LA RAZÓN DE LA EMOCIÓN
Las emocionadas palabras del jurista español Antonio Remiro Brotons, miembro destacado del equipo jurídico boliviano ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), han calado muy hondo en el corazón de nuestra gente siempre necesitada de gestos que levanten su autoestima, por regla general históricamente alicaída.
El abogado, un hombre tan afable como culto, profesional competente con muchas batallas legales a cuestas, no sólo expuso con solvencia y sencillez la posición boliviana en la primera y segunda jornada de alegatos orales, también tuvo la inteligencia emocional necesaria e imprescindible para ponerle corazón a un complejo asunto que se ventila en unos estrados judiciales acostumbrados a los fríos tecnicismos propios del lenguaje legal. En otras palabras, Remiro Brotons aportó el lirismo propio de la escuela naturalista que contrastó con la escuela positivista de corte anglosajón y de paso se granjeó el reconocimiento del Gobierno boliviano y de todos nosotros, por supuesto.
Sin embargo, habrá que ver si la emoción del jurista se contagia al espíritu racional e impertérrito de los quince jueces del alto tribunal; si el fallo, en definitiva, responde a una cuestión de empatía frente a los hechos expuestos, lo cual pondría en evidencia que el sistema jurídico internacional, tan aséptico y distante, se ha humanizado. Otra cosa, porque todo hay que decirlo y tomarlo en cuenta, es que el Derecho es una ciencia y como tal no debe ni puede dejarse llevar por soflamas y sensiblerías destinadas a tocar las fibras más íntimas de los administradores de justicia. Un magistrado que se precie de serlo tiene la obligación profesional y ética de fundamentar su fallo sobre la sólida base de los hechos y los argumentos que los sostienen. Si se deja llevar por los sentimientos su juicio corre el riesgo de ser perturbado y, por lo tanto, viciado.
En este caso las intervenciones del citado Remiro Brotons como de su colega francesa, Monique Chemillier, estuvieron permanentemente matizadas de apelaciones emotivas y recursos líricos e histriónicos muy adecuados y convenientes en esta sociedad de la información donde todo entra por los ojos, como si se tratara, salvando las distancias, de un estudio de televisión en lugar del salón principal del Palacio de la Paz. Y mire usted por dónde, que es muy posible que todo eso y algo más, sea suficiente para que la CIJ obligue a Chile a negociar con Bolivia una salida soberana al Océano Pacífico, fallo que sin lugar a dudas supondría una victoria para nuestra eterna aspiración histórica de superar de una vez por todas este injusto enclaustramiento marítimo.
Pero también pongámonos en un escenario adverso. Entonces, ¿en qué posición quedarán Antonio y Monique? En la construcción permanente de un relato falsamente victimista donde el David boliviano se enfrenta al Goliat imperialista a partir de su supuesta humildad, ambos ingresarán al Olimpo reservado para los amautas que en algún momento de nuestra atribulada historia nos permitieron sacar la cabeza y sentirnos orgullosos. Así como Xabier Azkargorta nos clasificó por primera vez a un mundial de fútbol, Antonio ocupará por siempre un lugar en el corazón boliviano con su poncho tarabuqueño y su labia digna de un doctor de la Corte de la Real Audiencia de Charcas. Y eso, bien vale la pena.