LIDIA AZURDUY R./BOLINFO/TARIJA
(elPeriódico-Abr 23) Al igual que en la vida de toda persona, transitar por distintas etapas y estaciones permiten crecer, cambiar y florecer, en la vida del planeta aquello también ocurre con la rotación de la tierra sobre su propio eje.
En nuestra ciudad vivimos un otoño que por días tienen una sensación térmica más aproximada al invierno, con ello los cambios en vestimenta son notorios a la vista: sustituyendo vestidos, sandalias, poleras por bufandas, guantes y ropa gruesa. Los raspadillos y helados son cambiados por bebidas calientes o jugos naturales que permiten al cuerpo una reserva de vitaminas para una defensa ante posibles resfríos.
Disfrutar del clima, vivir con agradecimiento, disfrutando de un buen café o una taza de api, permite situarnos en el presente, sin esperar con angustia la primavera o el verano. Al igual de lo que debiera ocurrir con los días de la semana, disfrutar del gustito de cada día sin arrastrarnos a la espera del fin de semana.
Aquello es posible, cuando se cuenta con un abrigo y con un techo a la espera de cobijo, pero la realidad de muchas personas de escasos recursos o indigentes, hacen que la pobreza se la viva con mayor crudeza.
Ante esto, es urgente que de manera paleativa e inmediata las autoridades reinicien la habilitación de hospedajes o albergues con las condiciones necesarias para pasar las noches frias; pero además de la acción institucional es posible prepararnos para el frio, brindando calor desde los corazones solidarios de todos, revisando armarios y seleccionando ropa y mantas que también puedan ser usada para provecho de quienes lo necesiten. (eP)
“Llega el invierno. Espléndido dictado me dan las lentas hojas vestidas de silencio y amarillo.
Soy un libro de nieve, una espaciosa mano, una pradera, un círculo que espera, pertenezco a la tierra y a su invierno.
Creció el rumor del mundo en el follaje, ardió después el trigo constelado, por flores rojas como quemaduras, luego llegó el otoño al establecer la escritura del vino: todo pasó, fue cielo pasajero la copa del estío, y se apagó la nube navegante.
Yo esperé en el balcón tan enlutado, como ayer con las yedras de mi infancia, que la tierra extendiera sus alas en mi amor deshabitado.
Yo supe que la rosa caería y el hueso del durazno transitorio volvería a dormir y germinar: y me embriagué con la copa del aire hasta que todo el mar se hizo nocturno y el arrebol se convirtió en ceniza.
La tierra vive ahora tranquilizando su interrogatorio, extendida la piel de su silencio. Yo vuelvo a ser ahora el taciturno que llegó de lejos envuelto en lluvia fría y en campanas: debo a la muerte pura de la tierra la voluntad de mis germinaciones”.
PABLO NERUDA