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Por Dr. Jorge Lema Morales

La forma más peligrosa e inmoral del llamado tinterillaje es el ejercicio desleal de la profesión. Llamamos ejercicio desleal de la abogacía la actividad que realiza un abogado que habiendo prestado juramento para defender la verdad y la justicia la escamotea y la niega, extraviándola en el laberinto del procesalismo. Es desleal el abogado que ejercita maliciosamente los recursos permitidos por la ley sin que ellos desempeñen un papel necesario en la evolución del proceso sino más bien, con propósito de dilación, chantaje, ofensa o represión. Esa conducta es por demás peligrosa porque nace del proceso un padecimiento social, donde se desnaturaliza totalmente su función de método que va jalonando ordenadamente el esclarecimiento de la verdad que será decidida en la sentencia, para convertirlo en un instrumento que niega los propios valores del derecho y la justicia.
El procesalismo es la conducta habitual del abogado desleal que deforma la verdadera misión del procedimiento para convertirlo en un instrumento del lucro personal con agravio de la administración de justicia, del interés del propio cliente y del ministerio de la paz social que debería el prístino servicio de la abogacía.
La elasticidad de las normas procesales, que admiten apelaciones, recusaciones y otros medios de dilación favorece a el mismo, el procesalismo que cultiva el abogado desleal. Estos recursos indudablemente están creados para ser ejercitados normalmente y obtener la revisión de las decisiones de los jueces o garantizar la democracia procesal. Pero ese destino les dará solamente el abogado consciente que sabe usarlos únicamente cuando son verdaderamente inevitables. Pero en manos del abogado desleal, del procesalista que multiplica los incidentes del proceso infolio que pesará y pasará por herencia a muchas generaciones, es indudablemente un instrumento peligroso para la propia administración de justicia y más aún para la dicha paz social.
Junto a estos factores, la lentitud en la administración de justicia, la crisis del proceso, resulta también caldo de cultivo del tinterillaje. Sin lugar a equivocarnos señalemos que la justicia que tarda nunca es justicia.
Es decir que, de un lado, el procesalismo adquiere el carácter de un mal social, atemoriza a la colectividad; y de otro determina la quiebra de la confianza que debería tener la ciudadanía en sus jueces.
El simple procesalismo, o sea la deformación del proceso tiene sus variadas formas de males que hasta hoy con débiles cambios no se han podido erradicar los males de los que padece la administración de justicia en general. Es bueno recordar que son pocos los abogados que hacen de la profesión un claro apostolado en bien y servicio de la colectividad, por ello expresamos los mayores parabienes.

Dr. Jorge Lema Morales

Tarija, 14 de junio de 2018