Eduardo Claure
La Constitución es la suma de los factores reales y efectivos de poder existentes en un país. El poder, dejó que el pueblo hablara entre el 2007 y 2009 a través de sus representantes, decidiendo libre y soberanamente sobre la Constitución que el país reclamaba. Esta ansia, fue escamoteada por una banda política ideológica, no por la representación genuina de un pueblo.
Las ideas, y sobre todo las ideas políticas, pueden y deben cultivarse ahora tras esta dolorosa coyuntura, en la reflexión individual, la grupal y la colectiva, pero es necesario que una vez maduradas esa ideas hechas visión, afronten la realidad, por espinosa que sea, para orientar las reformas a la CPE que exigen estos tiempos difíciles y complejos. La Constitución posee un cuerpo y un espíritu; vale decir una envoltura corpórea o ropaje formal, técnico y normativo, a la vez que un alma que le insufla vida y aliento. El cuerpo puede ser modificado y hasta perfeccionado de acuerdo con la ley eterna del progreso humano. Su espíritu, que es su esencia, debe proyectar vida, armonía, tolerancia, convivencia pacífica: en orden, equilibrios y respeto. La sociedad boliviana, el pueblo, con la prudencia necesaria debe encarar una Reforma Constitucional para acometer tales reformas en la Asamblea Legislativa Plurinacional o convocando una nueva Asamblea Nacional Constituyente, admitiendo que lo fundamental en el marco de la flexibilidad de las normas fundamentales, adecuen la ley suprema a los requerimientos cambiantes de las circunstancias actuales. Basta de experimentos.
El alma de la ley es la sustancia espiritual y permanente, tanto como las cosas humanas puedan serlo, integrada por el conjunto orgánico y sistemático de ideas, valores y principios históricos, filosóficos, morales, sociológicos, jurídicos, políticos, económicos y otros, que hacen a la esencia inmanente e inmutable de la Nación, de la Patria y conforman la Doctrina Constitucional, ungida en su médula de manera auténtica e inmanente en el mismo inicio de la República, desde un 6 de agosto de 1825, de acuerdo con cuyos grandes y supremos valores, ideas y principios filosóficos y políticos –sempiternos– la Nación Boliviana debía organizarse jurídicamente mediante una Constitución representativa, única y republicana, consagrada en la Carta Magna, Ley Suprema, Fundamental y Fundacional de la República de Bolivia. Nuestra CPE no está encapsulada en frías fórmulas de gabinete, o en conciliábulos de “cuartos de guerra”, sino que ella tiene sus raíces en un remoto transcurso, impregnado de abnegación, sacrificios, sangre y dolor. Con su sanción primera, se originó un compromiso para las generaciones posteriores, de ayer, de hoy y las del mañana. Este proceso de su constitución, debió estar acompañada de la lectura y aprehensión de las lecciones de la historia y siendo fieles al espíritu y a los valores fundacionales de esta ley suprema, como fórmula de paz y progreso para los bolivianos. Este concepto del que se partió originalmente, no ha sido respetado.
El sistema educativo y político (si existiese) debiera exaltar nuestra Constitución histórica y mostrar que si bien es reformable, conforme ella misma lo prevé, ninguna reforma y mucho menos ninguna antojadiza interpretación de la misma podría lesionar su espíritu, su alma. Así lo han querido y nos han legado sus fundadores, iluminados de experiencia e impregnados de sana y lúcida pasión libertaria, cuando delinearon en sus objetivos y en las garantías consagradas en su parte dogmática, el camino que le otorgó a la naciente Nación, su paz y su grandeza, luego de mil batallas cuyo objetivo libertario alcanzado nos legaron.
