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Bernabé Cabard era un barbero de apariencia sobria y recatada. Tenía un pequeño local en París donde a diario recibía a una decena de clientes quienes lo visitaban para rasurarse y cortarse el cabello. Como compañero de calle tenía a Pierre Miquelón, un panadero que vendía los mejores pasteles de carne de la zona, justo en el local de a lado.

También lo acompañaba su hija, Marguerite, quien era especialmente hermosa. Su amable personalidad conseguía enamorar a todos los que visitaban el local de su padre. Sin embargo, aunque la mayoría de los clientes desearan con toda su fuerza estar con ella, la joven nunca accedía.

Mientras tanto, los rumores sobre hombres desaparecidos comenzaban a correr por el barrio. No obstante, no había ni una sola mancha de sangre en las calles, ningún tipo de denuncia sobre algún personaje misterioso o una señal de alarma que alertara a los vecinos.

Un día todo cambiaría de rumbo. Dos jóvenes extranjeros habían decidido hospedarse en la ciudad y, por azares del destino, lo hicieron en una posada que quedaba enfrente de la barbería. Uno de ellos quedó completamente enamorado de la bella Marguerite a quien desde la distancia, miraba embelesado. Cuando hizo saber a su amigo sus intenciones, éste le advirtió los rumores que existían alrededor de la mujer. Incluso, que algunos de los pobladores suponían que la soltería de la joven se debía a una especie de maldición que pesaba sobre ella.

Sin hacer caso, el muchacho acudió a la barbería para confesar su amor. Debido a que su amada no estaba, el peluquero lo persuadió para que, mientras esperaba, se hiciera un corte de cabello. Él aceptó. Desde entonces, no volvió a verse nunca más.

Al percatarse de su ausencia, el amigo del joven comenzó a investigar qué pudo haberle pasado. Asistió con el panadero quien, un tanto nervioso, le dijo que no se preocupara, que probablemente se habría ido por ahí y regresaría pronto. Para aligerar la preocupación del muchacho, le ofreció uno de sus famosos pasteles de carne.

Pasaron los días y el joven no aparecía, a su amigo no le quedó más que buscar a la policía y contarle que la última vez que lo había visto, había sido al entrar a la barbería. Debido a que los investigadores tenían la presión de otros casos de desaparición, entraron a cada local a inspeccionar si pasaba algo extraño.

Por accidente, uno de ellos activó una palanca que yacía debajo de uno de los espejos. Al hacerlo, un olor fétido comenzó a llenar el lugar; provenía del sótano, donde se encontraban decenas de cadáveres cortados en pedazos. Eso no fue lo más siniestro del descubrimiento, en el lugar había una especie de túnel que daba al local del panadero.

Los policías no daban crédito, pero no cabía la menor duda: la carne usada para sus famosos pasteles era la de las víctimas que el barbero había asesinado y mantenido bajo su barbería.

 

La sanguinaria historia de este personaje ha inspirado varias películas y obras de teatro. Justo esa mediatización ha provocado que la figura del asesino se rodee de mitos fuera de la realidad. De hecho, no hay una sola versión sobre esta historia: unos dicen que se trata de un joven inglés de la época victoriana, otras, incluso, que era español.

Lo cierto es que quienes conocieron de primera mano este caso, lo mantuvieron en la memoria, transformándolo, hasta que pasó por la literatura, las puestas en escena y, finalmente, las adaptaciones fílmicas, como Sweeney Todd: The Demon Barber of Fleet Streetde Tim Burton. Sin embargo, esta historia es notoriamente distinta a las versiones tradicionales.

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Pese a las diferencias, es curioso percibir como un acontecimiento tan siniestro como este puede servir de aliciente para la imaginación y crear, a partir de ello, inolvidables historias expresadas en las distintas formas de arte.