Noticias El Periódico Tarija

Nelson Aguilar Rodríguez

(Militante del Proceso de cambio, Ex dirigente del MAS Cercado)

Parte 1 de 5

Pocos autores han realizado análisis desde otra óptica, una prognosis del planeta ante el rumbo que toma el capitalismo salvaje y que nos está llevando al límite con los vientos de guerra. Obliga debatir a los pueblos, a exigir, a luchar, y a derrotar el sistema, caso contrario estaríamos condenados a la muerte de nuestro mundo, ¿Ciencia ficción?, ¿estamos locos?, lo cierto parece que nos acercamos peligrosamente a esta realidad, por ello estamos en debate, los que defienden la vida del planeta y los que nos lleva a su fin.

Tuve la oportunidad de realizar dos Talleres este 2017, al lado de Rafael Bautista (Escritor Boliviano) sobre la Colonización de América de 1492 y el dio sobre Descolonización y la Geopolítica Mundial, en el Chaco (Villa Montes) y en la ciudad de Tarija. Lo cierto, como conclusión de los talleres, es que en la historia de la humanidad, la constante son las guerras, invasiones, genocidios,  vencedores y vencidos, de opresores y oprimidos, de ricos y pobres, de avances y retrocesos, pero se sigue buscando una opción de construcción colectiva frente a la cultura del egoísmo, en este orden mundial en crisis.

Rafael Bautista, manifiesta que La guerra del “mundo de la post-verdad”, el “mundo de la post-verdad” no describe una novedad sino la consolidación de un mundo sin alternativas. Es el desenlace de una fatalidad que nace con el mundo moderno y que se proyecta globalmente imponiendo un proyecto único de vida. Pero ese proyecto, desde sus inicios, no es posible para toda la humanidad; por eso la modernidad nace en el diseño de una clasificación antropológico-racial que biologiza las diferencias culturales (haciendo aparecer “superiores” e “inferiores”), naturalizando, de ese modo, las relaciones de poder y dominación exponencial a todos los ámbitos de la vida. En ese contexto es que se funda la posibilidad de la modernidad como única forma de vida y su economía, el capitalismo, como la única economía posible.

Es la Conferencia de Seguridad de Múnich, en vísperas de su reunión anual, la que publica, en su Reporte 2017, la siguiente interrogante: “¿post-verdad, post-occidente, post-orden?”. Esta identificación de los tres conceptos es el marco, en el cual, situamos el “mundo de la post-verdad”. Un mundo “post-occidental”, según la Deutsche Welle, significa un “orden mundial frágil”, marcado por el ascenso del populismo como una seria amenaza al “orden internacional”. Lo que no se dice es que, ese “orden”, del que se sirve Alemania y Europa, bajo la tutela de USA, pasa por la decadencia institucional global creada para preservar, precisamente, ese “orden”. En ese sentido, la crisis financiera que arrastra a las economías del primer mundo al colapso, exponencialmente mundial, exhibe el aislamiento de USA del escenario mundial, dejando la posibilidad de que las potencias emergentes, los BRICS, pero, en particular Rusia y China, puedan aprovechar el vacío de poder que deja la hegemonía en decadencia. Mientras se desarticula la Unión Europea, desde el brexit, el Occidente moderno empieza a vislumbrar el desmantelamiento de su centralidad global.

La imposición de un mundo sin alternativas es prototípico del mundo moderno; porque la posibilidad de una alternativa la constituye, en última instancia, otra forma de vida; pero si la modernidad establece que todo lo pre-moderno no es sólo anterior sino inferior, entonces, por inferencia lógica, y de acuerdo a la racionalidad imperante, otra forma de vida es imposible. Un mundo sin alternativas no es entonces una fatalidad histórica sino la imposición de un proyecto único de dominación exponencial. La literatura del siglo XX es recurrente en la descripción de un mundo convertido en panóptico; eso manifiesta una situación en la que no hay salida.

Con el desarrollo tecnológico, la comunicación y la información coadyuvan a cerrar aún más las alternativas. El manejo estratégico de la información, por parte de las agencias de inteligencia y el Pentágono, que trasmiten las grandes cadenas de noticias, genera la producción manipulada de opinión pública. El panóptico entonces se introduce en la propia subjetividad de los dominados y ordena la interpretación de los hechos políticos. Por eso se puede hablar, y con sentido, de un “mundo de la post-verdad”, pero no como algo coyuntural sino como la conclusividad de un mundo sin alternativas. Sólo en esta clase de mundo la verdad ya no importa, porque cuando el negocio se transforma en forma de vida, lo que importa es quién gana, no quién tiene la razón.

El “mundo de la post-verdad” es la develación de un mundo forjado en la conquista, por eso fragua sus opciones en la guerra; la guerra se convierte en el incensario de sus holocaustos ofrecidos en el altar del dólar. Si el dólar no crece se muere, pero crece a expensas de todo. La globalización expresaba ese afán infinito de crecimiento; por eso el crecimiento económico no es un indicador de distribución de riqueza sino de acumulación monetaria en un patrón financiero único. Una economía globalizada genera, de ese modo, las condiciones ideales para raptar definitivamente a la humanidad y a la naturaleza en una dinámica concéntrica de despojo sistemático de vida; porque la riqueza es la objetivación de vida y, si la economía imperante, tiene como fin la concentración acumulativa de riqueza, entonces eso no puede significar otra cosa sino privación constante y creciente de vida.

Pero eso tiene un límite y eso significa la rebelión de los límites. La crisis climática y el calentamiento global son la cara dramática de esta rebelión. Esa es la verdad. La vida misma se encuentra en estado de rebelión. Pero la respuesta de los poderes fácticos no es respuesta sino la aniquilación de toda rebelión. Para ello hacen uso de toda la institucionalidad creada, a nivel global, para proseguir una política de despojo de todo lo que queda. El 1% rico del mundo sabe que el progreso y el desarrollo no son posibles para todos. Es más, nunca lo ha sido. Por eso la guerra es lo único que les queda. Siempre ha sido así.

Todas las guerras del mundo moderno siempre se emprendieron en aras de la paz, porque la paz significa la estabilidad y ésta significa la mantención de la desigualdad; por eso de la guerra proviene mucho del progreso y desarrollo actual. El desarrollo es sólo posible por el crecimiento, pero el crecimiento sólo expresa la acumulación disponible de capital que concentra, en última instancia, el poder financiero a nivel global. Pero esa concentración no basta, pues el capital debe seguir creciendo y lo que ya no puede la producción, se propone la especulación: tasas de rendimiento extraordinarias (que no es otra cosa que despojo salvaje de todo lo que queda). Entonces, ¿qué mejor opción que la guerra?, porque en la guerra las apuestas crecen y los apostadores tienen el mejor de los escenarios, pues, por sobrevivir, los beligerantes ofrecen todo lo que tienen e, inevitablemente, se endeudan. Esto significa que la guerra es provocada y tiene, como finalidad, un nuevo ciclo de acumulación. Pero esa constante también tiene un límite y esa es la diferencia que destaca a la nueva guerra que, podría ser la última, porque se trata de una guerra inevitablemente nuclear.