No debe olvidarse la influencia en los libertadores de 1825 de las concepciones iusnaturalistas y contractualistas, tanto la tomista, como en la línea racionalista y en general de los enciclopedistas y revolucionarios franceses de aquel entonces. Sin embargo, debe señalarse que forman la columna vertebral del sistema constitucional legado, el principio de la soberanía, la idea del contrato social sobre todo a través del enfoque roussoniano, la doctrina de los derechos naturales del hombre, la concepción de la Constitución equilibrada y la teoría de la separación de los poderes, todo ello fundamentado en la capacitación cívica del pueblo, mediante la educación para el cumplimiento de la función soberana, que es el elemento fundamental para construir ciudadanos apegados al cumplimiento de la Ley y el Orden que establece la CPE. Hace mucho que la “clase política” y el sistema educativo básico, medio y superior, dejaron de leer y comprender las enseñanzas de aquel insigne y meritorio maestro Alipio Valencia Vega en su texto de educación escolar “Instrucción Cívica Moral y Política”, que junto al de otros pensadores y educadores, escribieron diversidad de obras para la educación y formación ciudadana, cívica, moral y política, que estos “sistemas educativos” han sustituido este componente de la formación y el desarrollo humano, por literatura de adoctrinamientos perversos a la razón y la lógica de construcción del pensamiento de las generaciones pasadas del ultimo medio siglo, mientras que en el presente, las ideologías que han claudicado a la historia, se han reciclado bajo diversas formas con parecidos altruistas, pero que encierran los vicios perversos del marxismo, que nada real han construido en libertad, sino más bien, provocado los mayores desastres de modelo societal de desarrollo en general y, hoy frente a su enguerrillamiento contra el “imperio”, aplican sus esfuerzos para asimilar sociedades a una mentalidad de oposición donde juegan en el tablero y anteponen como elemento de lucha, ya no la pobreza, sino el racismo y conceptos identitarios perversos, que antes que construir una nación, sus acciones ponen en riesgo la integridad nacional, las empatías sociales que buscan no antagonismos de clase, la unidad territorial y el disfrute de los logros de un desarrollo socioeconómico armónico, cuando menos, frente a un proceso mayúsculo como la globalización, en la que debiera estar enfocada el sistema de gobierno en aplicación de una Constitución Política del Estado, construida colectivamente en equilibrio de pensamientos y orientados a superar el subdesarrollo que seguimos arrastrando miserablemente, como principal objetivo político del desarrollo y no la destrucción de “enemigos” inexistentes y que solo habitan en el pensamiento retrogrado de una izquierda trasnochada que no ha cultivado ni desarrollado las cualidades de las personas, sus valores y principios inherentes a su naturaleza humana. No existe desarrollada una “cultura de izquierda”; es inexistente una “conciencia social de izquierda”; y, menos una izquierda en empatía con nuestra historia republicana, y, menos hoy, democrática.
Precisamente aquí debe ponerse en el tapete, en este punto, el sostener la necesidad de una renovada constitución equilibrada y firme, con una separación de poderes evidente, afirmando así la vigencia del moderno Estado de Derecho. Un pueblo educado en materia de democracia, no debe contentarse que sus autoridades obren bien; este pueblo debe aspirar a que nunca puedan obrar mal; que sus pasiones tengan un dique de contención más firme que el de su propia virtud; y que delineando el camino de sus operaciones por reglas que no esté en sus manos trastornar a capricho, se derive la bondad del gobierno, no de las personas que lo ejercen, sino de una constitución firme, que obligue a los sucesores a ser igualmente buenos que los primeros, sin que en ningún caso deje a estos la libertad de hacerse malos impunemente y se acostumbre a imponer lo que quieran. Los representantes en los niveles de decisión administrativa y política deben proponerse tratar sobre la suerte de un pueblo que esperan ser felices, pero que no podrán serlo hasta que un código de leyes sabias establezca la honestidad de las costumbres y la seguridad de las personas, la conservación de sus derechos, los deberes de los representantes públicos -cual fuere su cargo-, las obligaciones del ciudadano y los límites de la obediencia, y, las sanciones drásticas, rígidas e inflexibles a las transgresiones de las normas establecidas para la conducción del desarrollo y toda cuanta exista para el bien común social boliviano. Hasta ahora, ningún político avieso y delincuente, ha sido sometido a castigo alguno, que se sepa, Santos Ramírez, Arce Gómez y García Mesa, seguramente porque su encierro traía aparejada el show mediático y la parafernalia política para los acusadores y juzgadores. Pero, hay otros que viven en impunidad plena y permanente, a ojos vista de sus complacidos iguales políticos y, para la vergüenza ciudadana.
