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«Todos juntos, todos juntos», gritaban la noche del viernes en la ciudad de Amberes miles de personas vestidas con la camiseta y la bandera de Bélgica, tras el histórico triunfo de esa selección sobre Brasil en el Mundial de Fútbol de Rusia 2018, que significó el paso a semifinales. Una celebración que puede ser normal en este lado del planeta, pero que para los que conocen la historia del país europeo sorprende y, también, a muchos cautiva, ya que ven cómo un deporte es capaz de dejar de lado diferencias casi irreconciliables.

Porque lo que pasa con el equipo liderado por estrellas como Eden Hazard, Kevin de Bruyne, Thibaut Courtois o Romelu Lukaku es algo que va más allá de un solo logro deportivo. Es el reflejo de cómo dos pueblos profundamente divididos, pero que comparten un mismo Estado, como los flamencos y los valones (francófonos), pueden identificarse con una misma camiseta y generar un sentimiento de unidad casi inédito. Algo que la política, ciertamente, no ha podido lograr.

Primero, contemos la historia. Existen tres comunidades lingüísticas en Bélgica: la germanófona (alemán), la flamenca (idioma flamenco) y la francófona (francés). Las dos últimas son las más importantes y dominan las dos regiones del país, Flandes (flamenca, cuyos habitantes son mayoría) y Valonia (francófona).