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Romeo es reconocido por involucrarse en un tórrido y pasional romance que envolvió a dos adolescentes en una suerte de designio trágico hasta sus últimas consecuencias. Sin importar nada más, el carácter soñador y fatalista del joven Montesco lo llevó a quitarse la vida ante la imposibilidad de concretar su idilio con Julieta. Sin embargo, en su conducta había algo apenas más riesgoso que morir de amor: vivir anclado al enamoramiento.

Nada más cabía en su mente sin el febril éxtasis del enamoramiento y el subidón anímico que el cóctel hormonal del momento trae consigo. Después de una decepción amorosa con Rosalía, el personaje shakesperiano conoce a Julieta y la trama apunta al desenlace que todos conocemos. Si el síndrome de Romeo y Julieta es el amor llevado al extremo sin importar las consecuencias; el trastorno de Romeo es enamorarse del amor.

En las personas que lo experimentan, la trama se repite como un bucle infinito que a veces se prolonga o acorta según la intensidad de la atracción, siguiendo las mismas pautas en cada nueva relación, que inician sin advertir que se trata de un patrón y no de un efecto de otras causas.

En cada nuevo inicio, el clímax de las primeras citas se convierte en una sensación inigualable que eleva la autoestima exponencialmente, al mismo tiempo que provoca una dulce embriaguez hormonal, un sentimiento que todo el mundo disfruta pero del que los individuos con síndrome de Romeo no pueden librarse jamás. Es caer enamorado de la misma sensación de enamoramiento y sentir como un cruel desengaño cuando la relación madura y se convierte en amor.

Mientras el enamoramiento avanza, sus relaciones marchan sobre ruedas y constantemente hacen público a familia y amigos cuán felices son con su pareja en turno. Sus redes sociales se convierten en un diario multimedia, prueba real de que la felicidad existe. Todo parece indicar que por fin se encontraron con la persona idónea y los meses pasan sin reparar en el cuento de hadas en que se hallan inmersos, hasta que el carácter de Romeo hace su aparición:

El sutil aterrizaje al amor, que significa volver a poner los pies en la tierra después de un estado de enamoramiento intenso, supone una turbulencia para ellos. Lo que para el resto de las personas se traduce en estabilidad y seguridad, características de la etapa final del enamoramiento, para un Romeo se convierte en una señal decadente, signo inequívoco de que su relación está acabada.

Aunque la relación en pareja gana en confianza y refuerza los vínculos entre ambos cuando madura, la falta de intensidad y el recuerdo de la emoción y el nervio de los primeros meses pesan como una loza para este Romeo, que interpreta cada acción como un recordatorio del cruel designio que vivió la pareja en el original del dramaturgo inglés, sólo que la muerte en esta ocasión representa el final del amor y la atracción entre ambos: en su mente, es imposible concebir al amor como un momento de plenitud, comunicación y aceptación del otro en toda su humanidad, tanto en las virtudes que se potenciaron durante el enamoramiento, como en sus defectos que se ocultaron en el pasado y ahora son más visibles.

A cómo dé lugar, la persona con el síndrome de Romeo tratará de revivir la pasión incendiaria que en el pasado le llevó al éxtasis. Una y otra vez, agotará cada recurso para intentar reanimar lo que en su mente aparece como en fase terminal aunque se trata del amor verdadero, pero detrás de cada empresa encontrará más frustración, resultado de su fantasía.

Después de estos intentos, la desconfianza se habrá apoderado de su relación e intentará culpar a su pareja, cuestionando qué fue lo que pasó. Ante un panorama tan desolador dentro de la mente de Romeo, no quedará más que la separación, sólo para volver a experimentar las mismas sensaciones de las primeras citas, el primer beso y cada encuentro sexual con alguien nuevo.

Este síndrome persigue el sentirse enamorado sin importar nada más y se niega a aceptar el salto cualitativo hacia el amor, aferrándose a la idea de intensidad, fantasía y pérdida de objetividad que caracteriza al inicio de cualquier relación donde la ilusión y las emociones están a tope.

El principal causante de este complejo es la evidente desconexión con la realidad. Además, la inseguridad, y la reproducción de un esquema idealizado del amor desde la infancia y reforzado en sus primeras experiencias amorosas, provoca reacciones como el síndrome de Romeo, que sólo se combate con una medicina: dosis de realidad para demostrar que el amor es un sentimiento humano que como tal, está lleno de errores y se forja únicamente con dedicación, solidaridad y confianza mutua.