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Por Ramón Grimalt
Ayer visitamos con mi hijo Jordi el Castell de Montjuic, una fortaleza del siglo XVI que en sus orígenes defendía Barcelona de posibles invasores, y cuatro siglos más tarde devino en cárcel para disidentes políticos. Allí, por ejemplo, fue encarcelado y ejecutado el presidente de la Genaralitat (gobierno catalán) Lluis Companys por órdenes del propio Francisco Franco, vencedor de la Guerra Civil española (1936-1939), mientras su gobierno era represaliado de un modo brutal para que escarmentara de no proponer una república independiente. Hoy, el castillo es un lugar turístico que, más allá de su atractivo (desde las almenas se puede apreciar una panorámica de la ciudad), sirve para la realización de exposiciones que tienen que ver con la defensa de los derechos humanos. Por ejemplo, actualmente se dedica una muestra a las protestas juveniles de Mayo del 68 en diferentes capitales del mundo y el significado que éstas tuvieron en un contexto trascendental para la sociedad occidental de mediados del siglo XX.
Hace cincuenta años, miles de jóvenes se volcaron a las calles exigiendo libertad y democracia; en Estados Unidos protestaban contra Vietnam, en Cataluña por la liberación de presos políticos (hoy también se demanda pero con otro escenario) y en Checoslovaquia contra la dominación soviética. Aunque el sentido de la protesta variaba en función de los derechos civiles que se consideraban vulnerados, el patrón común era la sangre joven que recorría el viejo y cansado cuerpo de una sociedad conservadora que se negaba a asumir que necesitaba un recambio generacional. Mayo de 1968, por supuesto, merece una mención aparte. Aquel movimiento contracultural rompió los esquemas y las estructuras de pensamiento vigentes hasta ese momento y abrió la puerta de par en par a las ideas existencialistas de Camus y Sartre que replanteaban otra dimensión del ser humano distanciada de la predestinación religiosa. Lo interesante es que después de aquella arremetida filosófica no hubo otra corriente de pensamiento y hoy en día éste se reduce a una aplicación para celular, Wikipedia y el copy paste. Pero no es ahí donde dirijo esta columna, permítame escribírselo con franqueza.
Personalmente estaba convencido de que la fuerza emergente de los jóvenes de clase media comprometidos con la defensa del voto del 21F iba a prosperar en una plataforma sólida y solvente que pudiera ser el estandarte de quienes negaron a Evo Morales la posibilidad de ser reelecto. Lamento decir que me equivoqué. Lejos de constituirse en una alternativa, las plataformas se adscribieron a los partidos políticos (algunos tradicionales o reciclados) y perdieron su esencia. Seguramente esos jóvenes formarán parte de esos partidos, acabarán asumiendo sus reglas y terminarán convirtiéndose, paradójicamente, en parte del sistema que rechazaban. Esto es así. La política es un monstruo grande y pisa fuerte, en este caso con tal potencia que aplastó la edad de la inocencia.