La ciudad está cada vez más complicada, el tráfico vehicular desordenado la sofoca, la asfixia, y por ende a todos. Antes era posible estar en zonas donde reinaba la tranquilidad, se podía descansar del atolladero de motorizados, hoy ya no, por donde sea y casi a la hora que sea debemos someternos a la realidad extrema que nos toca vivir.
Decenas de miles de vehículos colmatan calles y avenidas, llenan los estacionamientos, ese desorden es alentado por la mala educación de todos, conductores y peatones, que lo que menos tomamos en cuenta es el derecho del otro y no tenemos el menor empacho en violentarlo. El transporte público está desbocado y nadie ha podido poner coto a sus excesos, en especial el de los micros que son el sector que más contribuye al caos. Un factor que también contribuye, es el tener vías que no están hechas para semejante cantidad de vehículos, rotondas de distribución que no dan abasto y para colmo, una nefasta planificación urbana que convierte a algunas arterias en cuellos de botella.
Cada día que pasa es más difícil organizar la ciudad, el dejar hacer y el dejar pasar parece ser la lógica de acción, mientras quienes vivimos en ella padecemos los efectos nocivos que han ido transformando al tarijeño en alguien irascible y víctima del estrés, muy lejano de aquel amable y hospitalario que vivía en un lugar tranquilo y confortable.
Todo se complica si una institución como la alcaldía no se organiza y establece una planificación en sus trabajos. Con el re asfaltado de varias calles y avenidas, el caos alcanza niveles insoportables, usando horarios de masiva circulación vehicular parece como que el sentido común no funciona y en vez de mejorar, lo que se busca es todo lo contrario. El ciudadano es a quien menos se toma en cuenta porque no se le informa de nada, es como que se está improvisando cada día sin saber dónde estarán al siguiente. Una obra que seguramente se ejecuta con buena intención, termina siendo rechazada y criticada por los errores del propio municipio.