Noticias El Periódico Tarija

Cultura Colectiva

Se demostró que las personas con un IQ superior a 135, eran ateos. Pero, ¿ser inteligente sirve para ser feliz?

El que dice que Dios existe, se equivoca, el que dice que «no», también. Ambas son afirmaciones indemostrables. La única diferencia, es que el primero lo niega y el segundo la sostiene, pero ninguno tiene evidencias para decir, con seguridad, que tiene la razón. ¿Por qué? Porque no se trata de afirmar o negar si el cielo es azul o si la Tierra es redonda, o si la luz es onda o partícula; se trata de un terreno donde todos los argumentos de la razón no tienen cabida.

Aun así, la cuestión de la religión es probablemente el tema más controversial del Universo desde que el hombre es hombre. Creer o no creer, ¿qué es mejor? Las personas parecen no estar en paz sin discutirlo y claro, la ciencia tiene algo que decir al respecto.

Lo que dice la ciencia

Una investigación coordinada por la Universidad de Rochester en Nueva York, se dio a la tarea de revisar 63 estudios científicos realizados desde 1928, sobre la relación que mantiene la inteligencia con la religiosidad; 53 de ellos, demostraron que quienes profesaban un dogma religioso, eran menos inteligentes que los que no. Incluso, en uno de los estudios se demostró que las personas con un IQ superior a 135, eran ateos.

¿Este argumento es suficiente para demostrar que la religión es sólo para personas estúpidas? Claramente no.

Según los detractores de esta postura, estos resultados son válidos, sin embargo, lo son sólo en medida de una concepción estrecha de la inteligencia. Es decir, si esta se asume como la capacidad de razonar de manera analítica, abstrayendo ideas complejas que responden a causas y los efectos evidentes, estos estudios tendrían razón en decir que quienes son más capaces en sentido intelectual, son quienes no tienen una religión, pero si en ella, se incluyera la capacidad de superar adversidades emocionales y existenciales; probablemente no.

Esto es fácilmente comprensible y no precisa de más discusión: la razón humana busca explicaciones no fortuitas, sino bien fundamentadas y que estén ausentes de duda. En ese sentido, la ciencia —como máximo portador del raciocinio— no podría nunca apelar a principios de fe; eso iría contra su propia naturaleza. Sí, las personas más inteligentes —quienes apelan a una visión sin misticismo ni hipótesis infundadas— difícilmente creen en Dios. Estas personas —contrario a las que tienen un sentido espiritual— asumen una el camino de la autosuficiencia; luchan por convicciones propias, deciden por sí mismos, asumen su lugar en el mundo con todas las dificultades que eso implique.

Sin embargo, existen evidencias que ponen a tambalear esta pretendida postura de superioridad de aquellos de quienes sólo basan su vida a partir de la razón: según otro estudio realizado por la Universidad de Missouri, la fe ayuda a personas con enfermedades crónicas. De acuerdo a otra investigación realizada por el Laboratorio de Neurociencia de la Universidad Toronto Scarabough de Canadá, creer en Dios reduce la ansiedad; y de acuerdo a otra hecha por las universidades de Wisconsin y Harvard, la gente religiosa está más satisfecha con su vida. En conclusión, parece que quienes tienen un sentido de trascendencia con algo superior, son personas más felices.

¿Qué camino seguir?

Aunque aparentemente lo hacen, estos dos puntos no se contradicen; si tomamos lo que ambas posturas afirman, resulta que las personas ateas son más inteligentes, pero las religiosas gozan de más estabilidad emocional.

¿Cuál sería el criterio para determinar cuál de los dos caminos seguir?, ¿quién podría juzgar a alguien por preferir el camino de la evidencia empírica y asumir todas las consecuencias de sus actos a quien prefiere creer que algo superior que puede ayudarlos a pasar por una situación difícil? Nadie suficientemente inteligente y empático.

Una discusión sin sentido

Dejar de pensar que no creer en Dios es más valioso que creer, dejar de asumir que la fe en él es igual a ser mejores personas ayudaría mucho a nutrir la tolerancia, por su falta se declaran guerras, se ejecutan genocidios, se mata a poblaciones enteras de hambre.

¿Por qué una persona que ha sido privilegiada con recibir educación escolar, gozar de un entorno científico y tener una mente analítica, necesita denostar a quien ha decidido —por las circunstancias o por decisión propia— creer en algo que no puede ver pero le ayuda a sobrellevar la vida? Por otro lado, ¿en qué le afecta a alguien que siente su alma en paz o ha experimentado algún tipo de comunión espiritual el que otros prefieran llevar su vida por un camino propio?

Confusión esencial

Gran parte del error consiste en una confusión. En nuestro país, por ejemplo, las personas creen que “religión” y “cristianismo” son sinónimos. Desconocen las premisas básicas del hinduísmo, el budismo, el islamismo, el chamanismo, el jainismo, el sintoísmo —sólo por mencionar algunas otras religiones del mundo— y aún así, se sienten con el derecho de encasillar a “todos los religiosos” bajo un mismo concepto. Por otro lado, los religiosos asumen que todos los ateos son personas irresponsables, sin un sentido de la moral, malvados y pecadores. No hay razón para ello.

La solución bien podría ser que ambos apliquen de lo que más se jactan: los intelectuales, un poco de razón para comprender la diversidad y la diferencia de opiniones y los religiosos, ejercer el amor por sus semejantes.