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Max Murillo Mendoza

El Movimiento Nacionalista Revolucionario, terminó siendo uno de los partidos más tradicionales de la historia republicana. Con los liderazgos de un gringo como Sánchez de Lozada y un criminal como Berzaín, alias el zorro. El primero que apenas pronunciaba el castellano, porque todo pensaba y veía en inglés; el segundo un abogansters oportunista de las oligarquías criollas cochabambinas, que creía ciegamente en el progreso y desarrollo de aquella revolución, para imponer a sangre y fuego los sueños de la civilización modernista y desarrollista: castellano, mestizaje y escuela para todos.  Legado final de ese desastre que fue aquel partido de oportunistas, clase medieros sin identidad y t´ojperos citadinos politiqueros de distintas tendencias.

El MNR nunca fue nacionalista, porque el concepto que manejaron aquel momento los supuestos pensadores de ese movimiento, nada tenía que ver con el nacionalismo. Aquellos hijitos de papi blancoides, pensaron que ellos eran en sí mismos nacionalistas. Lo paradójico es que ninguno de ellos al menos hablaba quechua, que se identificaban con nuestras culturas.  Sólo querían modernizar el Estado republicano. De hecho ese fue su mayor sueño: mestizar un país con tanta diversidad cultural, es decir homogenizarlo como hicieron en Perú, en Argentina o Chile, además a sangre y fuego. No tenían idea alguna de eso temas culturales, eran sólo unos imitadores de lo que aquel momento se discutía en el continente, respecto del concepto de nacionalismo. Las masas indígenas y mineras que habían derrotado al ejército en las calles, y estaban armadas hasta los dientes, obligaron a los señoritos del MNR a firmar medidas importantes como la reforma agraria, nacionalización de las minas, voto universal y reforma educativa. Y se equivocaron totalmente al entregar el poder a uno de los oligarcas más cruentos de esta historia: Paz Estensoro, que se encontraba de vacaciones en Buenos Aires, mientras el país derramaba sangre para cambiar su derrotero social y económico.

Los señoritos del MNR llevaron por supuesto a este partido por donde era normal, a vender el país al mejor postor, a destruir sus raíces revolucionarias corrompiendo a dirigentes indígenas y mineros, para desarmarlos y hacerlos sumisos otra vez, entregando los destinos de todo un país a las fauces de los norteamericanos, que veían las cosas desde sus ópticas de la guerra fría y el miedo al comunismo, entregando al propio Ché Guevara a la CIA, en complicidad de partidos de izquierda en manos de otros señoritos de clases a medias. Un partido que promulgó el DS 21060 destruyendo a la minería nacionalizada, expulsando a las calles a 30.000 mineros y sus familias. Destruyendo industrias en las ciudades con sus distintas secuelas sociales de desocupación y tragedia social, e importando el modelo neoliberal como el último grito de reordenamiento oligárquico por toda la región: hambre, desocupación, marginalidad y destrucción de lo poco productivo que quedaba.

Paz Estensoro está en los libros de historia tradicional como un gran estadista, incluso alabado por los historiadores tradicionales como el mejor estadista. Sin embargo es el personaje más manchado de sangre, siniestro como sus cálculos políticos en función de los intereses patronales e imperiales, que sólo siguió libretos establecidos en las oficinas de sus patrones o las embajadas norteamericanas por Suramérica. No tuvo luces acerca de nuestras realidades, y sus panfletos escritos son nomás directrices de órdenes superiores. No deja aportes al menos políticos de sus momentos que le tocó conducir este país, sino vagas alucinaciones de sus sueños progresistas y desarrollistas. Es cierto fue uno de los políticos más astutos y agudos, de los tantos que ha tenido Bolivia en el pésimo sentido de las mafias políticas y oligárquicas; pero jamás fue un aporte en las construcciones de nuevos derroteros, de nuevos procesos para el 80% de los habitantes sumidos en la miseria más degradante. Por ahora lamentablemente se seguirán leyendo esos libros tradicionales, donde sólo se justifica y maquilla las atrocidades de estos personajes.

La revolución del 9 de abril en 1952 fue la explosión del país profundo, que armas en mano derrotan al propio ejército de ocupación señorial republicana, y destruyen al Superestado minero de los barones del estaño y los señores feudales hacendados; se equivocan cuando confían ese poder en armas a los traidores de siempre, aquellas clases a medias sin identidad con este país, oficinistas y burócratas e imitadores religiosos de las ideas del norte. Por esa equivocación el país y sobre todo los sectores pobres y marginales pagaron muy caro, el señor Estensoro y sus compadres destruyeron el país y nos dejaron como siempre: para volver a construir desde las cenizas, cuando su alumno Sánchez de Lozada y sus compinches escaparon con maletas llenas de millones de dólares asaltados al Banco Central, pues el pueblo en las calles buscaba justicia histórica enfrentándose sin armas pero con la seguridad de su destino.

Aquella revolución traicionada, destruida y corroída desde adentro por los mismos de siempre sin identidad, sin nacionalismos étnicos y puros, sin proyectos de Nación y Estado, tiene que servirnos como experiencia para identificar los verdaderos peligros de los destinos de la Bolivia profunda, de la Bolivia con nacionalidades y culturas propias como genuinas. Y nada tenemos que recordar hoy, sino aprender sobre la sangre derramada por tantos compatriotas y las traiciones a las verdaderas historias de nuestros pueblos.

La Paz, 9 de abril de 2017.