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El escenario de operaciones de la campaña del Chaco, estaba habitado por pueblos indígenas desde tiempos antiguos, antes de la llegada de los españoles y el proceso de evangelización y conversión, entre estos los pueblos Guaraní, (Chiriguano), Weenhayek (Mataco), Tapiete, Chulupi, Ayoreode, Choroti, Toba y otros que ocupaban y convivieron en el área de influencia de los ríos, Grande o Guapay, Macharetí, Pilcomayo y Paraguay.

Durante el proceso de delimitación de los Estados en la época republicana, no se consideró el territorio de las culturas indígenas y como efecto los pueblos originarios fueron divididos. Similar situación aconteció cuando se suscribieron los tratados de paz. Los pueblos indígenas del Chaco, no solo sufrieron por una conflagración que era ajena, sino que al finalizar la guerra las familias se dividieron y fraccionaron, perdieron su territorio, emigraron en busca de paz y otras tierras, siendo olvidados, abandonados y en cientos de casos sin el reconocimiento por su participación en la cruenta guerra, quedando en la marginalidad y la pobreza.

Como consecuencia del inicio de la guerra, se desató en el país un fervor belicista que se apropió de la ciudadanía, pero no así de las comunidades indígenas, debido a que su participación en la sociedad civil no tenía la plenitud que se confería a cualquier ciudadano. En esa época, agrupaciones indigenistas trataban de incorporarse a la nación impulsando la educación y la alfabetización como una forma de inserción a la cultura occidental, situación que derivó en la acusación de la corriente belicista como comunistas. El gobierno de Daniel Salamanca, uno de los regímenes más reaccionarios de Bolivia, arremetió contra toda expresión contraria a su administración, justificando el estado de guerra que se vivía, iniciando una lucha frontal contra cualquier ideología libertaria y socialista y represión sistemática contra las organizaciones indígenas. Hasta antes de la revolución de abril de 1952 la población indígena no era reconocida con sus plenos derechos y su condición social y económica era de dependencia de los grandes latifundistas. Eran indios o también denominados pongos, una especie de esclavos el siglo XX, dedicados a la actividad agrícola dependientes de patrones.

Los indígenas fueron los más afectados por la guerra del Chaco (1932-1935) por su condición de olvidados por el Estado, marginados de la vida política, económica y social. A la hora de necesitar su concurso para la defensa de la nación, los varones fueron reclutados por la fuerza, sin interesar su salud y estado físico apropiado, sus derechos fueron atropellados y se dejó en el desamparo a sus familias. Las mujeres nativas de la zona del conflicto y fortines, también sufrieron atropellos y vejámenes.

De acuerdo a los registros tomados en el fortín Esteros, sobre el río Pilcomayo, entonces en poder de Bolivia, se estableció el trato denigrante que recibían las mujeres indígenas. Allí, las mujeres del grupo Suhin, perteneciente al pueblo Chulupi, una parcialidad del pueblo Weenhayek, fueron obligadas a prostituirse. El registro grafico de la época se percibe que fueron presionadas a posar y el pie del grafico dice: “Bataclanas del Fortín Esteros” 1927. Esta situación se repitió durante toda la contienda, especialmente en Villa Montes.

Los indígenas una vez percatados de la realidad del conflicto y su marginalidad, asumieron conciencia y a la conclusión de la guerra se engendró el sindicalismo campesino para asumir su defensa, recuperar sus derechos sobre las tierras y reivindicaciones sociales de clase que se profundizó en los años de la postguerra, contando para ello con el apoyo de intelectuales de izquierda y otros sectores del proletariado boliviano que compartió con ellos las trincheras y horrores de la guerra.