Aquí, debe organizarse en forma inmediata por medio de una nueva constitución democrática y republicana, la importancia que debe CONCEDERSE A LA EDUCACIÓN como vehículo en la formación del ciudadano. Si los pueblos no se ilustran, si no se difunden y aprehenden sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez suerte mudar de tiranos sin destruir la tiranía, que tanto puede costar superarlas o esquivarlas, simplemente. La instrucción, la educación, la formación popular y la educación cívica debe ser el papel reclamado para la ilustración del ciudadano, para su buen entender de la democracia y el desenvolvimiento social en ese marco jurídico y político clave para el desarrollo en sí, y para lo humano, esencialmente.
Pero, donde está nítida la sensatez de los jóvenes hoy, la que justifica su éxito en este reciente periodo de violencia en la que han sido protagonistas, sino es en su adecuación sociológica, que exigió que los principios acordes con el medio social en el que se desarrollaron estos luctuosos hechos, fueron fortalecidos sino en su clara visión, pensamiento y sentimiento de pertenencia única al pueblo boliviano, a su actitud de una sola Patria y Nación, sin distingos ni diferencias político ideológicas, de clase, sexo, religión o ubicación de barrio o zona en las ciudades. Hubo un solo criterio unificado, sin consignas ni jefaturas partidarias, solo unción cívica y patriótica. Los principios son estériles si no se plantan en el terreno de la realidad, si no se arraigan en ella, si no se infunden, por decirlo así, en las venas del cuerpo social. La misión es esa. La de aprender de estos sucesos, para diseñar y aplicar un sistema de educación cívica, moral y política no partidaria, sino FILOSÓFICA, en marcos teórico conceptuales que generen reacciones proactivas en un diseño curricular popular, técnico, académico, del que haga aprehensión la sociedad boliviana. Revolucionaríamos la mentalidad de la población frente a los males político ideológicos, que son rémora del desarrollo y la convivencia humana en paz y tolerancia, como son el racismo, la exclusión y la discriminación que existe, sin duda, y, que a la luz de lo vivido estos 21 días entre octubre y noviembre de 2019, deben recordarnos, que no deben volver nunca, jamás. Para ello necesitamos construir ciudadanía democrática, ciudadanos críticos de la realidad, y, eso es solo posible inculcando el hábito de la lectura, la escritura y del tratamiento de mil temáticas bajo prácticas de coloquio social, popular, estudiantil y/o académico.
Hemos reconocido ciertos principios y debe trabajarse sobre ello. El punto de partida para el deslinde de cualquier cuestión política deben ser nuestras leyes y estatutos vigentes, nuestras costumbres, nuestro estado social. Determinar primero lo que somos y, aplicando los principios, buscar lo que debemos y queremos ser, hasta qué punto debemos encaminarnos juntos hacia el mañana. Debemos desarrollar acciones -sin perder nuestros orígenes- hacia la práctica de las naciones cultas, cuyo estado social tenga más analogía con el nuestro, y confrontar siempre los hechos con la teoría o las doctrinas de los pueblos más adelantados, no por comparación o imitación, sino como estímulo, como acicate. No salir del terreno práctico, no perdernos en abstracciones o elucubraciones ideológicas, hincar el ojo de la inteligencia en las entrañas mismas de la sociedad, es el único modo de hacer algo útil a la Patria y de atraer discípulos a esta causa superior: vida en desarrollo con valores, principios y cualidades que enaltezcan nuestra esencia humana boliviana.
