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Si bien la desconfianza que infundían los nativos en los militares bolivianos era significativa, también era notable la curiosidad por estos habitantes originarios que no dejaba de cautivar a los soldados que llegaban al teatro de operaciones de diversas zonas del territorio nacional.

Cristóbal Arancibia, soldado raso del ejército boliviano describía a los indígenas, “…hay mataquitos, ahí se agarraba, tomaban prisioneros, no podían hablar nada, ni a ellos tampoco podíamos entender, kalitas (desnudos) hombre y mujer”.

Las apreciaciones de los soldados eran resultado del desconocimiento sobre las particularidades de los indígenas del Chaco que era significativa y fácilmente confundían a una cultura con otra. El testimonio del soldado Luis Michel, permite apreciar que al describir a los Tobas, en realidad se refería a los guaraníes. “..ah, los tobas hay pues, en el Chaco son otra clase de gente, esos salvajes son pelados, no tiene pantalón, camisa, tienen tambeta aquí y hablan guaraní, no entienden de castellano nada, con los pilas (paraguayos) son amigos, chaqueños son. No son tatalos, son salvajes, los tatalos hablan aymara”.

Los testimonios de los reclutas aimaras Juan Tancara y Leandro Condori, del Regimiento Paucarpata III de Infantería de La Paz, reflejan la realidad de la cruenta guerra, “…en el Chaco estábamos los indígenas con los hijos de obreros enfrenando la vida y la muerte, no habían caminos y en época de lluvias no llegaban alimentos, hacíamos hervir carne y tomábamos sopa sin sal, éramos considerados como salvajes, estábamos enfermos y no había atención médica para nosotros, nos afectaba el paludismo, la disentería y las picadas de los moscos provocaban sarna, había días que no recibíamos desayuno ni rancho, pero nos hacían trabajar sin descanso en la construcción de zanjas para correr en las posiciones, tostábamos en fuego los cueros del ganado para comer, que después provocaba la muerte de hartos compañeros”.

Según Pablo Michel, en su obra recopilada y difundida por el PIEB destaca que; una vez que estalla la guerra en 1932, durante el gobierno de Daniel Salamanca, ésta en un principio no tomó en cuenta al indígena. En una segunda fase, el “indio” fue raptado “como ganado” para cubrir aquellos huecos que empezaban a dejar las bajas del lado boliviano.

“En una tercera etapa, se sucede un cambio muy interesante, pues los ‘indios’, por voluntad propia, se incorporan al ejército llevados incluso por sus padres. Y no sólo eso, llevan ganado o algunos víveres durante la guerra; los indígenas desde aquel momento empiezan a tener un sentido de pertenencia gracias a la contienda”, explica el investigador, “en la trinchera empieza a surgir un sentimiento de bolivianidad y también surgen los primeros héroes indígenas, como el sargento Valentín Condori”. El hombre quechua habría resultado ser un guerrero con cualidades militares excepcionales, no tanto así los indígenas del oriente o los aymaras. “Hans Kundt, General alemán que dirigió el ejército boliviano en una fase de la guerra, decía que el soldado indígena boliviano era un soldado que se adaptaba a todo, que era un gran luchador. Lo ubicaba después de los soldados alemanes”, a decir de Michel.