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Manuel E. Yepe

¿Qué habría ganado Rusia con el asesinato del exespía ruso Serguéi Skripal y su hija Yulia? Esta es la pregunta que se hace el analista de información internacional argentino-canadiense Alberto Rabilotta al comentar elogiosamente la ecuanimidad e impecable realismo que ha demostrado el presidente ruso, Vladimir Putin, para desvirtuar la acusación sin agravar tensiones que son el objetivo de Estados Unidos y sus aliados en éste y otros similares conflictos.
El envenenamiento del exespía ruso y su hija en Gran Bretaña el 4 de marzo ocurre cuando comenzaba a desinflarse la fábula del “Rusiagate”, con la que pretendidamente Putin habría manipulado las elecciones de Estados Unidos en aras del triunfo de Trump. Quien conozca del comportamiento de los gobernantes y los servicios de inteligencia de Londres y Washington a lo largo de la historia, y especialmente en los últimos tiempos, sabe que hay muy buenas razones para pensar que lo sucedido a Skripal y a su hija ocurrió cuando periodistas del Canal 4 británico estaban a punto de revelar que la manipulación de la elección en Estados Unidos y del referendo sobre el Brexit en Gran Bretaña habían sido obra de la empresa británica Cambridge Analytica (CA), que tiene oficinas en Londres, Nueva York y Washington, y utilizó datos de Facebook.
Cambridge Analytica es un “brote” de la empresa Strategic Communications Laboratories (SCL), que manipuló elecciones en numerosos países —incluyendo algunos de Latinoamérica—, lo que necesariamente implica que tenía fuertes nexos en el mundo político relacionado con Washington y las estructuras de gobierno e inteligencia. Otra evidencia de ello es el hecho de que uno de sus principales accionistas sea el multimillonario estadounidense Robert Mercer, quien financió, entre otras campañas reaccionarias, la de varios republicanos, incluyendo la de Donald Trump.
El 19 de marzo, el Canal 4 de TV de Gran Bretaña difundió un reportaje sobre CA realizado con grabaciones —algunas realizadas secretamente— entre finales de 2017 y enero de 2018, en las que directivos y colaboradores de CA exponían el tipo de manipulación que esta firma utilizó en el proceso referendario del Brexit en Gran Bretaña y en las elecciones de Estados Unidos que dieron el triunfo a Donald Trump. A partir de éstas se realizaron grandes campañas de propaganda que pretendían demostrar que esos eventos habían sido manipulados por Moscú.
Curiosamente, antes de que el Canal 4 difundiera el reportaje, el fundador y director de CA, Alexander Nix, renunció a su cargo, lo que indica que estaba al tanto de lo que iba a revelarse y de las consecuencias que ello tendría para la firma y sus propietarios. Rabilotta hace notar que, el 15 de diciembre de 2017, el Wall Street Journal había escrito que Robert Mueller, asesor especial del Departamento de Justicia, pidió a CA que entregara documentos de su investigación “sobre la interferencia de Rusia en la elección de 2016 en EEUU”, lo que implica que ya entonces los servicios de inteligencia de EEUU conocían del papel que CA había jugado en ese proceso electoral.
Más aún, el diario The Times de Israel reveló que CA trabajó con empresas israelíes y que además de utilizar datos de Facebook efectuaba operaciones clásicas de chantaje con “honey traps”, que son prostitutas ucranianas especializadas en grabar situaciones que propician chantajes, utilizando exespías británicos e israelíes.
Con la información disponible y la que empieza a salir a la luz es claro que toda esta operación, así como quienes participaron en ella y quienes fueron sus beneficiarios, eran del conocimiento de los servicios de inteligencia de EEUU y sus aliados mucho antes del 19 de marzo, fecha en la que el Canal 4 británico difundió su reportaje. O sea que mucho antes del 19 de marzo y del fatídico 4 de marzo —envenenamiento de Skripal y su hija—, los personajes clave en Londres y Washington sabían que el “Rusiagate” que se jugaba en el Capitolio de Washington no sólo estaba destinado a desplomarse definitiva y estrepitosamente, sino que habría que enfrentar el costo político y diplomático de esa campaña contra Rusia, fraguada desde el comienzo por millonarios, políticos y empresas de EEUU y Gran Bretaña, reitera Rabilotta