Reconocemos y sabemos que la obra de organizar la democracia no es de un día; que las constituciones no se improvisan; que la libertad no se funda sino sobre el cimiento de los talentos y las costumbres, de la gente joven, de la experiencia de los mayores, de las organizaciones e instituciones, de las leyes, del respeto, del levantarse de las frustraciones y las caídas, de festejar los éxitos y de impulsarnos después de las adversidades.
Somos la posteridad de nuestros padres que intentaron cambiar el país en pro de lo mejor. Hemos pasado de la guerra del pacifico a la del chaco, de la guerra del acre a la federal, de allá a la revolución del 52 y de ahí a 1982 la recuperación de la democracia, luego de la guerra del agua y del gas, para estar en la presente perversa coyuntura. La generación actual ha visto que la ley del odio del ultimo decenio, ha provocado un desencuentro fatal, signado en ambos bandos por la sangre, la anarquía, el atraso y la frustración de un país azotado por la inestable pugna entre vencedores y vencidos político ideológicos. Hay que superar el odio que agota el cuerpo social, hay que apelar a la fraternidad entre los bolivianos, entre cambas, collas, chapacos, indígenas, campesinos, pobladores urbanos y rurales, entre doctos y quienes no lo son. Hay que unir lazos entre oriente y occidente, indisolubles. La historia nos reclama desprendimiento razonado y sensato. No más ensayos.
La anarquía del presente es hija de la anarquía del pasado: tenemos odios que no son nuestros, antipatías que hemos heredado. Conviene interrumpir esa sucesión funesta que hará eterna nuestra anarquía. Que un triple cordón sano sea levantado entre las generaciones y las clases sociales, entre los rencores que han dividido los tiempos que nos han visto nacer y crecer. Es menester llevar la paz a la historia para radicarla en el presente, que es hijo del pasado, y el porvenir, que es hijo del presente. Ese acierto espiritual se traduce además, dentro de la misma en la concepción política e institucional que los jóvenes ofrecen para superar los antagonismos que históricamente habían desgarrado a la sociedad boliviana. Debe examinarse los antecedentes coloniales revolucionarios y los antecedentes republicanos, examinándolos minuciosamente para repensar el país que queremos hacia el mañana. Basta de pesadillas, busquemos sueños.
Concluyamos practicando la abnegación de las simpatías hacia cualquiera de esas tendencias exclusivas, postulando la armonización de la individualidad con la generalidad, o en otros términos de la libertad con la asociación. Todo ello, por una necesidad política y parlamentaria futura para encontrar una paz legítima y gloriosa en manos de quienes surjan próximamente de asambleístas nacionales, esperemos pronto.
Surge enfático el compromiso de los jóvenes con la democracia: asociación, progreso, libertad, igualdad, empatía, fraternidad, como términos correlativos de la gran síntesis social y humanitaria, son las palabras sobre las cuales trabajar una nueva Constitución Política del Estado. El camino para llegar a la libertad, la igualdad y la fraternidad como los principios engendradores de la democracia. La democracia es por consiguiente el régimen que nos conviene y el único realizable entre nosotros.
La mal llamada “clase política” debe entender –y parece que lo harán a patadas- que ser grande en política no es estar a la altura de los más o de los menos del espectro político nacional, regional o del mundo, sino a la altura de las necesidades de su país, de su nación, de su pueblo, de su Patria.
Debe enseñarse la democracia en el estudio de la génesis de nuestra ley fundamental, que certifica, con la experiencia trágica de una época de pasiones turbulentas libertarias, la necesidad imperiosa de sujetar la fuerza al servicio superior del Orden y el Derecho. Debe enseñarse la democracia en el espíritu generoso de nuestra Constitución o Carta Magna primera, que encierra con profunda sabiduría y casi doscientos años después de un 6 de agosto de 1825, de pluma y manos de los libertadores, las posibilidades infinitas de un programa de gobierno que en mucho aún no ha sido realizado y que está en manos de esta generación política y no política, el posibilitarla que exista para una mejor Bolivia, con un mejor mañana. Deconstruyamos nuestra CPE.