ECOOSFERA
Las selfies parecen ser una de las formas de documentar la realidad más propia de la era digital. Es imposible navegar por las redes sociales sin encontrar imágenes del rostro de conocidos, seres queridos o celebridades, a menudo intervenidas con filtros, lo que constituye en sí mismo una novedosa forma de captar el instante –una forma que, sin embargo, podría estar llegando al agotamiento.
Antes de que las cámaras fueran una herramienta a la que casi cualquier persona del globo podía tener acceso, hacerte una foto era un evento único y particular. Las familias se vestían para ser capturadas por el ojo del fotógrafo en un estudio en lo que probablemente fuera la única imagen que conservaran de sí mismos durante su vida. Tener un retrato del ser amado en el escritorio o la mesa de noche es algo que ya sólo vemos en las películas. Con la masificación de la tecnología y la reducción de su costo, la cantidad de imágenes que la gente produce se incrementó a niveles inimaginables, y el primer objetivo del fotógrafo aficionado suele ser su propio rostro, la imagen de sí mismo según se la devuelve el espejo.
Pero hoy, entrar a Instagram y observar una selfie es sin duda menos emocionante que en sus inicios. Una prueba de esto es que las selfies ya están entrando al museo, como piezas de historia moderna.
El Museo de las Selfies es una exposición interactiva que busca englobar las domésticas imágenes digitales de rostros en el amplio espectro de la historia del arte occidental. Tommy Honton, uno de los curadores de la muestra, afirma que “las selfies son solamente otra forma de autorretrato, así que decir que la selfie a muerto es como decir que la fotografía ha llegado a su fin.”
La selfie moderna, al igual que los retratos al óleo de siglos pasados, no sólo dan cuenta de la tecnología (y la moda) de la época, sino que capturan un instante de la subjetividad de quienes aparecen en la imagen: cómo se perciben, al igual que cómo desean que otros los vean. Esto es una diferencia importante con respecto al arte del pasado, donde el modelo de la pintura pasaba por el tamiz de la capacidad artística del pintor; a diferencia de entonces, sujeto y objeto de la imagen se funden en un mismo yo.
“Las selfies son poderosas porque nos vuelven autores de nuestras propias historias”, añade Honton, pues “incluso aunque vivamos como avatares de nosotros mismos… probablemente seguiremos queriendo tomar una selfie de la experiencia de nuestros ‘yo’ virtuales.”