Noticias El Periódico Tarija

Cultura Colectiva

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.
-Jaime Sabines

 

Esos lugares que inevitablemente te recuerdan a quien alguna vez fue el amor de tu vida. La comida, las canciones, su nombre que ahora resuena en todos los sitios posibles. Las últimas palabras que se dijeron, las heridas que dejó abiertas, esa sonrisa que no se compara a ninguna otra y los chistes que ahora no podrás decir con nadie más, que se han ido.

Al principio todo parecía perfecto, todas las relaciones son iguales. Sin embargo, de pronto todo se acabó. Esas bromas dejaron de ser tan graciosas, las peleas aparecían por cosas insignificantes y la adrenalina de estar juntos se transformó en obligación.

Todo parecía poder arreglarse, porque seguramente, tú, el que lees esto, era el que aún seguía enamorado. Pero pronto un «ya no te quiero», «no sé qué hacemos juntos», «no sé si quiero estar contigo», apareció. Sentiste que el corazón crujió, que tu mundo se acabó. Fue como una pequeña puñalada que no supiste detener a tiempo. Una herida que poco a poco te desangró, el cuchillazo que te destruyó con tanta fuerza que sentías cómo cada vez tu corazón se hacía más pequeño.

El sentido metafórico de las palabras dejó de serlo porque literalmente sentías ese profundo dolor justo en la parte del corazón. La vida no tenía sentido y hasta el placer más absoluto como comer, desapareció. Ya no existía el hambre, los momentos más gloriosos ni a quién tomar de la mano al caminar. Desapareció todo y desapareciste tú.

Tal vez ahora vivas la ira. Quieras decirle las groserías más fuertes. Que se pudra, que se muera, que desaparezca igual que tú, porque una corazonada te dice que él o ella está bien. Sí, su relación terminó, pero para la otra persona no parece ser tan malo. Su mundo no acaba y se siente más libre. Sólo sufres tú y tu dolor parece no tener fin.

Probablemente ni siquiera te atrevas a dedicarle uno de estos directamente, pero deberías. La mejor terapia: desahogarte como estos poetas que lo hicieron con maestría.

Kennamore Street, José María Fonollosa
Yo quiero que tú sufras lo que sufro:
aprenderé a rezar para lograrlo.

Yo quiero que te sientas tan inútil
como un vaso sin whisky entre las manos;
que sientas en el pecho el corazón
como si fuera el de otro y te doliese.

Yo quiero que te asomes a cada hora
como un preso aferrado a su ventana
y que sean las piedras de la calle
el único paisaje de tus ojos.

Yo deseo tu muerte donde estés.
Aprenderé a rezar para lograrlo.

Poesía no eres tú, Rosario Castellanos

Porque si tú existieras
tendría que existir yo también. Y eso es mentira.

Nada hay más que nosotros: la pareja,
los sexos conciliados en un hijo,
las dos cabezas juntas, pero no contemplándose
(para no convertir a nadie en un espejo)
sino mirando frente a sí, hacia el otro.

El otro: mediador, juez, equilibrio
entre opuestos, testigo,
nudo en el que se anuda lo que se había roto.

El otro, la mudez que pide voz
al que tiene la voz
y reclama el oído del que escucha.

El otro. Con el otro
la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan.

El Futuro, Julio Cortázar

Y sé muy bien que no estarás.

No estarás en la calle,
en el murmullo que brota de noche
de los postes de alumbrado,
ni en el gesto de elegir el menú,
ni en la sonrisa que alivia
los completos de los subtes,
ni en los libros prestados
ni en el hasta mañana.
No estarás en mis sueños,
en el destino original
de mis palabras,
ni en una cifra telefónica estarás
o en el color de un par de guantes
o una blusa.
Me enojaré amor mío,
sin que sea por ti,
y compraré bombones
pero no para ti,
me pararé en la esquina
a la que no vendrás,
y diré las palabras que se dicen
y comeré las cosas que se comen
y soñaré las cosas que se sueñan
y sé muy bien que no estarás,
ni aquí adentro, la cárcel
donde aún te retengo,
ni allí fuera, este río de calles
y de puentes.
No estarás para nada,
no serás ni recuerdo,
y cuando piense en ti
pensaré un pensamiento
que oscuramente
trata de acordarse de ti.

Abrojos, Rubén Darío

Lloraba en mis brazos vestida de negro,
se oía el latido de su corazón,
cubríanle el cuello los rizos castaños
y toda temblaba de miedo y de amor.
¿Quién tuvo la culpa? La noche callada.
Ya iba a despedirme. Cuando dije «¡Adiós!»,
Ella, sollozando, se abrazó a mi pecho
bajo aquel ramaje del almendro en flor.
Velaron las nubes la pida luna…
Después, tristemente lloramos los dos.

* * *

¿Qué lloras? Lo comprendo.
Todo concluido está.
Pero no quiero verte,
alma mía, llorar.
Nuestro amor, siempre, siempre…
Nuestras bodas… jamás.
¿Quién es ese bandido
que se vino a robar
tu corona florida
y tu velo nupcial?
Mas no, no me lo digas,
no lo quiero escuchar.
Tu nombre es Inocencia
y el de él es Satanás.
Un abismo a tus plantas,
una mano procaz
que te empuja; tú ruedas,
y mientras tanto, va
el ángel de tu guarda
triste y solo a llorar.
Pero ¿por qué derramas
tantas lágrimas?… ¡Ah!
Sí, todo lo comprendo…
No, no me digas más.

