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VerdadConTinta/(19-04-17)

Historias de ferrocarriles, minería y pistoleros, son parte de los secretos que duermen sobre las desgastadas rieles y oxidados vagones del cementerio de trenes en el municipio de Uyuni.

“Aquí están las primeras locomotoras que funcionaron en la línea férrea entre Bolivia y Chile”, dice Fernando, el guía de la excursión, mientras explica que aunque la línea férrea sigue en funcionamiento, ésta sólo es utilizada para el transporte de minerales un par de veces por semana.

Hablar de los ferrocarriles es hablar de la historia de Bolivia vinculada a la minería y, en cierto modo, a la Guerra del Pacífico. Sin embargo, en las rieles bolivianas también vive la historia de los pistoleros norteamericanos; Butch Cassidy y Sundace kid.

“Butch Cassidy”, nacido bajo el nombre de Robert Leroy Parker en 1866 y “The Sundance Kid”, nacido bajo el nombre de Harry Alonzo Longabaugh en 1867, llegaron a Sudamérica en 1901 escapando de la justicia norteamericana, tras haber realizados múltiples robos a bancos y ferrocarriles.

Los bandidos eran conocidos por su habilidad para asaltar sus objetivos, sin que corriera una sola gota de sangre. Todo esto se debía a su metodología criminalística y alta planificación. Estos elementos, sumados a su audacia, pronto los convirtieron en una leyenda en todo el continente. Nadie quería convertirse en su blanco.

Durante su corta estadía en Bolivia-entre 1907 y 1908- se les atribuyó  el robo de una remesa de salarios de una construcción del ferrocarril en Eucaliptus, al sur de La Paz. El lugar fue asaltado dos veces.

Posteriormente, ambos llegaron a  Tupiza, donde Butch dedicó su tiempo a estudiar los movimientos del banco local. Por desgracia para ellos, allí estaba de visita un destacamento de soldados del Regimiento Abaroa, una respetada unidad del Ejército boliviano, que se hospedaba en un hotel en la misma plaza donde se encontraba el banco que habían fijado como objetivo.

Ambos forajidos, frustrados por la larga e inesperada estadía de los soldados,  decidieron analizar una nueva opción para concretar su robo. En esta ocasión, la compañía minera llamada Aramayo, Francke & Cía, fue el blanco elegido.

Si bien la mina estaba ubicada en la localidad de Quechisla, la familia Aramayo vivía en Tupiza y el dinero de las remesas era administrado en la oficina del pueblo.

Luego de ganar la confianza de algunos de los empleados, Butch se enteró que un encargado pronto llevaría a Quechisla una remesa de 80000 pesos bolivianos, equivalentes a más de medio millón de dólares en la actualidad, para pagar a los trabajadores. La oportunidad para el nuevo asalto era indiscutible. El robo fue concretado.

ineros, autoridades y soldados hicieron permanentes patrullajes y vigilias para dar con el paradero de los ladrones. Butch y Sundance habrían pasado por Oruro, que en ese entonces era una ciudad poblada por miles de residentes extranjeros, entre los que podían pasar desapercibidos.

Sin embargo, la noche del  6 de noviembre de 1908 fueron atrapados en San Vicente, en una casa en la que estaban alojados. Fueron rodeados por un pequeño grupo de personas entre las que se encontraba el alcalde local, además de unos cuantos oficiales del Ejército y soldados que contaban con armamento de mayor potencia.

Aquella noche se desencadenó un tiroteo que puso fin a la vida de los dos hombres que habían llegado al continente escapando de la justicia norteamericana, que había puesto precio a sus cabezas.

La mañaa siguiente, luego de vigilar la casa durante horas, tras el tiroteo, ingresaron y encontraron los dos cuerpos, ambos con numerosas heridas en los brazos y piernas.

Uno tenía una herida de bala en la cabeza y el otro un agujero en la sien. Aparentemente ambos se suicidaron pero las balas disparadas por los uniformados habían penetrado puertas, ventanas y muebles que se encontraban adentro, por lo que tampoco se descartó la posibilidad de que hubieran muerto en el fuego cruzado.

Los cuerpos fueron llevados al cementerio local de San Vicente donde se los enterró cerca de la tumba de un minero alemán.

Visitar hoy el cementerio de trenes es motivo de recordar su historia y revivir sus fechorías pues, en el lugar, se encuentra la vieja locomotora que asaltaron y cuyo robo derivó en su trágico final.