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La psicoterapia es una sucesión de encuentros generadores de cambios, una sanación de la mente a través de la metamorfosis compartida de los ecos experienciales.

«Sé que me observan… sé que me observan a mí.

Flor de vida, maquinaria mántrica de espíritu, enséñame, dime a dónde voy».

‘Dos mil trece’ de Zoé

La transformación es el término que representa el Alpha y el Omega de todo proceso psicoterapéutico –ciencia social que estudia los pensamientos, las emociones y el comportamiento—, es la esencia del impulso motivacional más elemental y sincero de cualquier persona que decida iniciar un camino de cambio como consultante. Así, podemos definir la psicoterapia como una metamorfosis de la mente, una sucesión de encuentros generadores de cambios que inevitablemente representan un procedimiento de sanación compartido a través de los ecos experienciales.

Como toda metamorfosis, la psicoterapia implica una modificación en forma, contenido y función, que bajo ninguna perspectiva es sencillo para quien decide consultar al psicólogo. En tal sentido, podemos utilizar una metáfora que nos dé una visión literaria de este tema: Franz Kafka, en su célebre obra La Metamorfosis, nos muestra cómo un atormentado Gregor Sansa cambia su forma a la de un escarabajo gigante, y debe lidiar con una serie de eventos desafortunados que acaban en tragedia. Hace una analogía de pensamientos, pero a diferencia del pobre Gregor, la solución no está en huir y cerrar la puerta de la conciencia, sino en aceptar la forma y darle un nuevo significado al contenido.

Es justo ese nuevo significado lo que nos lleva a nuestro siguiente punto: en el proceso psicoterapéutico no todo se trata del consultante, sino del terapeuta. La psicoterapia implica crecimiento para las dos partes involucradas, el consultante llega al terapeuta para enseñarle a éste cosas que desconoce; desde algo cotidiano como la puntualidad, hasta conceptos más profundos como la humildad y la valentía. El consultante es, entonces, un agente generador de cambios en la vida del terapeuta. La ética del psicólogo lo sitúa en un lugar impersonal dentro de la relación con el consultante; de esta manera, el terapeuta aprende desde el silencio y la escucha, desde la resonancia y la comprensión introspectiva, desde el encuentro y el desencuentro con el otro.

(Gregor Sansa) ese escarabajo gigante rechazado, confundido y temeroso no dista mucho de ser cualquiera de nosotros el día siguiente de iniciar el trabajo terapéutico, es común que cambien las percepciones y surja un rechazo inexplicable a ver dentro de nosotros.

Así, la díada terapéutica es elemento central del cambio. Pero, ¿qué ocurre cuando el terapeuta se encuentra en formación y pertenece a un equipo? La respuesta es un universo de posibilidades infinitas de crecimiento y aprendizaje. Desde esta situación, ya no sólo se aprende del consultante, también del supervisor y los colegas; el terapeuta se encuentra entre dos mundos separados por un delgado cristal desde donde ve, escucha e internaliza todas las oportunidades que frente a él se materializan. Por tanto, el proceso de supervisión se basa en la co-construcción, en la mayéutica terapéutica centrada en la comunicación y la integración de todos los involucrados; así el equipo terapéutico representa un soporte de envergadura para el abordaje y el apoyo del consultante, todos resultan beneficiados de este ambiente de conocimientos y experiencias compartidas.

Sin embargo, el terapeuta siempre está inmerso en un proceso de formación y crecimiento como ser humano, a través de la humildad se muestra ante sus ojos el sentido de la atención a la subjetividad consultante, descubre gracias a la escucha cada historia. Ese existir entre dos sistemas de formación —el terapéutico y el de supervisión— es una experiencia única que permite afirmar, crear y aplicar ideas, siempre orientadas al beneficio de la vida del consultante. El equipo terapéutico es generador de cambios, permite integrar visiones en un ambiente de respeto y sirve de contención emocional ante cualquier eventualidad en el proceso. Ser parte de un equipo implica una responsabilidad ética muy grande, y el compromiso de trabajar en conjunto como un gran sistema que articula y crea conocimientos cada vez que se reúne.

Al seguir con esto, se presenta la descentración del terapeuta como el elemento que anuda el cambio terapéutico. El sentido de la terapia no es que el terapeuta sea alguien omnipotente y omnisciente, al contrario, es que se muestre como un ser que ha avanzado unos pasos más en su camino al conocimiento y está ahí para guiar al consultante en su búsqueda de luz. El conocimiento es sólo una herramienta para generar el cambio, todo debe enmarcarse en una atmósfera de comprensión y empatía. Cada consultante es único y cada abordaje es diferente, saber respetar las diferencias individuales y dejar de lado las creencias personales es el reto más grande que tiene todo terapeuta.

La psicología ha avanzado mucho como ciencia en los últimos 30 años, dejó atrás la rigidez y las disputas absurdas y se abrió a la postmodernidad, momento histórico que acepta la relatividad y entiende todo desde los procesos de lenguaje y comunicación, lo que nos brinda una visión amplia del universo personal de cada consultante, para permitirnos generar cambios significativos que inician en un nivel micro y repercuten en todo lo macro como extensión. Cada terapeuta como ser orientado en vocación a trabajar con el ser humano, está convocado al encuentro con el otro que consulta y dejar de lado creencias cuadradas para permitirse iluminar la vida de cada ser que toque desde el entendimiento profundo y absoluto de la relatividad de la verdad individual.