Cosas que no tendremos, Josefa Parra

Cosas que no tendremos:

Las mañanas de abril largas de amor y sueño.
Las tardes de noviembre con lluvia interminable.
Las noches del verano tercamente estrelladas.
Todas las madrugadas dulcísimas de otoño.

Cosas que me he perdido:

No sabré del sabor de tu boca dormida.
No acunaré a tus hijos. No beberé tu vino.
No lloraré contigo viendo ningún ocaso.
No me amanecerá tu vientre entre las sábanas.

Tengo todo un tesoro de lagunas y ausencias,
un muestrario completo de páginas en blanco.

Yo te amé en silencio, Vicente Núñez

Yo te amé en el silencio de la ignota atalaya
que calla su tesoro de oro inaccesible.
Y ahora que te canto -¡maldito sea el llanto
del amor que se canta!-, qué soledad sonora,
qué insensata y agónica trompetería, qué estéril,
qué grave fundamento, qué infierno irreparable.

El alma tenías, Pedro Salinas

El alma tenías
tan clara y abierta,
que yo nunca pude
entrarme en tu alma.
Busqué los atajos
angostos, los pasos
altos y difíciles…
A tu alma se iba
por caminos anchos.
Preparé alta escala
-soñaba altos muros
guardándote el alma-,
pero el alma tuya
estaba sin guarda
de tapial ni cerca.
Te busqué la puerta
estrecha del alma,
pero no tenía,
de franca que era,
entrada tu alma.
¿En dónde empezaba?
¿acababa, en dónde?
Me quedé por siempre
sentado en las vagas
lindes de tu alma.

Desamor, María Clara González

Las razones
que tuve para amarte
se borraron anoche
en la tormenta

Quedé limpia

Tu olor a huésped
voluptuoso en mis entrañas
se enredó con la lluvia
y se marchó.

El desvío, Pablo Neruda

Si tu pie se desvía de nuevo,
será cortado.

Si tu mano te lleva
a otro camino
se caerá podrida.

Si me apartas de tu vida
morirás
aunque vivas.

Seguirás muerta o sombra,
andando sin mí por la tierra.

El lago, Fernando Valverde

Esta nieve que pisas va a convertirse en barro
y en el lago veré mi rostro sin el tuyo.

He transitado el borde de la orilla,
he querido cruzarlo sin mojarme los pies
y he tropezado tanto que me duelen las manos.

Debajo de la hierba esperan piedras
que reciben mi piel como una encrucijada.

Pero no se la apropian,
los cuerpos son tan bellos cuando el tiempo los toca
que no nos pertenecen,
son un bosque prohibido.

Quedará para siempre la marca de un reflejo
porque no van los brazos a olvidarlo todo
aunque se hagan más grandes nuestras dudas.

Las canciones que olvidas son huellas en la nieve
y en la piel de los lagos se deshace el futuro.

Soneto 35, William Shakespeare

No te conduelas más, por todo lo que has hecho.
La rosa tiene espinas. Fango las claras fuentes.
Nubes y eclipses ciegan a la Luna y al Sol
y en el botón más tierno mora un puerco gusano.

Todos los hombres yerran y yo también lo hago,
excusando tu ofensa con cien comparaciones,
dañándome a mí mismo, para salvar tu error,
disculpando tus faltas, mas de lo que mereces.

A tu sensual error, le doy mi beneplácito,
-y tu mismo rival se torna en tu abogado-
y actuó contra mí, por defender mi causa.

Tal batalla civil hay entre amor y odio,
que necesariamente, me implica, siendo cómplice,
de aquel dulce ladrón, que agriamente me roba.

 

Casida de la tentadora, Jaime Sabines

Todos te desean pero ninguno te ama.
Nadie puede quererte, serpiente,
porque no tienes amor,
porque estás seca como la paja seca
y no das fruto.
Tienes el alma como la piel de los viejos.
Resígnate. No puedes hacer más
sino encender las manos de los hombres
y seducirlos con las promesas de tu cuerpo.
Alégrate. En esa profesión del deseo
nadie como tú para simular inocencia
y para hechizar con tus ojos inmensos.

 

Hay dolencias peores que las dolencias, Fernando Pessoa

Hay dolencias peores que las dolencias,
hay dolores que no duelen, ni en el alma
pero que son dolorosos más que los otros.
Hay angustias soñadas más reales
que las que la vida nos trae, hay sensaciones
sentidas sólo con imaginarlas
que son más nuestras que la misma vida.
Hay tantas cosas que, sin existir,
existen, existen demoradamente,
y demoradamente son nuestras y nosotros…
Por sobre el verde turbio del ancho río
los circunflejos blancos de las gaviotas…
Por sobre el alma el aleteo inútil
de lo que no fue, ni puede ser, y es todo.

Dame más vino, porque la vida es nada.

 

 

Y es que en estos momentos, solemos creer que el amor no existe… Tal vez estemos en lo correcto. Tal vez es simplemente una ilusión que no quisiéramos repetir, porque duele tanto que termina siendo peor que nunca haber amado.