En Tarija, la mayoría de las calles no tienen la demarcación en medio que establece los dos carriles de circulación y menos las variantes que indican si se puede adelantar a otro vehículo o no o desde donde se lo puede hacer o no. Menos aún las pasos de cebra que nos dicen por donde los peatones deben caminar y tampoco los cordones de las aceras que indican donde no se puede estacionar obstaculizando el viraje de otros vehículos. Las avenidas también están mal señalizadas, sólo tenemos que transitar por la de Circunvalación para comprobarlo, la doble vía a Tomatitas es otro desastre y en algunos tramos la Av. Las Américas también (para no mencionar sus diferentes nombres). Más allá de que se vea feo o bonito, esta señalización debe y tiene que ayudarnos a ordenarnos mejor, de nada sirve tenerla si no la respetamos, lo complicado en muchos casos es que la gente desconoce qué significan, para qué sirven o qué nos dicen esas marcad, ese es tema de otro análisis.
Recordamos que cuando se iba a realizar una cumbre presidencial hace algunos años atrás, las calles y avenidas de la ciudad de Tarija, de la noche a la mañana, fueron señalizadas, pulcramente pintadas y de verdad… parecía una ciudad distinta, entonces preguntamos, ¿por qué no puede ser siempre así?. Si bien se trataba de una acción de simple maquillaje para que la urbe luzca más «coqueta», daba la sensación de «más organización» y al mismo tiempo obligaba a peatones y conductores a evidenciar que habían reglas viales que debían respetarse, aunque así debería suceder con o sin señalización. Hemos visto a la alcaldía pintar y repintar en varias oportunidades, llega una lluvia intensa, pasa poco tiempo y las señales desaparecen o comienzan a borrarse, se despintan fácilmente. De ahí surge la preocupación sobre por qué tenemos que gastar tanto dinero de los contribuyentes en pinturas y materiales que no soportan el desgaste de factores naturales como la lluvia, el viento, etc, ya que más se demora en pintar y señalizar que todo lo hecho desaparece, es una tarea de nunca acabar… de pintar y de gastar.
Todo lo expuesto genera dudas razonables sobre qué se está comprando con nuestros recursos y si los mismos están siendo bien y honradamente administrados. Si la transparencia de los funcionarios públicos que hacen estas compras es tan solida y de la misma calidad que la pintura que adquieren, entonces, debemos más que preocuparnos.