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Un ángel caído 

Por Ramón Grimalt 

Jerry es un buen tipo y lo digo por la cara que tiene: levemente triste, melancólica, los ojos grandes y limpios, la boca de labios finos y la sonrisa generosa. Sin falta, como si formara parte de la planilla del local, se coloca todas las tardes en uno de los establecimientos de MacDonald’s en la avenida Collins, en Miami. Álvaro llama mi atención sobre este joven afroamericano que ayuda a abrir y cerrar la puerta y, cuando el cliente agradece la cortesía dándole un billete de dólar o un puñado de centavos, corresponde con un movimiento de cabeza, gentil, digno y honrado. Mi camarógrafo y compañero repara en la especial dedicación hacia los niños y los adultos mayores. Incluso carga las bolsas de la compra y hace la cola para pedir la hamburguesa. En fin, un pan de Dios de aquellos que hay pocos.

  Considero entrevistarlo. La vena de periodista no falla nunca, pero creo que en esta ocasión estaría traspasando la intimidad de aquel joven a quien le calculo unos veintipico. 
-¿Quieres que prenda la cámara? Pregunta Álvaro que me conoce.

-No. Voy así. Sin nada. Respondo y me acerco.

Jerry me sonríe. 

-¿Puedo preguntarte por qué ayudas a la gente? Le lanzo sin preámbulos.

-Porque a mí nunca me ayudó nadie.

-¿Entonces?

-Entonces creo que debo hacerlo. Es una especie de compromiso.

-¿Con quién?

-Conmigo mismo.

-No te entiendo…

-Estuve en la cárcel. Fueron tres años. Robo. Entré en un MacDonald’s  como éste. Robé la caja registradora. Tenía hambre. Purgué en prisión. Allí lo pasé muy mal. Cosas que ni te cuento y que prefiero no recordar. Ahora me toca retribuir a la gente. 

-¿Eres religioso?

-Sí. Dios nunca me dio la espalda. ¿Sabes? Escucho su voz aquí, en mi mente. La misma que me dice que aquella señora necesita que le cargue esa pesada maleta. Así que si me permites…

-Por supuesto.

Vuelvo a la mesa. Álvaro ha acabado su Big Mac y mira de reojo la mía. Se la doy. Lección aprendida. La generosidad no es una de mis virtudes. Suelo ser un tipo egoísta o al menos solía serlo. Pero creo que Jerry me ha abierto la puerta de una nueva actitud ante la vida. Ser generoso no es una cuestión de postureo o de quedar bien, te sale de adentro, de algún lugar del espíritu, es entender al otro y sus necesidades. Es darle la mano y una palabra de aliento a mi padre en enconada lucha contra la enfermedad que padece y reconocer el esfuerzo y el amor de mi madre. Es, perderse en la mirada de Jerry y descubrir un ángel caído; el que guía mi camino.