EL COMERCIO
Tras el lanzamiento del último misil, la ONU aprobó sanciones contra el régimen, según dijeron, ahora sí, serán decisivas.
La casuística ha fijado la sucesión de actos: misil o ensayo nuclear, condena internacional, reunión de la ONU y aprobación de sanciones con la triunfalista aclaración de que, ahora sí, serán decisivas. Corea del Norte es el país más sancionado del mundo y el mejor ejemplo de la inutilidad de las sanciones como herramienta diplomática.
Falla el planteo porque el aislamiento no sirve con unos líderes vocacionalmente aislados y una conjunción de factores internos y externos explica su ineficacia. Por un lado, Corea del Norte deriva los efectos a sus sufridos súbditos mientras cuida a la élite para sellar su fidelidad. Y por otro, el cumplimiento de las sanciones queda trabado por la falta de medios, ganas o ambos de algunos países.
Las sanciones buscan ahogar la economía, modificar el comportamiento del gobierno y debilitarlo para provocar su cambio. Lo último es hoy tan improbable como cuando el abuelo de la saga, Kim Il-sung, fundó el país más de medio siglo atrás. Ni siquiera las hambrunas de los años ?90 amenazaron a un régimen que aprieta las filas en las crisis frente a la amenaza exterior y calla brutalmente cualquier protesta.
«Las sanciones han fallado por la determinación de Pyongyang de desarrollar sus armas nucleares a cualquier precio y porque la comunidad internacional no ha actuado con una sola voz para lidiar con su amenaza», dice Cheng Xiaohe, experto en Corea del Norte de la Universidad Renmin de Beijing.
Los cambios de comportamiento han llegado, pero en la dirección opuesta. Kim Jong-un ha mostrado una beligerancia sin precedentes y sublimado la actividad misilística de su padre, Kim Jong-il. En sólo un año ha lanzado los mismos misiles que este en 15. El ritmo se acelera tras cada ronda de sanciones.