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Su hallazgo fue fortuito. Ocurrió en mayo de 2016 mientras unos obreros realizaban una reforma en una vivienda de la calle Rossi, cercana a la Universidad de San Francisco. La rosa roja aún permanecía en su mano. Al ser encontrada, su piel y pelo estaban en perfectas condiciones. Un tejido de flores de lavanda adornaba su peinado, imperturbable pese al tiempo: 145 años habían pasado desde que había muerto.
La propiedad donde fue desenterrada pertenece a Ericka Karner, quien nada sabía sobre la presencia de un cadáver en su garage. La niña, de tres años, había sido uno más de los enterrados en el viejo Cementerio Odd Fellows que en 1920 había sido trasladado. ¿Se olvidaron de ella? Sí.
Karner y los vecinos del condado de Richmond, San Francisco, comenzaron una campaña para darle nueva sepultura y descubrir quién era para poder contactar a algún familiar que quisiera dar una última despedida a su cuerpo intacto. La bautizaron Miranda Eve y 140 personas participaron de su nuevo entierro en junio pasado. Sin embargo, la búsqueda de su identidad continuó.
Elissa Davey, genealogista y fundadora del Proyecto Jardín de la Inocencia, dedicó el año a rastrear datos que pudieran confirmar de quién se trataba. Finalmente, con ayuda de registros históricos del Cementerio Odd Fellows y de la composición del ADN de la pequeña -realizado por la Universidad de California, Santa Cruz-, logró develar el misterio. El nombre de la niña era Edith Howard Cook.
El trabajo de Davey no fue sencillo. La investigación le demandó 1.000 horas de estudios, la lectura de casi 30 mil registros funerarios, mapas de 1870 contrastados contra la actual geografía de San Francisco. Todo tuvo su recompensa.
Davey logró además determinar su árbol genealógico. Era hija de Horatio Nelson y Edith Scooffy Cook. Pero también había más sobre su historia: murió el 13 de octubre de 1876 a los dos años, diez meses y 15 días. Dos días después le dieron sepultura en la sección que la familia tenía en aquel cementerio.
Mediante los registros funerarios de Edith, Davey supo también cómo había muerto: «marasmo». En aquella época era el término utilizado para expresar una severa desnutrición, causada por diversas circunstancias. Lo más probable, teniendo en cuenta la época, es que algún virus infeccioso haya atacado el sistema inmunológico de la niña y acabado con su vida. El estudio genético determinó que tres meses antes de su muerte comenzó a experimentar la desnutrición que finalmente le provocó la muerte.
La información genética también pudo explicar los ancestros de la niña según su localización geográfica: las islas británicas. Incluso, para comprobar mejor su identidad, los análisis del cabello de Edith fueron cruzados con su único descendiente vivo, Peter Cook. Los resultados de los estudios científicos fueron positivos. Peter Cook vive actualmente en el Condado de Marin, en Bay Area y era el bisnieto de Milton H. Cook, hermano mayor de Edith.
Ahora, la familia Karner y Jardín de la Inocencia dispondrán del tercer -y ¿definitivo?- servicio funerario de la niña. Será el 10 de junio. Lo que harán será cambiar el nombre de «Miranda Eve«, elegido por las hijas de Karner, por el verdadero: Edith Howard Cook, el que Horatio Nelson y Edith Scooffy soñaron cuando vieron a la niña salir del vientre materno por primera vez. Seguramente otro descendiente de los Cook esté presente: Peter querrá rendir un último adiós a esa pequeña niña que fue su tía abuela.