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Por Ramón Grimalt

La reacción mediática del gesto del vicepresidente, Álvaro García Linera, dando una manzana mordisqueada a un mendigo, confirma uno de mis temores, a saber, vivimos en una permanente vitrina donde quienes ocupan una función pública (y no tanto), están sometidos a un escrutinio inaceptable. Dejando de lado la investidura del mandatario, lo cierto es que se ha generado una vorágine de comentarios ponderando la presumible nobleza de García Linera y censurando, por otro lado, la dádiva. Por supuesto, ahí está la foto para la historia: el príncipe generoso se apiada del hambre de un indigente.
Si tuviera el talento y el ingenio literario de Mark Twain, no dudaría en novelar el suceso, incluso otorgarle ese puntito de humor sano característico del célebre escritor estadounidense, pero al no contar con ese don debo concentrarme en los hechos y el significado de los mismos, en un contexto que permite un sinnúmero de lecturas, tantas como habitantes tiene nuestro país.
Personalmente, le quito hierro a un asunto bastante simple: García Linera se comía una manzana, ve a un hombre pidiendo limosna y se le ocurre darle una manzana. Hay quien asegura que además le puso cien bolivianos en un bolsillo, pero no puedo asegurarlo en esta columna. El gesto, aparentemente natural, no debería provocar tanto debate, en algún caso, gratuito. Pero basta con que el protagonista sea el vicepresidente del Estado para que unos propios y otros extraños saquen las cosas de quicio.
Hay quien ve en Álvaro a un hombre convencido de que está del lado correcto de la frontera, junto a los desposeídos a quienes ha consagrado su gobierno. Para otro porcentaje de la opinión pública, su magnanimidad no es más que una conveniente impostura jacobina. Quizás sea por esa sonrisa lobuna, el hablar cadencioso y rebuscado, el gesto amanerado, la pasión con que se expresa contra quien piensa diferente y la argumentación intelectual destinada siempre a situarse por encima del promedio dejando bien claro que él lleva la batuta de la supuesta superioridad del letrado sobre el pueblo llano, circunstancia bastante frecuente en aquella Bolivia de sombrero de copa, corbata y camisa almidonada que creíamos haber dejado anclada eb el tiempo.
Pero fíjese usted por dónde, desde el advenimiento del progresismo como modelo político-económico se trató de desterrar el concepto de país-mendigo que tendía una mano a los organismos crediticios internacionales para salir de la pobreza. La década prodigiosa del Movimiento Al Socialismo (MAS) recuperó la dignidad basándose en un modelo económico estatal apuntalado por la bonanza en el precio de las materias primas de exportación. No deja de ser una paradoja, por lo tanto, que uno de los artífices de esa recuperada dignidad nacional se haya vestido de patricio republicano al menos por un instante. Evidentemente a toro pasado, es muy fácil criticar; pero el vicepresidente debe saber siempre que está en el ojo de una opinión pública experta en hallar el pelo en la leche. Y éste, sin duda, es uno de esos casos