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Apretados por la merma de sus presupuestos públicos, los tarijeños ahora parecen esmerarse en hallar virtud bajo los problemas.

Ruy D’Alencar

Periodista de El Deber

Vuelvo a Tarija luego de tres años. Se puede apuntar cambios, pero también hay a la vista problemas que se arrastran como flecos de pantalones viejos. Me explico: al llegar a la capital averigüé que el municipio y el Gobierno invirtieron $us 7.000.000 para hacer a la ciudad autosuficiente en cuanto al servicio de agua potable para abastecer a sus más de 250.000 habitantes, aun en tiempo de sequía (entre julio y noviembre). En 2014, en su segundo semestre, cualquiera vecino del centro o cualquiera que se hubiese alojado en hoteles a dos o tres cuadras de la plaza podría dar fe del racionamiento del servicio, resultado de gestión, cuando menos impresentable, para la capital de la potencia gasífera de Bolivia, que para esa gestión superaba en presupuesto departamental los Bs 4.000 millones. Se supone que eso ha cambiado ahora. Que el acceso al agua potable, derechos humano, según la nueva Constitución Política del Estado, está garantizada para todos hoy. La próxima sequía dirá si es cierto.

 

Pasaba lo mismo con el acceso al gas de uso doméstico. En la tierra del gas se miraba con perplejidad como en la capitales del eje central miles de viviendas accedían a conexiones de gas domiciliario, con tarifas económicas y con comodidades, mientras que en ciertos barrios de la capital había esmerarse por conseguir una garrafa para llevar a casa, a veces a precios que la especulación permite. Hoy, otra vez municipio y Gobierno, financian un programa de 7.000 conexiones a gas domiciliario.

 

Esos son algunos cambios que se puede registrar a primera vista. Las iniciativas se pueden juzgar positivas, pero en justicia, habrá que ver con los meses cómo se implementan para así tener una evaluación seria. No en vano existe una leyenda que sugiere que la ruta al infierno también se hace de buenas intenciones, por tanto, el cómo se aplican las buenas ideas es algo que hay cuidar.

 

En los temas de fondo, se percibe ciertas variaciones. Por lo menos en la proyección de los discursos oficiales. Apretados por la merma de sus presupuestos públicos, los tarijeños ahora parecen esmerarse en hallar virtud bajo los problemas. El florecimiento de la agricultura y su industria, el potenciamiento de la iniciativa privada en materia de servicios y el desarrollo de proyectos de infraestructura para atraer rutas comerciales son las ideas predominantes de la agenda del sector público, ahora que la región ha entendido que debe pensarse a sí misma más allá de la extracción y venta de una materia prima, como es el gas, primero por la drástica caída de sus precios en el mercado internacional, luego porque existen anuncios de que sus tres megacampos declinarán hasta 2027. En pocas palabras, un problema ha obligado a salir de la zona de confort.

 

Los Bs 150 millones/año que mueve la cadena productiva de la uva-vino-singani, según cifras de la Subgobernación de Cercado, es un dato que muestra una luz hacia el despegue de la agricultura especializada de productos con ventaja competitiva, como los vinos de altura, entre los que Tarija ha dado al país un varietal de la bodega de Aranjuez que ganó un campeonato mundial; o como el singani que fue capaz de alborotar el apetito empresarial de Steven Soderberg un oscarizado director de cine estadounidense.

Hay otros cultivos de alto valor en Tarija, como el arándano, que, según la Subgobernación de Cercado, puede generar hasta $us 20.000 de utilidad por hectárea, lo mismo que en Santa Cruz se genera con más de 50 hectáreas de cultivos de soya.

 

Toda la verdad hay que decir, los problemas que arrastra la región son viejos: fuertes disputas políticas que impiden un trabajo de Estado, con planificación y coordinación entre autoridades locales, casi en todos los casos. Viejas miserias que juegan en contra de los propios intereses de la región y, a la larga, de las mismas autoridades implicadas, como en el caso de la interminable carretera de Tarija a la provincia Gran Chaco, los 250 de asfalto más difíciles de entregar y que ni siquiera la década del boom del gas ha servido para darle fin.

Como consecuencia, Tarija pierde la cualidad de ser un paso de ruta internacional de carga pesada, un corredor bioceánico del centro sur, que de alternativa a los camiones con mercadería de Brasil que viajan hacia Chile por intermedio de Santa Cruz, Cochabamba y Oruro. Y pierde también la oportunidad de integrase al Gran Chaco. Esto para no hablar de la debida explicación que merecen los tarijeños, en particular, y los bolivianos en general, por los más de $us 4.500 millones que administraron las diferentes administraciones autónomas en los últimos 11 años, según datos del Ministerio de Hidrocarburos.

Haríamos bien en pedir cuentas para aclarar a dónde fue a parar la gran oportunidad de transformarse que tuvo Tarija.

 

La foto

 

Tarija en medio de pugnas políticas, trata de dar un giro en su economía buscando depender cada vez menos del sector público