La ciudad de Tarija, capital de Departamento, ha dejado de ser la apacible villa de antaño, en la que según cuentan se podía dejar la bicicleta en la calle y al dia siguiente encontrarla en el mismo lugar, esos tiempos han cambiado y esas buenas costumbres ya no existen, por el contrario, se ha ido convirtiendo en una urbe peligrosa en la que hay que pensar muy bien hasta que hora y por donde se puede caminar sin temer ser asaltado.
El crecimiento demográfico, el desarrollo que llega pesadamente pero llega, han hecho que nuestros propios hábitos vayan cambiando y nos volvamos más desconfiados y menos despreocupados, el formato del chapaco tradicional esta siendo desterrado por el del tarijeno citadino que aprende a mirar bien donde debe pisar. La situación obliga si se analiza el aumento de los índices de criminalidad, los casos que se denuncian cada fin de semana, heridas o agresiones con armas punzo cortantes, violencia intrafamiliar, uso de armas de fuego en robos o asaltos, viviendas invadidas por mal vivientes a plena luz del día, negocios atracados a vista y paciencia de medio mundo… eso no sucedía en esta ciudad pero hoy es esa su realidad.
Proyectos que en teoría deben mejorar la seguridad ciudadana están «trancados» desde años, como el de las cámaras de vigilancia que no servirán de mucho si no se implementan mecanismos de socorro inmediato, si no se fortalece nuestra policía, si no se trabaja en reforzar los principios y valores de nuestros uniformados mejorando sus ingresos y por ende sus condiciones de vida, si no cualificamos nuestros administradores de justicia y desterramos la corrupción de ella. En fin, son muchos pasos mínimos necesarios si de verdad queremos luchar contra la inseguridad y convertir a nuestra ciudad en un lugar donde caminar por donde sea y a la hora que sea, signifique un verdadero placer con las garantías necesarias, somos conscientes que parece una utopía pero debemos apuntar a eso porque así fue alguna vez y no hay razón que no vuelva a serlo.