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Cultura Colectiva

Poder decir adiós, es crecer.

 

Gustavo Cerati

 

Dentro de los modelos psicoterapéuticos más novedosos se encuentra la Terapia narrativa, desarrollada por Michael White y David Epston, como referente su obra titulada Medios narrativos para fines terapéuticos (1980), muestra sus técnicas, la utilización de textos narrativos y la externalización de aquello que representa un problema para el individuo. Así, al externalizar la problemática —que implica atribuirle a lo que nos aqueja una identidad ajena a la persona— permite al ser humano desprenderse de juicios, culpas y creencias que perturban su desarrollo psicológico.

 

 

Además, este modelo de terapia es muy funcional en casos de duelo, dado que se vale de la redacción de cartas que pueden ser: de invitación, para llevar a cabo alguna acción; de despido, para alguien que se atribuya y asuma funciones que no le corresponden dentro de un sistema social; de predicción, en miras de planes para el futuro; de recomendación, en cuanto a acciones que contribuyen a la mejora; para ocasiones especiales; y finalmente las breves, cuya intencionalidad es exclusivamente el alejamiento entre la persona y sus preocupaciones.

 

Es decir, lo importante no es la extensión del documento, sino generar un beneficio para el consultante que se verá reflejado en el logro de la ruptura entre él o ella, y lo que le aqueja de momento. De igual manera, se toma una técnica de la Terapia Gestalt que se llama «silla vacía», y consiste en evocar a una persona que, sin estar presente, el paciente le asocia con algún órgano del cuerpo al que vincule con una emoción en relación a tal individuo; y enfrentarse al no yo, que, dicho con otras palabras, es hacerle frente a lo que nos negamos a reconocer en nosotros, que con frecuencia se ve proyectado en la otra persona.

 

 

 

 

En este caso, como en su mayoría, un psicoterapeuta termina siendo ecléctico —esto según la elección del especialista, y de acuerdo con lo que el consultante requiera—, al emplear diferentes técnicas de diversos modelos, que además del texto narrativo para ayudar a la persona a aceptar una pérdida e integrar esa ausencia en su día a día, se le sugiere comenzar con la metáfora de «hablar con quien dejó un lugar vacío».

 

Entonces se presenta el siguiente ejemplo de caso hipotético —sólo para ejemplificar—, que escribiría alguien que fue abandonado por su pareja, y le deslinda a ésta del dolor que llegó a experimentar debido a su partida (sin entregarla o enviarla a su destinatario):

 

 

Querido,

 

 

he estado evadiendo tu sombra que me persigue con frecuencia, en especial cuando todos se van. Esa silueta tuya camina en ocasiones y me sonríe; en otras llega intempestivamente y arrasa con mi sonrisa. Luego huye. No suele acompañarme en el curro, ni tampoco cuando bailo bajo luces neón, percibiendo el estruendo y el hedor, que se intensifican después de medianoche y te hacen borroso, muy borroso. Hasta que dejo de verte.

 

Sin embargo, al día siguiente, justo cuando el cielo parece esclarecerse, extraño tu texto deseándome una buena jornada, y por otro lado, recuerdo otras de tus palabras, en las que impera tu huida, emprendiendo tu marcha lejos de un “nosotros”. Esos mensajes tuyos evoco, en los que profieres ser un alma extraviada, jugando a explorar entre el pasado, tu futuro y esta alma que has dejado, que acostumbra el soliloquio; a quien, en su tiempo, de cómo te sentías no dijiste nada.

 

 

Y es que en aquellos días en los que nuestras manos solían embonar, había tormentas en mi alrededor y aunque pueda sonar poco creíble, eras tú, mi sol, mi refugio, mi hogar; mismo que busqué después de un tiempo de distancia, pues no te niego; solía picar flores por doquier, no oculto quién solía ser. Pero para ti tuve que guardar en un cajón todos aquellos recuerdos de rosas de un sólo día, plantas de artificio baratas, de paréntesis que debían cerrar. Tú, nada más tú, eras mi lugar.

 

Y después de haber puesto en charola de plata para ti lo poco que quizá tenía en mis manos; posteriormente a haber roto algunas flores en mil pedazos, dejando sin pétalos a algunas, marchitando mucho de lo que verdaderamente existió y prescindiendo de lo efímero… Todo lo bueno nuevo, era para ti. No supimos, no pudimos, y también se marchitó. Y al final, queda solo una gran lección: si bien, no todo lo resplandeciente es oro, lo opaco también puede pulirse y tener algo de brillante, pero hay que ampliar visión.

 

 

Nos cegamos por la contaminación de cada uno de nuestros caminos que aunque pudiendo intersecarse, hoy son paralelos. Así, las palabras que echamos al aire, sin haberlas dicho justo cuando la manecilla del reloj lo precisaba, rebotaron sobre nosotros, agujerando la atmósfera del respeto y de lo que alguna vez pudo haberse llamado amor.

 

 

Mucho amor para tan breve instante (de parte mía), aunque me ganó el temor, naciente de tiempos donde no conocía tu magia, pues tienes ese don de llegar… no sé si a mi espíritu o si ha sido a mi cognición; pero sí cabe certeza, en que estaba en ignición este corazón; así sin más, sin haber estado piel con piel, dime tú, ¿eso quién más lo podría hacer? Nadie, sólo tú.

 

Infortunadamente, ha imperado la injusticia. De mis miedos, esperaba sólo tu abrazo, no tu rechazo. Al día de hoy, pese a todo, de mi parte existe el perdón. Hoy, tu silla está vacía. Le escribo a tu fantasma, le hablo a mi sueño de ti; en momentos de añoranza, le canto a la esperanza, aunque me has enterrado a metros bajo tierra, sé que no eres bajo y ruin. Sé que no es tu obligación permanecer donde no sentías autenticidad para florecer, ni tampoco es responsabilidad tuya el ayudarme a sanar mis miedos, que como bien dijiste: tú no los sembraste.

 

 

Lo sé perfectamente: no volverás. Ya otros brazos te abrigan y, a decir verdad, por tan poco como imaginarte sonreír, hoy día me bastará. No volverás. Y aunque sé que tengo tu ausencia y el recuerdo de tu huida, siempre recordaré la forma en la que iluminabas mis días.

 

 

Y así, hoy te vas.

 

Escribir es una herramienta catártica y purificadora, en la que expresamos nuestras emociones y pensamientos que no fueron dichos en su momento o costaba trabajo hacerlo. Tales documentos, no necesariamente deben llegar al destinatario, pero contribuyen a nivel personal para cerrar ciclos, para aprender a decir adiós.

 

 

 

Y tú, ¿qué le dirías?

 

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