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La crisis abierta en Brasil después de las revelaciones sobre el supuesto aval del presidente Michel Temer a la compra del silencio de Eduardo Cunha, ex jefe de la Cámara de Diputados de Brasil, no parece encontrar un final.
Desde la noche del miércoles, cuando se comenzaron a conocer los detalles de la delación premiada de Joesley Batista, uno de los dueños del grupo de frigoríficos JBS, la puja entre los pedidos de renuncia y la resistencia del mandatario marcaron el ritmo de una crisis que ya mostró su rostro más oscuro para el régimen político brasileño: la debacle de los partidos políticos tradicionales.
Crisis en Brasil, la crisis de los partidos
Ninguna de las alternativas que hay hoy sobre la mesa aparece como capaz de cerrar la crisis abierta: ni la continuidad de Temer, cuya coalición gubernamental se resquebraja y con el paso de los días suma más pedidos de renuncia; ni que la decisión sobre su sucesión quede a cargo de un Congreso mayoritariamente salpicado por casos de corrupción; ni la opción de las elecciones anticipadas directas, que pareciera significar un retorno casi seguro del ex presidente, Luiz Inácio Lula da Silva.
«Lo que está pasando en Brasil es algo mucho más profundo que la renuncia o no de Temer. Lo novedoso es la protesta social permanente y pacífica en todo el país. Un ‘que se vayan todos’ dirigido al gobierno de Temer, a Cunha, a prácticamente todos los políticos, que son ladrones o coimeros. Esto es una novedad absoluta en Brasil». La opinión es de Alberto Ferrari Etcheberry, director del Instituto de Estudios brasileños de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF) de Argentina.
Según él, es imposible que Temer o cualquier gobierno de transición pueda encontrar el mínimo de estabilidad y paz la clase dirigente necesita. Y en eso fundamenta su pronóstico en conversaciones con Infobae: «No me extrañaría para nada que estos sectores llegaran a la conclusión de que lo mejor en estos momentos son las elecciones directas y Lula presidente».
¿Golpe contra el golpe?
Del otro lado del análisis, el profesor de política y derecho de la Universidad Faap de Brasil y especialista en Relaciones Internacionales Marcus Vinicius De Freitas sorprende con su respuesta.
«Creo que estamos ante el primer caso brasileño de «fake news»: el jueves parecía que todo estaba muy demostrado en contra de Michel Temer, todos aseguraban que iba a renunciar.. Incluso hubo notas confirmando su renuncia, pero finalmente resultó no ser así».
Según su análisis, no están dadas las condiciones para la renuncia de un presidente porque las evidencias presentadas no sirven de base legal. «Primero, tiene que quedar claro que para hacer uso en una causa de la grabación que lo involucra a Temer deberían contar con la aprobación del Supremo Tribunal de Brasil, y esto no ha pasado aún. En segundo lugar, no queda para nada claro en la conversación que esté avalando un soborno», dijo a Infobae.
El sábado, en su segundo mensaje al país desde que se desencadenó la crisis, el mandatario -quien además de la causa del Lava Jato está siendo investigado junto a Dilma Rousseff por el financiamiento de la campaña que los llevó al Gobierno- volvió a defender su inocencia y afirmó que «la grabación es fraudulenta». En una clara ofensiva para recuperar su dañada credibilidad, Temer señaló lo que algunos medios locales ya habían publicado: la responsabilidad del empresario Joesley Batista, a quien acusó de haber cometido «el crimen perfecto».
Con la sombra de Odebrecht acechando desde prisión, es cierto que el acuerdo alcanzado por los hermanos Batista con la Fiscalía General de la República resulta al menos llamativo. «A diferencia de los empresarios que aceptaron la delación premiada tras meses de cárcel, los hermanos acordaron que no serían arrestados -ni siquiera usarían tobillera electrónica-, sus empresas sufrirían el mínimo daño posible, y Joesley Batista recibiría, incluso, la garantía de poder seguir viviendo en Estados Unidos, lejos de los focos de la prensa brasileña», publicó el viernes una revista del diario Folha de Sao Paulo.
De acuerdo con esta versión de los hechos, que fue replicada el sábado por el presidente como un mecanismo de autodefensa, el verdadero negocio de los dueños de JBS fue lo ocurrido días antes de la delación, cuando a través de una serie de operaciones contra el Real brasileño en las bolsas del mundo, lograron una ganancia que al menos cuadruplica la multa impuesta por la Fiscalía.
Crisis institucional más crisis económica
Con todo, la falta de alternativas viables y la profunda inestabilidad política empujan a los analistas a asegurar que la situación puede ser comparada con lo sucedido en el año 2001 en Argentina. No pasó ni un mes desde que los brasileños protagonizaron la primera huelga general del gobierno de Temer, justificada en un desempleo que alcanzó el 13,7% en el primer trimestre de 2017 -unos 14,2 millones de desocupados-, y en el intento de imponer una reforma del sistema de pensiones que busca elevar la edad jubilatoria.
La polémica reforma, junto con una serie de leyes laborales, deberá sin embargo ser aprobada por el Congreso para imponer el ajuste que se encuentra en la agenda de los grupos económicos brasileños, pero en momentos en el que la coalición oficialista sufre una hemorragia de aliados. El sábado, el PSB del fallecido Eduardo Campos anunció el retiro de su apoyo al gobierno dejándolo con siete senadores y 35 diputados menos.
Este problema tampoco podría resolverlo un retorno del Partido de los Trabajadores (PT), pese a que Lula da Silva aparece en todas las encuestas como el candidato con mayor popularidad del espectro político. No sólo porque él y Dilma también están implicados en la causa del Lava Jato, sino porque es que el Congreso actual es el mismo que votó, apenas un año atrás, la destitución de Dilma Rousseff por una causa por supuesta manipulación de las cuentas fiscales. Nada indica que esos legisladores estén dispuesto ahora a un nuevo viraje en favor del ex presidente.
«Hoy el que le está dando el tiro de gracia a Temer es (el diario) O Globo, que parece estar indicando que ‘esto no da más’. Si tiene la posibilidad de inventar a alguna figura por fuera de la clase política lo va a hacer, pero tampoco creo que se opondría a una elección directa aunque allí ganara Lula. Por todo eso creo que hoy, el mal menor de la política brasileña es Lula», aventura Alberto Ferrari Etcheberry.
Coincide en ese punto con Marcus Vinicius De Freitas, quien afirma que el problema del periódico es que «cree que pueden destituir y poner nuevos presidentes en Brasil (…) Y ahora la situación es muy complicada, porque no está claro cómo va a seguir el proceso constitucional después de esto».
Y surge entonces otro punto de consenso, que parece aglutinar a los especialistas locales y extranjeros: la clave de la situación brasileña, tanto el origen de su situación actual como la posible clave de su desenlace, parece estar, de nuevo, en las calles.