CULTURA COLECTIVA
«En el primer año hizo su aparición un animal dotado de razón, que se llamaba Oannes. Todo el cuerpo del animal era como el de un pez y tenía debajo de una cabeza de pez otra cabeza y también pies como los de hombre, subunidos a la cola de pez. Su voz y también su lenguaje era articulado y humano.
Este ser, durante el día solía conversar con los hombres; les enseñaba letras y ciencias y toda clase de artes. Les enseñó a construir casas, a fundar templos, recopilar leyes y les explicó los principios de la geometría (…). En poco tiempo les enseñó todo cuanto pueda tender a suavizar los modales y humanizar al hombre. Desde aquél entonces, tan universales fueron sus enseñanzas, que nada se ha añadido para mejorarlas».
Esta
es la versión más conocida de la leyenda de Oannes, la explicación del
pueblo sumerio al desarrollo de su cultura, una de las primeras
civilizaciones de la humanidad. A pesar de que se desconoce su origen y
su idioma parece único, pues no coincide con ninguna familia lingüística
conocida, sabemos que se establecieron en el Golfo Pérsico, al menos 3
mil años, antes de Cristo.
Para
los sumerios, Oannes fue la criatura que enseñó a la humanidad las
bases de la civilización. La agricultura, las artes y la arquitectura
fueron conocimientos que este ser transmitió a sus antepasados. Se trata
de uno de los mitos de la antigüedad que presenta a seres superiores
como creadores o proveedores de la humanidad.

A pesar de que estas representaciones son típicamente reconocidas como
dioses y otras deidades, reflejo de la consciencia y el contexto social y
natural en que se desarrollaron estas civilizaciones, existe una teoría
inquietante que podría cambiar todo lo que creemos cierto sobre el
pasado de la humanidad.
La hipótesis de los antiguos astronautas estudia la posibilidad de que
seres extraterrestres visitaron el planeta Tierra mucho antes de nuestra
era; incluso que fueron ellas quienes transmitieron a la humanidad sus
saberes de la misma forma que Oannes hizo con los sumerios. Esta teoría
tomó una fuerza inusitada durante la década de los 70, en plena Guerra
Fría y a propósito del auge de la ufología, pseudociencia que carece de
aplicación en la realidad.
¿Es probable que las civilizaciones antiguas tuvieran contacto extraterrestre?

El propio Carl Sagan decidió estudiar a fondo la teoría de los antiguos astronautas y, con ayuda de su colega Iósif Shklovski, reflexionó sobre la posibilidad real de un contacto alienígena en Vida inteligente en el Universo (1966) con especial atención en el mito sumerio y otros ejemplos dignos de mención; sin embargo, después de un análisis argumentativo, el escepticismo que acompaña a todo quehacer científico les llevó a concluir que no había evidencia alguna que sustentara tal teoría:
«No hay datos fidedignos de contacto directo con una civilización extraterrestre en los últimos siglos, cuando se han difundido bien los eruditos ecuánimes y los razonamientos no supersticiosos. Cualquier leyenda de contacto anterior viene gravada con cierto grado de embellecimiento lleno de fantasía, debido simplemente a los puntos de vista que prevalecían en la época del contacto».
Años
más tarde y probablemente arrepentido por la popularidad que él mismo
dio a esta hipótesis y por las malinterpretaciones que pudo crear su
texto en coautoría con Shklovski, Sagan dio por cerrado el tema en El cerebro de Broca (1970):
«En un libro publicado en 1966, Intelligent Life in the Universe,
yo mismo y el astrofísico soviético I. S. Shklovskii hemos discutido
esta última posibilidad. Tras examinar un amplio muestrario de
artefactos, leyendas y folklore de las más diversas culturas, llegamos a
la conclusión de que ninguno de los supuestos indicios proporcionaba
pruebas mínimamente convincentes de un eventual contacto extraterrestre.
En todos los casos analizados existen explicaciones alternativas mucho
más plausibles y que se fundamentan siempre en habilidades y
comportamientos humanos».

A pesar de que la hipótesis de los antiguos astronautas resulta inspiradora y emocionante, además de funcionar a la perfección para una gran historia de ciencia ficción, lo cierto es que actualmente no existe ningún indicio científico ni huellas históricas de que nuestros antepasados tuvieron contacto con civilizaciones extraterrestres.
Creer
que los primeros avances tecnológicos de la humanidad se debieron a la
visita de seres de otros planetas, o que las pirámides fueron
construidas por una inteligencia superior es un tema polémico y
altamente rentable para libros conspiranoicos o programas de televisión,
pero hacerlo sin prueba alguna no contribuye a explicar la realidad y,
por lo tanto, no es parte de un pensamiento científico.
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