
ECOOSFERA
La tristeza es un sustrato de la psique, y una conducta típica que define nuestra condición humana. Sin ella, la narrativa civilizatoria no tendría sentido, pues la tristeza es una energía capaz de mover el mundo –tanto, o más todavía, que cualquier emoción.
Pero cuando la tristeza se convierte en un hábito de la psique individual, debemos hablar de depresión: una enfermedad mental que produce una tristeza profunda y permanente, la cual afecta a más del 5% de la población mundial.
Pese a su gran prevalencia –y el hecho de que en países como México se habla ya de una epidemia depresiva– la depresión no está libre del estigma y el prejuicio que pesa sobre la mayoría de las enfermedades mentales. Quienes no sufren depresión creen que ésta es decisión de quien la padece: que curarla es cuestión de voluntad, y que el enfermo sólo tiene que decidir dejar de estar triste.
Lo más grave de esta actitud colectiva hacia la depresión es que provoca aún más aislamiento en quienes padecen esta condición. Así, la sociedad entera se vuelve victimaria de las personas deprimidas, haciéndoles mucho más difícil superar su situación.
Debemos sumergirnos en la mente depresiva y aprender a entenderla
Lo que ocasiona esa característica fragmentación de la psique depresiva, así como las disrupciones cotidianas que todo paciente experimenta, es producto del papel azaroso e impredecible que juegan los químicos y las hormonas en el cerebro. Es decir que la depresión es fundamentalmente un desbalance químico, por lo cual es considerada estrictamente como una enfermedad mental.
El problema es que la sociedad no alcanza aún a dimensionar lo que esto significa.
Para quienes padecen depresión, resumir su estado anímico con las palabras “desbalance químico” no es suficiente, al igual que tampoco curar su trastorno depende sólo de fármacos. Porque la depresión es también producto de las experiencias vividas: los traumas, las desilusiones, los fracasos, las traiciones. Incluso los grandes sucesos sociales promueven la depresión –como pueden ser condiciones violentas, inseguras o precarias.
Y precisamente por eso es que, para muchos expertos, lidiar con la depresión es lidiar también con las causas subyacentes a ésta, tanto las individuales como las colectivas. Para quienes padecen depresión, saber más de si mismos –cultivar el amor propio–, así como explorar su psique, son dos necesidades apremiantes
Un ejercicio de empatía: que es (y que no es) la depresión
Quien padece depresión no sólo está triste: padece una enfermedad mental.
La depresión no es sólo un desbalance químico: es también una consecuencia social.
La tristeza es algo que todos sentimos pero que nos deja vivir: la depresión es insoportable y no permite vivir.
¿Cómo se siente un paciente depresivo?
Un paciente depresivo no puede hacer cosas cotidianas porque una especie de nube insiste en posarse en su mente, dejándolo sin poder ver, ni oír… y ni siquiera moverse.
El depresivo no ve colores, sino una realidad monocromática.
Ya no disfruta nada, se siente fatigado todo el tiempo, no puede pensar con claridad y se le dificulta concentrarse.
No puede siquiera leer o ducharse.
Y sobre todo: quien está sumido en depresión se aísla. Se siente solo incluso cuando está rodeado de personas.
¿Cómo se ve un paciente depresivo?
Un paciente depresivo no come o come en exceso, lo que ocasiona que su peso corporal varíe dramáticamente.
Suele reaccionar con lentitud o estar ansioso todo el tiempo – lo que puede leerse en su lenguaje corporal.
A veces tiene comportamientos erráticos, producto de su ansiedad.
Puede tener episodios de enojo intempestivo, o largarse en llanto de un momento a otro.
¿Y cómo saber que se pasó de la tristeza a la depresión?
Cuando se tienen más de tres episodios de tristeza en un periodo corto de tiempo es cuando se puede diagnosticar depresión.
También cuando algunos síntomas persisten, como irritabilidad, perturbaciones en el sueño, cambios de peso y sentimientos de culpa.
Una vez que nos sumergimos en la mente depresiva… ¿qué hacer en la superficie?
Una mala reacción individual a la depresión puede ser mortal. Pero lo malo es que esto no sólo depende de los individuos: existe una cultura anti-tristeza que, al tiempo que afirma la depresión a cada momento, estigmatiza a quien la padece.
Debemos dejar de fomentar una cultura de desprecio a la tristeza y de estigma a la depresión. Y debemos comprender las enfermedades mentales sin que ello implique generar en las personas depresivas una victimización. Porque cuando el enfermo de depresión llega a ser reconocido por la comunidad, lo suele ser como una victima. Pero esto resulta nocivo para el enfermo, ya que victimizarse sólo genera mayores culpas y arraiga la depresión.
Ni el enfermo ni la sociedad deben ser victimarios. Se debe actuar con empatía y amor ante la depresión, que es tanto una enfermedad como una condición social. Debemos por ello comenzar con cambiar nuestra forma de pensar y actuar ante la depresión, porque como dijo el paciente depresivo, Karl Nights, a CNN:
Nadie en la vida está solo, o nunca está tan solo como cree que está. Siempre hay un punto de contacto con el resto de la raza humana, incluso si no eres consciente de ello.
Reafirmemos nuestros lazos humanos luchando contra la depresión, tanto en lo simbólico como en lo real. Y recordémonos, junto con Virginia Woolf, que no hay barreras que puedan contener la libertad de la mente: mantengámosla así, libre también de toda depresión.