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A pesar de que la versión popular afirma que una persona en su lecho de muerte puede seguir escuchando hasta que su cerebro se apaga, es imposible saber cuál es el sentido que prevalece hasta el instante en que se extingue la vida humana.

La definición de muerte ha cambiado drásticamente a través de los años. En el pasado, la visión típica concebía este evento como un instante contrapuesto, algo tan extraño como encender y apagar un interruptor conectado a un foco, o bien, como si una computadora se apagara súbitamente, pasando a negro por la eternidad. Las pruebas para determinar si alguien había muerto eran tres: la ausencia de reflejos, el cese del latido cardiaco y la falta de respiración.

No obstante, hoy sabemos que estas señales no son definitivas y sólo son relativas a la muerte clínica, un estado no definitivo que puede ser revertido a través de la reanimación con choques eléctricos. Para entender cuál es el camino a la muerte es necesario comprender dos factores: la muerte no es un instante, sino un proceso que llega a su final cuando se torna irreversible y ésta no depende enteramente del corazón, sino del cerebro. Pero, ¿qué condiciones se requieren para llegar a este momento?

A pesar de lo complicado de estudiar la muerte humana desde el punto de vista neurológico por obvias razones, un estudio conjunto entre la Universidad de Charité en Berlín y la de Cincinnati desprendió conclusiones valiosas para entender un poco más sobre este proceso.

Para saber qué sucede más a fondo en el cerebro humano cuando está a punto de morir, los científicos contaron con el aval de la familia de distintas personas que estaban al borde de la muerte para conectar electrodos en su masa gris. Dado lo grave de su situación, la orden médica era no reanimarlos una vez que se presentara un paro cardiaco que pusiera en riesgo su vida.

Cuando ocurre un paro cardiorrespiratorio, el cerebro deja de recibir oxígeno y al cabo de unos segundos, inicia un proceso conocido como isquemia cerebral. El flujo de sangre se detiene cuando el sistema nervioso central carece de los nutrientes para funcionar correctamente. Entonces la actividad eléctrica del cerebro comienza a disminuir y se produce un choque eléctrico.

Todo esto es bien conocido por la medicina, pero nunca se había determinado con precisión qué ocurre al momento siguiente con las células que se encargan de enviar los impulsos eléctricos que hacen funcionar al cerebro: las neuronas.

El estudio descubrió que las neuronas se mantienen funcionando aun después de un paro cardiorrespiratorio, y ante el déficit de oxígeno, entran en un estado de ahorro y dejan de compartir señales eléctricas con las demás, intentando almacenar la mayor energía posible (tal y como ocurre con un teléfono celular cuando tiene poca batería y se activa el modo de ahorro de energía). Este proceso es conocido como depresión no dispersa y poco a poco se va apoderando del resto de las células del cerebro, que se comportan de la misma manera.

Finalmente, las neuronas llegan a su última etapa antes de los diez minutos de sucedido el paro cardiorrespiratorio. En ese momento, las células liberan toda su energía térmica, provocando una reacción en cadena que lleva a su colapso, conocida como “tsunami cerebral”. A partir de este instante, las unidades orgánicas del cerebro dejan de responder e inicia el proceso de descomposición, un estado aún irreversible para la ciencia.