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Cultura Colectiva

Una figura demoniaca. Un ser sin sentimientos y que sólo actúa por medio del instinto. Asesinó a decenas de piezas de ganado y otros animales de granja quitándoles toda la sangre desatando el pánico entre la población. El Chupacabras fue el miedo más intenso que vivió la comunidad mexicana entre 1994 y 1995. En algunas partes las personas evitaban salir por las noches y velaban por su seguridad y la de sus familiares, poniendo en alerta a todo el país. Su presencia significó un temor permanente que le impedía a las personas pensar en cualquier otra cosa, lo cual, por otro lado, era bastante conveniente para la época. Carlos Salinas de Gortari acababa de terminar su mandato, mismo que se caracterizó por una de las peores crisis económicas que dejó en la ruina a miles de personas alrededor del país; la nueva presidencia, liderada por Ernesto Zedillo, necesitaba que la población se mantuviera silenciosa, que no hubiera escándalos y que nadie mirara hacia el verdadero ser que le quitó toda la sangre a México: su gobierno.

Algunos escépticos afirman que se usó un elemento de la cultura tradicional del país y se explotó para distraer a la población de una problemática más grande –en este caso, la crisis económica y el corrupto gobierno priista–. Las personas no hablaban sobre lo que sucedía en su sociedad, sino que se enfocaron en un monstruo imaginario que no representaba una amenaza para sus vidas. Es justo aclarar que nunca se ha comprobado una relación entre ambos hechos, pero es inevitable relacionarlo con la guerra psicológica que llevó a cabo Estados Unidos en contra de los rebeldes comunistas de las Filipinas.

De forma similar a como sucedió en México, un monstruo se apoderó de la atención del pueblo filipino durante la rebelión de Hukbalahap, un grupo de comunistas que buscaban tomar control del gobierno después de la Segunda Guerra Mundial. Parecido al Chupacabras, el ser mitológico llamado Aswang apareció de la nada tomando vidas humanas y provocando pánico entre los ciudadanos. Sin embargo, y como era de esperarse, la figura nunca fue real y su único propósito era dañar la moral de los miembros rebeldes. El hombre responsable de explotar ese miedo fue Edward Lansdale, uno de los hombres más efectivos de la CIA, quien con sólo ese rumor logró eliminar la amenaza comunista, darle el control del país a Ramon Magsaysay y manipular a toda la población.

Lansdale, quien operó desde las sombras, estaba convencido de que una guerra psicológica era suficiente para deshacerse de los Hukbalahap, y para hacerlo sólo le bastó esparcir el rumor de que un ejército de Aswangs, seres tenebrosos que eran parte de la cultura filipina —y similares a los vampiros— estaba poniendo en riesgo la vida de los ciudadanos nativos. Para hacer más convincente su historia se encargó de secuestrar a miembros patrulleros de los comunistas, asesinarlos, sacarles la sangre y dejarlos al descubierto para que fueran hallados. Cuando sus compañeros los encontraban veían las extrañas condiciones de los cadáveres, las cuales parecían ajenas a cualquier otro tipo de ataque, lo que ocasionaba miedo y confusión.

En su libro In the Midst of Wars: An American’s Mission to Southeast Asia, Lansdale habla de las distintas operaciones que manejó en el continente:

«Usamos un escuadrón de guerra psicológica. Plantamos historias entre los residentes de las ciudades que decían que un aswang vivía en la colina donde estaban situados los Huks. Dos noches después, posterior a que la historia se esparciera por el campamento, el escuadrón preparó emboscadas en los caminos usados por los Huks. Cuando una patrulla pasaba por el camino, los hombres secuestraban al último soldado de la patrulla. Perforaban su cuello con dos hoyos, al estilo vampiro, sostenían el cuerpo boca abajo, drenaban su sangre y dejaban el cuerpo de nuevo en el camino. Cuando los Huks regresaban para buscarlos y encontraban a su camarada sin sangre, todos pensaban que había sido atacado por un aswang, y que cualquiera de ellos podía ser la siguiente víctima. Cuando llegaba el día, todo el escuadrón de los Huks se había movido de la zona».

Lo anterior le permitió a Lansdale separar a los pequeños escuadrones de guerrilla sin necesidad de enfrentarlos directamente con un grupo de soldados. El miembro de la CIA estaba convencido que ese tipo de tácticas eran más efectivas, ya que se apoderaban de un miedo genuino que existía en la población gracias a su cultura y tradiciones. El Aswang era una criatura que vivía en el imaginario colectivo de los filipinos, entonces, al utilizarlo como arma, a pesar de parecer ilógico, dentro de las personas existía un genuino miedo de que pudiesen morir a manos del ente. Además de este método, el genio de la guerra usó el llamado «El Ojo de Dios» para exponer a los miembros comunistas en distintas localidades: lo que hacía era identificar a un sospechoso y mandaba a pintar un ojo en las paredes de las casas aledañas a su hogar para que se sintiera «observado» y confesara sus crímenes. Es una prueba de qué tan fuerte puede ser el efecto de una guerra psicológica y cómo puede distraer del verdadero problema cuando el terror se apodera de las víctimas. Está de más decir que tales métodos resultaron efectivos y que erradicaron el problema de la rebelión comunista.

Quizá suene extremo comparar la historia del aswang con el del chupacabras, sin embargo, sirve como un ejemplo para demostrar qué tan susceptible es la mente humana y cómo un simple mito puede destruir nuestros nervios y alejar nuestra atención de una problemática más grande. En México logró hacer que millones dejaran de hablar de una crisis que estaba destruyendo al país y desencadenó pánico colectivo basado en solamente en rumores y chismes. En conclusión, es justo sospechar que otros motivos hayan influenciado la popularidad de tal historia.