acierto sobre acierto. Un día ya está hecho para bien, para mal o para nada. La humanidad se hace a sí misma, porque los padres educan a sus hijos. O deseducan. La tradición que debiéramos sostener, aunque por supuesto renovada y embellecida, parece haber explotado y atomizado. Lo vemos a diario: en los hogares, en las calles y en la política. Como si fuera cierto que todo lo acumulado durante milenios, toda esa sabiduría hecha con tanto esfuerzo y dolor, no nos sirviera. Un mundo nuevo nos presentan los delirantes. Bueno, hay que resistir para ganar.