Los mercados se han convertido en focos de desorganización y convulsión, se instalan puestos de venta improvisados en sus alrededores que producen suciedad y limitan los espacios de circulación de quienes van a comprar, se invaden calles y eso ocasiona que el tráfico vehicular se vea alterado con el riesgo evidente para quien esta por donde van los autos. Los parqueos en doble fila son una constante, lo que resta el espacio de circulación de los motorizados, hace más lento su andar y por ende se presentan embotellamientos, bocinazos, mal humor y hasta riñas, porque nadie quiere quedarse sin tener la razón.
Nosotros miramos nuestra ciudad porque vivimos en ella, es verdad que en otras del país se repiten escenarios y situaciones similares, lo más complicado es que estos mercados se convierten en tierra de nadie porque cada quien hace lo que quiere, se camina por donde sea, se transita en el sentido que conviene o se puede, en fin, la desorganización reina ante la apatía o ausencia de quienes deben combatirla. Producto directo de la presencia humana caotizada es la basura, que está regada por doquier, es muy cierto que no se puede andar limpiando a cada rato y que se tienen horarios al final de la jornada para que se la recoja a través de la instancia respectiva, pero da la impresión de que como son mercados existe libertad y derecho total para ensuciar, para echar basura donde sea, hasta para usar las calles como baños públicos ante la vista y paciencia de todos. El rótulo de «mercado» parece abrir las posibilidades para el libre albedrío, para el libertinaje, porque así como hay personas que van a comprar y nada más y hay otras que venden para ganarse la vida, muchos ce estos centros se han convertido en cantinas abiertas con ebrios en cada esquina. Si de seguridad hablamos, son tierra fértil para las fechorías de mal vivientes avezados que tienen amenazados a los comerciantes para que no los delaten mientras roban o engañan a los desprevenidos.
En otros países existen mercados que han sido convertidos en puntos de referencia turística, garantizando la higiene, la tranquilidad y el orden, puede ser cuestión cultural el problema pero si nos resignamos porque así nomás somos, estaremos condenados a admirar lo que otros tienen afuera, pudiendo nosotros tener lo mismo si es que nos lo proponemos.
Nosotros miramos nuestra ciudad porque vivimos en ella, es verdad que en otras del país se repiten escenarios y situaciones similares, lo más complicado es que estos mercados se convierten en tierra de nadie porque cada quien hace lo que quiere, se camina por donde sea, se transita en el sentido que conviene o se puede, en fin, la desorganización reina ante la apatía o ausencia de quienes deben combatirla. Producto directo de la presencia humana caotizada es la basura, que está regada por doquier, es muy cierto que no se puede andar limpiando a cada rato y que se tienen horarios al final de la jornada para que se la recoja a través de la instancia respectiva, pero da la impresión de que como son mercados existe libertad y derecho total para ensuciar, para echar basura donde sea, hasta para usar las calles como baños públicos ante la vista y paciencia de todos. El rótulo de «mercado» parece abrir las posibilidades para el libre albedrío, para el libertinaje, porque así como hay personas que van a comprar y nada más y hay otras que venden para ganarse la vida, muchos ce estos centros se han convertido en cantinas abiertas con ebrios en cada esquina. Si de seguridad hablamos, son tierra fértil para las fechorías de mal vivientes avezados que tienen amenazados a los comerciantes para que no los delaten mientras roban o engañan a los desprevenidos.
En otros países existen mercados que han sido convertidos en puntos de referencia turística, garantizando la higiene, la tranquilidad y el orden, puede ser cuestión cultural el problema pero si nos resignamos porque así nomás somos, estaremos condenados a admirar lo que otros tienen afuera, pudiendo nosotros tener lo mismo si es que nos lo proponemos.